El reciente debate entre Biden y Trump, televisado por CNN, ha dejado algunas preocupaciones por la edad de los candidatos y, sobre todo, por el estado de salud de Biden cuyas repercusiones sobrepasan los linderos de la democracia admirada por Tocqueville.
De ahí que, cualquier líder político debería estar en pleno uso de sus facultades mentales. Y aunque parezca una verdad de perogrullo, es deber de un buen líder someterse a dictamen médico, si es necesario por razones de Estado. Esto no puede ser un tema de fuero interno y mucho menos secreto de Estado.
Dado que la lucidez tiene que ver con el proceso de toma y adopción de decisiones en tanto que todo estadista debe estar en pleno uso de su capacidad mental para ver la escena política en conjunto e interpretarla, es un imperativo que los líderes políticos asuman su propio estado de salud como un tema de Estado.
Es más, en la toma de decisiones ninguna escuela de Ciencia Política tiene la verdad absoluta pero es más que obvio que los estadistas por más que tomen decisiones erradas deben contar con la claridad mental para entenderlo y reversar o reconducir el camino.
El tema no es equivocarse sino enderezar a tiempo el camino lo que muestra un grado superior de sabiduría. Y esto es precisamente lo que Biden no está entendiendo. Toda vez que es una irresponsabilidad insistir en su candidatura cuando el 72% de los estadounidenses -según encuestas- creen que no debería seguir en campaña. En la práctica, Biden ha terminado siendo más ególatra que el mismo Trump.
De otro lado, las arduas jornadas de trabajo que supone gobernar demandan un estado de salud física y mental extraordinario. Los líderes deben encontrar, en medio de las apretadas agendas de trabajo, momentos para tomar distancia del despacho y en medio de algún pasatiempo despejar la mente para los momentos y decisiones decisivas. Y es que todo aquel que quiera estar en La Casa Blanca debe estar dispuesto a trabajar 7/24 y para ello debe estar en óptimas condiciones.
Ahora bien, el futuro del partido de gobierno (en este caso Demócrata) depende de la gestión del mandatario de turno. Y Biden lo ha hecho terriblemente mal. Su egoísmo conducirá a los demócratas a una profunda crisis. A menos que suceda algo extraordinario como su propia muerte.
De hecho, el régimen presidencialista tiene una ventaja y es contar con un segundo de abordo que, ante una eventualidad, asuma de inmediato las funciones tal como lo hizo LBJ en 1963. De igual manera, lo podría hacer Kamala Harris, sí Biden fallece o alguna enfermedad lo separa de la Casa Blanca.
En definitiva, fue tan desastroso el debate que se ha especulado incluso desde diarios como el New York Times sobre el futuro de la campaña de Biden. Lo que si es cierto es que al interior del bloque demócrata no hay consenso sobre la candidatura del presidente y algunos (32%, según encuestas) quieren que abandone la contienda electoral. Biden no puede sacrificar el futuro de los Estados Unidos, y en gran parte el juego mundial, solo por su capricho personal de no dar un paso al costado aceptando lo inevitable y es que la edad sí importa.
