La llegada a España del presidente electo de Venezuela, Edmundo González Urrutia, en calidad de exilado supone, entre otras muchas cosas, un doloroso capítulo más de violencia, desplazamiento y luto para el pueblo colombiano. Sí, para los venezolanos también, pero ése es otro cuento. La orteguización de Venezuela, es decir la entronización ya de manera definitiva de una dictadura en el vecino país, traerá como consecuencia dos hechos incontestables: más desplazamiento de venezolanos huyendo del régimen y, sobre todo, la consolidación de una zona de confort para la guerrilla de las FARC y del ELN.
Solían decir los venezolanos en los albores del chavismo: “Venezuela no es Cuba”, y en esa afirmación solo había una parte de verdad, Venezuela no es una isla. Posee una frontera porosa de más dos mil kilómetros que seguirá siendo un coladero de todo tipo; de gente buena, trabajadora y honesta, y también de todo lo contrario como hemos podido comprobar en los últimos años. Y de éstos últimos precisamente está sobrada Colombia. Como dicen los españoles: “éramos pocos y parió la abuela”.
Por otra parte, el escampadero de Venezuela para las dos guerrillas que asolan a Colombia es la peor noticia que podemos tener en este momento. El país, que vive en una diabólica inercia de violencia desde antes de 1948, año del asesinato de Gaitán, con más de un millón de muertos y desplazados; que tiene casi como un deporte nacional la conversaciones de paz, la ceremonias de entregas de armas, las firmas de tratados, armisticios y alto el fuego, a falta de una dizque está inmerso en nueve “mesas de negociación” con grupos armados. Modalidad que priva a todos los presidentes de Colombia, entre los que Gustavo Petro quiere ser el campeón…, solo que sus nueve mesas están hoy estancadas.
Los datos sobre este asunto que hacía públicos la semana pasada el ex ministro Mauricio Cárdenas, son estremecedores: el ELN tiene presencia en 232 municipios del país, las Autodefensas Gaitanistas de Colombia en 392, la Segunda Marquetalia y el Estado Mayor Central de las FARC en 299. En algunos casos, el incremento de estos grupos armados de 2019 a hoy, ha llegado a ser del 141%. Con un agravante: que la estrategia de paz del Gobierno Petro llamada “Paz total” ha degenerado en la atomización de esos grupos en donde unos negocian y otros no, y los que negocian exigen cada vez más hasta llegar al disparate del ELN, que no se sienta a la mesa si no le dan la financiación para sustituir lo que gana con el secuestro.
Dije aquí hace tiempo que pensar que el chavismo iba a entregar el poder, aunque perdiese las elecciones, era una ingenuidad. Y por si nos quedaban dudas de quién apoya a Nicolás Maduro fijémonos en quiénes se apresuraron a felicitarlo tras el robo de las elecciones: el poderío económico y militar de China y Rusia, el poderío petrolero de Irán y el poderío estratégico y de inteligencia de Cuba. Con esas cabuyas se teje el costal de nuestra vecina. Hay poco que hacer. Estados Unidos habla dictadura, la Unión Europea se pone de perfil y manifiesta su “profunda preocupación”. Y entre tanto, unos y otros autorizan explotación petrolera a sus empresas en el país vecino más o menos de tapadillo. Y el mundo, atento a las elecciones norteamericanas y al conflicto en Oriente Medio, se irá olvidando poco a poco de este desastre.
Para nadie es un secreto el santuario que supone la Venezuela chavista para los grupos armados de Colombia. Allí llegó Iván Márquez, cabeza negociadora de las FARC durante años de “conversaciones de paz” en La Habana tras su rocambolesca escapada con Jesús Santrich, otro mediador pacifista de lujo. Sospechar que volvieron —o mejor decir, siguieron— traficando cocaína no resulta muy arriesgado. Con el padrinazgo del Cartel de los Soles, a qué otra cosa se iban a dedicar.
De modo que ahora, perdida ya toda esperanza de que Venezuela vuelva a ser un democracia imperfecta (como el resto de Latinoamérica por otra parte, pero con tres poderes del Estado más o menos independientes y esas cosas), tendremos que resignarnos a verla como una espada de Damocles que penderá sobre generaciones enteras de colombianos. Triste, pero es lo que hay.