El conflicto en Oriente Medio nos deparó en estos días, entre las múltiples imágenes espantosas que nos llegan de allí a diario, una escena estremecedora y elocuente a la vez. Nadie le daría importancia a primera vista: dos hombres de mediana edad, conversan en una habitación; uno de ellos tiene un teléfono móvil en la mano y se dirige al otro, que escucha atentamente con las manos entrelazadas. El del teléfono está comunicando al otro un mensaje que le atañe. El de las manos entrelazadas se retira sin pronunciar una palabra, sin un gesto que delate su estado de ánimo.
Se trata del momento en que Ismail Haniya, el líder político de Hamás, acaba de ser informado de que un bombardeo israelí mató a tres de sus hijos y a tres nietos que viajaban en un coche en la franja de Gaza. El líder de Hamás se encontraba en un hospital de Qatar, donde reside hace años, visitando heridos palestinos. Y su primera reacción ante la televisión Al Jazeera fue: “Alabado sea Dios que me honró con el martirio de tres de mis hijos, junto a varios de sus hijos, para unirlos al grupo de mártires de mi familia”.
Unos 60 familiares de Isamil Haniya han muerto por causa del conflicto; y estas nuevas víctimas, en un momento crucial de las negociaciones entre Hamás e Israel para intercambiar presos palestinos por secuestrados israelíes, no hará mover un milímetro la postura de dureza del grupo contra el que lucha Israel y que, a la vista de lo ocurrido hasta ahora, el gobierno de Benjamin Netanyahu no podrá doblegar. Hamás, por paradójico que resulte, saldrá reforzado de este conflicto, que deja de momento más de 33.000 muertos del lado palestino.
Y es que Hamás, la organización político-militar (terrorista para varios países, entre ellos Estados Unidos) cuyo objetivo es “la liberación de Palestina”, de momento ha logrado paralizar el acercamiento de países árabes moderados a Israel, poner en aprietos a Estados Unidos con el gobierno de Jerusalén y empañar la imagen del Estado judío incluso entre sus defensores en todo el mundo. Hoy Israel aparece como un chalet en la jungla, como dice el antiguo ministro de Exteriores de ese país, Shlomo Ben Amí.
Ben Amí, ya citado en esta columna como uno de los más acertados analistas del conflicto, dice que el momento histórico en que más cerca se llegó a estar de una resolución del conflicto fue al final del mandato del presidente Bill Clinton, cuando ambas partes, israelíes y palestinos, presentaron unos protocolos llamados “Parámetros de Clinton” que, finalmente, fueron rechazados por los palestinos; y que, sin embargo, siguen siendo válidos para cualquier futuro acuerdo de paz. Tales parámetros abordan los principales problemas del conflicto —territorio, seguridad, refugiados y Jerusalén— con un enfoque equilibrado para resolverlo.
Nadie medianamente sensato debería negar la necesidad de reconocer un Estado palestino, pero este momento es precisamente el menos indicado para hablar de eso. Solamente quienes desconocen el problema (yo aquí me confieso entre los desconocedores, aunque a lo mejor en un grado menor) y los oportunistas andan en estos días en campaña por ese reconocimiento. Entre los primeros incluyo a quienes ignoran que Hamás es un gobierno tiránico, extremista, y que utiliza a la población civil para involucrarla en el conflicto; y entre los oportunistas incluyo a personajes como el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, de gira internacional para buscar apoyos a su idea de reconocer el Estado palestino en un momento en que haría mejor estar afrontando el escándalo de corrupción de su partido. Él sabe, además, que mientras Estados Unidos no apoye esa idea su iniciativa es un brindis al sol. ¿Sabrán unos y otros que Hamás no acepta la existencia de Israel y que Netanyahu tampoco acepta el Estado palestino?
Si hemos de hacer caso a las advertencias de la inteligencia norteamericana, estamos en vísperas de un ataque de Irán, el gran apoyo de Hamás, a Israel. Resulta inevitable recordar las advertencias previas de la inteligencia norteamericana sobre un ataque ruso a Ucrania, de las que muchos dudaron. Y la alerta de la misma, a la que Rusia tomó como intoxicación, sobre un ataque a la población civil que se tradujo en la matanza de Crocus City Hall en Moscú. Estados Unidos es hoy un potencia en peligro pero en la que funcionan aún ciertas instituciones, y una de ellas es la inteligencia. El ataque de Irán a Israel puede no ser directo, podría llegar desde el propio Hamás, por medio de las milicias chiítas en la región o de cualquier otro comisionado para la tarea, pero parece inminente.
Cuando eso ocurra, será el momento apropiado para que las plañideras en Europa y América que hoy reclaman un Estado palestino como el bálsamo de fierabrás para resolver el conflicto, se detengan a pensar en las palabras del novelista israelí Amoz Oz: “Algún día resolveremos nuestros problemas con los musulmanes, pero los que tenemos con Occidente son milenarios y ahí será algo más difícil”. Occidente no puede entender a los judíos; Oriente o África a lo mejor los entiende menos, pero no tienen en su haber el conflicto bíblico con ese pueblo de este lado del mundo. Oz dijo también: “Judíos y palestinos somos dos familias desgraciadas y mal avenidas. ¡Dividamos la casa y así quizá aprendamos!”
Lo malo es que no se trata de familias sino de religiones, y no se trata de una casa sino de un templo. Dos religiones disputándose un solo templo; tenemos, pues, para un buen rato.