La puesta en libertad de Julian Assange, pone de actualidad un aspecto fundamental sobre la libertad de prensa: los límites para el pirateo ilegal y la publicación de información privada en el mundo digital de nuestro tiempo. El fundador de WikiLeaks es un personaje que no deja indiferente a nadie y su reputación depende del lado que se le mire. Para algunos, es un referente de la libertad de prensa y el derecho a la información; para otros, un activista enemigo de Occidente al servicio de regímenes autoritarios, concretamente de la Rusia de Vladimir Putin. El hacker australiano se presenta a sí mismo como un abanderado del periodismo de investigación. Comoquiera que sea sus damnificados son legión y de las bondades de su actividad habría mucho que discutir.
En España, por ejemplo, se alineó con lo peor de la política de ese país: el independentismo catalán, un nacionalismo retrógrado y mediofascista (si es que alguien puede no ser enteramente esa cosa); que pone espías en los patios escolares para denunciar a los niños que hablen castellano en el recreo, pone multas a los comerciantes que rotulen sus negocios en español y, aun siendo una minoría regional, tiene agarrado por los dídimos al presidente Pedro Sánchez, para permitirle mantenerse en el poder. “Le haremos mear sangre”, dijo uno de sus líderes; y en ello están.
Un mes antes de la declaración de independencia ilegal de Cataluña en 2017 (que duró minutos) Assange apoyó con entusiasmo y para regocijo del gobierno de Moscú que le facilitaba medios de difusión, lo que preparaba en aquella región española un gobierno que luego salió huyendo o terminó en la cárcel. El singular personaje australiano, que actuaba desde su exilio en la embajada de Ecuador en Londres, comparó al gobierno de Madrid con el chino que reprimió a los estudiantes en Tiananmen en 1989. Un angelito, pues, con quien los medios españoles que apoyan el disparate catalán, se hacen lenguas loando en estos días sus virtudes.
Todo depende pues, como decía al principio, del color del cristal con que se mire al personaje. Para el ex director de The Guardian, Alan Rusbridger, la aparición de WikiLeaks marcó el inicio de una “nueva era de transparencia”. The Guardian fue precisamente uno de los medios internacionales que colaboró con WikiLeaks para publicar los secretos de las guerras de Irak y de Afganistán filtrados por la soldado Chelsea Manning y retirar los nombres de las fuentes para protegerlas. Pero después, Assange decidió no colaborar más con los medios tradicionales, y publicó textualmente 250.000 cables diplomáticos. A nadie que practique periodismo riguroso se le ocurre hacer semejante cosa.
Sin entrar en detalles de si se está a favor o en contra del personaje, por mucho que él insista en presentarse como un periodista de investigación, sin temor a equivocarnos, podemos negarle esa condición. Assange publicó los nombres de más de un centenar de colaboradores afganos que pasaban información sobre los talibanes a los servicios de inteligencia de Occidente. Esa gente lo hizo, seguramente, confiando en que se respetaría el secreto de su identidad. Muchos seguramente lo hicieron por dinero pero más de uno para tratar de contener el sistema medieval que ha llevado a su país esa patulea de fanáticos. Desde entonces quedaron expuestos a las represalias de un régimen que regresó al poder tras el regreso de los talibanes al poder.
Las revelaciones de WikiLeaks, como en su momento las de Edward Snowden o las de la soldado Chelsea Manning, pusieron en evidencia la vulnerabilidad de los datos que hoy se encuentran en el mundo digital. Y de la manera en que gobiernos u organismos de todo tipo pueden recopilar, manipular y hacer uso indebido de la información que poseen y, a la vez, revelaron los riesgos para la seguridad, la dignidad y la privacidad de la gente.
Julian Assange ha sido puesto en libertad gracias a un pacto mediante al cual ha tenido que declararse culpable de violar la ley de espionaje ante un tribunal de Estados Unidos. El profesor Tim Crook, de la universidad londinense Goldsmiths, ha dicho a propósito: “No es bueno para el periodismo profesional, en ninguna sociedad democrática, que la legislación aprobada para hacer frente al espionaje …, se utilice contra los periodistas o sus fuentes. Siempre debe haber una distinción en la ley entre las infracciones de la seguridad nacional a través del periodismo…, y el espionaje en apoyo de potencias extranjeras que pretende socavar y dañar la seguridad y el bienestar de una sociedad democrática”.
Assange pasó siete años encerrado en la embajada de Ecuador en Londres y cinco en una cárcel de máxima seguridad también en Reino Unido. Ha pagado un precio alto por su actividad, pero es el único responsable de sus años de privación de libertad. Como dice el profesor Crook, “es un individuo único que ha construido su propia mitología y leyenda a escala mundial…, es muy posible que haya (en el futuro) individuos cuyas acciones controvertidas planteen cuestiones de ética, justicia y rectitud en el ejercicio de ese poder”.
Ojalá con menos dosis de niño mimado y menos pulsión dañina para la democracia y convivencia en Occidente.