Las elecciones municipales y regionales en España, celebradas el pasado domingo, han supuesto un varapalo histórico para el partido Socialista (PSOE), en el gobierno, y un éxito clamoroso para el conservador Partido Popular (PP). Ha sido tal el golpe recibido por la izquierda en estas elecciones que el presidente Pedro Sánchez se ha visto obligado a adelantar las elecciones generales, contra todo pronóstico, al 23 de julio, justo cuando reciba la presidencia de la Unión Europea, y en medio de las vacaciones de verano, que en España son poco menos que una pausa sagrada que nadie se atreve a perturbar.
Y en el tsunami político que inundó alcaldías y gobiernos regionales con regidores y diputados conservadores, emerge la figura de la presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, destacando como un fenómeno político digno de atención. La señora Díaz Ayuso, como previeron casi todas las encuestas, se alzó con una mayoría absoluta que le permitirá gobernar la región madrileña cómodamente durante los próximos cuatro años.
Confieso que me hace gracia el desparpajo de esta mujer, y me divierte ver cómo pone nerviosos a sus oponentes políticos, particularmente a los dos principales socios de la coalición gubernamental: socialistas y “podemitas”, como llaman allí a los militantes del neo estalinista partido Podemos. Me hace gracia y me divierte por lo que tiene de circo todo ejercicio de la política. Pero puestos a mirar el fenómeno desde un punto de vista serio, la cosa ya no resulta tan ocurrente y jocosa. Y conviene estar alerta, porque la soberbia es una mala consejera política.
Seguramente muy pocos de los lectores colombianos que tengan la amabilidad de interesarse por esta columna habrán oído hablar del “Trío de las Azores”. Pero si rastrean en el famoso buscador que todos usamos o preguntan a la nueva herramienta ChatGPT, se van a encontrar con los nombres o la foto de tres caballeros, vestidos casi igual, y sonrientes como si se encontrasen en una boda y hubiesen hecho una pausa en los brindis con champán para posar ante el fotógrafo.
Son Tony Blair, George Bush y José María Aznar. Los dos primeros no necesitan presentación; del tercero, mejor puntualizar que era el presidente de Gobierno español en el momento de la instantánea, y presidente también del Partido Popular. El mismo de Isabel Díaz Ayuso.
Y los tres están tan sonrientes porque se aprestan a desatar una guerra, enviado tropas de sus respectivos países, en base a una información falsa según la cual Irak poseía armas de destrucción masiva, y lo demás es historia. Blair y Bush han admitido que mintieron al mundo al hablar de aquellas armas. Aznar aún no lo ha hecho, ni lo hará nunca porque la soberbia que lo adorna le impide admitir el error.
Conviene no perder de vista las consecuencias que tuvo para España haber participado en aquel conflicto: el 11 de marzo de 2004, tres días antes de unas elecciones generales, hubo varios atentados yihadistas en Madrid que dejaron 191 muertos, más de 2.000 heridos; y la rabia y la indignación contra el Gobierno de Aznar dieron la inesperada victoria al partido Socialista en la persona de José Luis Rodríguez Zapatero. Este señor, en mi opinión, como ya lo he dicho en esta columna, es el hombre que más daño ha hecho a la convivencia de sus conciudadanos en el más largo período de paz y progreso que ha vivido España.
Zapatero sacó a relucir los fantasmas de la Guerra Civil, que la sociedad española había enterrado al recuperar la libertad tras la dictadura de Franco. Y es el padre putativo de Podemos, los neo estalinistas que también acaban de ser barridos en las recientes elecciones, y que dejan una herencia de confrontación y leyes absurdas, de griterío y de violencia verbal. Por último, Pedro Sánchez y su disparatada política de alianzas con independentistas catalanes y herederos del terrorismo de ETA tampoco es ajeno a la herencia de Zapatero.
¿Y todo esto hay que agradecérselo a José María Aznar? Pues sí, así lo creo, a Aznar y a su ridícula soberbia. De modo que Isabel Díaz Ayuso, a quien ya muchos ven como una presidenciable para el gobierno de España, haría bien en rebajarle a la chulería y la prepotencia. De momento hay un señor en su partido, Alberto Núñez Feijoó, que está trabajando para alcanzar ese cargo, y haría bien la presidente de la Comunidad de Madrid en no ponerle bastones entre las ruedas. Aún no le toca.
Y haría bien además doña Isabel, en cuidarse de su consejero, Miguel Ángel Rodríguez, que es el mismo que hablaba al oído de Aznar en sus años de lustre y esplendor. Años dorados que dejaron, si se analiza con cuidado, el desastroso panorama arriba descrito.