Permítanme que empiece esta columna con una confesión personal: siento especial fascinación por las pequeñas anécdotas que hay detrás de las grandes historias. ¿Cuánto influyó en la derrota de Waterloo la soltura de vientre que, según algunos historiadores, tuvo aquel 18 de junio de 1815 Napoleón Bonaparte? ¿Pudo haber sido el mundo otra cosa sin las carreras hacia el retrete del gran corso ese día?
Otro ejemplo. Esta misma semana, con un reportaje a Elián González, el “niño balsero” que arrebató Fidel Castro a su familia de Miami en el año 2000, un periódico se encargó de recordarnos con una foto que le dio la vuelta al mundo, que la historia pudo haber sido otra. Aquella foto del niño aterrado ante el comando de agentes en uniforme de combate, rifle de asalto en ristre, rescatándolo de dentro de un armario, fue un elemento clave en la campaña que llevó a Georges W. Bush meses más tarde a la presidencia. ¿Qué habría sido del mundo sin la llegada de Dick Cheney por el petróleo de Irak? ¿Sin aquella guerra apalancada con mentiras? ¿Qué mundo tendríamos hoy si el rival de Bush, Al Gore, hubiese llegado a la presidencia?
Nunca lo sabremos, pero el dilema ante hechos sin aparente importancia nos permite fantasear y crear ucronías. La imaginación es libre. Hace unos días, leí una muy buena novela de Ian McEwan, como casi todas las suyas, Máquinas como yo, en la que Gran Bretaña pierde la Guerra de las Malvinas. En un mundo distópico con robots humanoides, McEwan aprovecha para hacer unas interesantes y pertinentes reflexiones sobre la inteligencia artificial y lleva al lector, como dice el prologuista, “a plantearse dilemas morales tan incómodos como necesarios”.
Bien, después de estas conjeturas aterricemos en las miserias patrias. Hace algo más de dos semanas, concretamente al día siguiente de la confesión por parte del hijo de Gustavo Petro de la entrada de dinero “caliente” a la campaña de su padre, una periodista de radio contó que aquellas declaraciones de Nicolás Petro ante la justicia habían trastocado las agendas oficiales, y que no había nadie dentro del Gobierno para responder a nada.
Y como de paso, perdida entre las anécdotas de ese día, la periodista en cuestión dejó caer una de esas frases que lo ponen a uno a elucubrar. Cito de memoria pero lo que dijo aquella profesional en esencia fue: “El canciller, Álvaro Leyva, tenía una reunión con Macaco, y también la canceló”. Ya les digo que siento particular atracción por las pequeñas historias y detrás de aquella información, me dije a mí mismo, debería haber algo más que una visita de cortesía.
El canciller, como cualquier hijo de vecino, tiene obligaciones insustanciales, que otras personas seguramente en muchos casos, se encargarán de atender: llevar su mascota al veterinario, llamar al fontanero porque hay un grifo que gotea en la cocina, comprar un regalo para una nieta que cumple años…, nada de eso figura, sin embargo, en la agenda oficial. Pero, ¿reunirse con Carlos Mario Jiménez, un jefe paramilitar, en la agenda oficial? ¿El canciller? Raro.
Pues dos semanas más tarde, el tiempo ha venido a darnos la respuesta: la cancillería organizó, y como se ve con intervención directa del ministro Leyva Durán, una especie de versión libre para Macaco en el Centro de Memoria Histórica, para que el paramilitar se desahogue con unas declaraciones en las que ahora aparece como víctima. No digo que el canciller no pueda organizar este tipo de eventos, digo que resulta raro, como si no tuviera en el ministerio de Relaciones Exteriores trabajo que hacer.
Uno de los señalados con graves acusaciones por Macaco en este happening de la cancillería, el ex fiscal general Néstor Humberto Martínez, ha reaccionado furibundo en W Radio asegurando que es una venganza de Leyva en su contra porque él siempre lo ha señalado como el lavador de activos de las FARC. “Leyva Durán anda en esta actividad sistemáticamente para causarme daño porque nunca ha podido perdonar mis denuncias de sus conductas aliadas a las FARC en detrimento de todos los colombianos”, ha dicho el señor Martínez.
Las historias que imaginé después de oír que el canciller cambiaba la agenda oficial el pasado 4 de agosto se parecen mucho a la realidad, dada la proclividad del señor Leyva a tratar con marginados de la ley. No me ha dado para muchas fantasías. Solo nos falta ver a Macaco como gestor de paz, y a las víctimas revolverse de indignación en la tumba.