Este jueves, en un hecho histórico y sin precedente, el gobierno colombiano y la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) firmaron el cese al fuego bilateral, temporal y nacional por seis meses, con mecanismos de monitoreo y verificación, así como los acuerdos sobre la participación de la sociedad civil en la construcción de la paz.
El anuncio se dio al cierre del tercer ciclo de conversaciones que se desarrolló en Cuba, donde tuve el honor de dar el discurso de instalación de la mesa de diálogos como delegada del Gobierno de Colombia el pasado 2 de mayo. Hoy, con esperanza y con la certeza de cumplirle a nuestro país, quiero compartirles las líneas que plasmé y dirigí a Colombia:
Desde 1986 no pisaba tierra cubana, era una niña de siete años maravillada por la alegría de sus gentes y agradecida por la solidaridad de una nación que nos permitió, como ninguna otra, vivir tiempos para el amor. Cuba fue para nosotros, los hijos e hijas de la insurgencia, el sinónimo de la felicidad, el único lugar en el que nos sentimos seguros y lo más cercano a un hogar. Guardaremos en nuestro corazón como un tesoro, esos momentos que solo Cuba nos entregó. Si lo miramos en perspectiva, esa misma sensación, se extrapola al conjunto de la sociedad colombiana, Cuba nos ha dado siempre tiempos para la reconciliación, su compromiso con la paz de Colombia ha sido irrefutable. Desde la década del 90 siempre ha sido garante e incluso sede de diálogos para acabar la guerra fratricida de nuestro adolorido país. Su papel en los diálogos y acuerdos con las FARC es ejemplo de compromiso, seriedad y generosidad con el pueblo colombiano.
También en esos tiempos, Cuba apoyó conversaciones de paz con el Ejército de Liberación Nacional. Por honrar su papel como anfitrión, Cuba fue incluida en la lista de países patrocinadores del terrorismo. El mejor resarcimiento a esa ofensa e injusticia es que este tercer ciclo logre un avance sustancial y definitivo en la agenda acordada.
En todos estos años cubanas y cubanos, de todas las edades han atravesado por profundas dificultades. Hoy la isla nos recibe nuevamente, en un ejercicio de solidaridad conmovedora precisamente por las grandes restricciones por las que atraviesan cotidianamente sus gentes. La Delegación del Gobierno del presidente Gustavo Petro, llega a la isla con la voluntad de retribuirle y honrarla, nuestro mayor homenaje es lograr que este proceso de paz sea absolutamente irreversible, y que fruto de ello Cuba sea retirada cuanto antes de esa nefasta lista de países patrocinadores del terrorismo y pueda, con esa decisión, junto al fin del bloqueo económico, recobrar el puesto digno que se merece como los demás países del mundo.
También, somos conscientes de los esfuerzos y el rol que están jugando el conjunto de países garantes y acompañantes, organismos e instituciones y países de apoyo, acompañamiento y cooperación. Agradecemos su apoyo incondicional para lograr, no solo la paz con el ELN, sino una paz completa para nuestra nación.
Comenzamos el tercer ciclo de esta mesa de diálogos, con el mayor avance en estos diez años de conversaciones con el ELN, el más importante: el Acuerdo de México, que hace un balance de los grandes problemas que aquejan a nuestra sociedad y plantea una nueva agenda de diálogos. También nueve acuerdos más, entre los que se encuentran las ideas básicas para la participación en la construcción de paz y los elementos esenciales para abordar el cese al fuego.
Nos mueve la plena conciencia de que cada día de guerra tiene un costo enorme en vidas, le significa a la gente pérdidas, dolor, la incapacidad de construir un proyecto de vida viable para familias y generaciones enteras. Estamos sentados dialogando para buscar soluciones reales en un país agobiado por más de seis décadas de guerra. Reconocemos que hay una historia de incumplimientos y traiciones a la paz, pero en las actuales circunstancias eso no es excusa para que los esfuerzos se vean empantanados, diez años de un proceso de diálogos con el ELN que, aunque ha tenido momentos de ruptura, han dejado acumulados importantes que deben ser recogidos para llevarnos a unos acuerdos y al fin del conflicto. Esta paz debe ser posible.
La paz nos exige valentía, atrevernos a dejar atrás los dogmas y la desconfianza, la paz nos obliga a escuchar con mucha atención y sin filtros a la sociedad colombiana, escuchar a sus mujeres, jóvenes y niños, escuchar todos los territorios, colores y culturas. La paz implica salir de las trincheras y de las posiciones inamovibles, implica caminar por todos los rincones del país para escuchar verdades más allá de las propias.
La paz que quiere Colombia implica salir del fuego cruzado, poder habitar con tranquilidad sus barrios y veredas, reconstruir nuestra cultura y retornar a los territorios que por décadas han tenido que abandonar millones de personas para engrosar los cordones de miseria y ver a sus hijos y nietos envueltos en distintas violencias que se anidan y superponen.
Reconocemos la dramática exclusión en la que han nacido y crecido millones de compatriotas, condiciones que han llevado a la rebeldía a miles de colombianos buscando avances sociales y democráticos. Reconocemos causas políticas, pero también es una realidad irrefutable la angustiante degradación de la guerra en Colombia; es un hecho igualmente irrefutable, que las economías ilegales se han convertido en el sustento del conflicto colombiano y lo han eternizado.
Somos igualmente conscientes que asistimos a un evidente recambio en esas economías ilegales, que ha llevado a una crisis, especialmente de la coca, por lo que debemos pensar una presencia distinta del Estado en los territorios: respetando a las comunidades y lo que ellas buscan para sí mismas, generando pactos sociales que nos permitan construir una alternativa para mejorar la calidad de vida de millones, avanzar en la integración de los territorios en la economía y la vida política de nuestra nación. También cómo proteger con determinación nuestra Amazonía, nuestros bosques y aguas.
Los tiempos exigen que nos encaucemos por las vías pacíficas porque las armas se han convertido en un instrumento inútil y degradante. Por décadas las mujeres hemos tenido que lidiar con las consecuencias de una guerra impuesta desde una lógica completamente deshumanizante que ha violentado nuestros cuerpos, asesinado a nuestros padres y madres, hermanos, hijos e hijas. Sin embargo, a pesar de lo sufrido siempre hemos respondido con amor, hemos cuidado nuestras comunidades, hemos cuidado nuestros territorios y procesos sociales, hemos cuidado nuestros ríos, valles y selvas, hemos cuidado otras vidas humanas. En resumen, nuestra paz se ha traducido en el cuidado de nuestro país. Estamos dispuestas a parir una nueva historia, a dejar atrás el dolor y sanar con amor nuestras heridas, las de todos. Nuestros brazos y abrazos se extienden por toda Colombia, ¡den el paso con nosotras!
Unos y otros hemos vivido las consecuencias de la guerra, hemos visto morir y sufrir a quienes amamos. Es innegable que todos tenemos la responsabilidad de parar el desangre de nuestra nación, así como es innegable que hasta hoy hemos sido incapaces de sentar las bases para un proceso de paz integral y convocante. Las preguntas entonces, aunque aparentemente sencillas son profundamente trascendentales ¿Es indeclinable la decisión de paz?, ¿cuál es la salida que le vamos a proponer a Colombia: el fortalecimiento de las concepciones guerreristas y del poder militar? o por el contrario, ¿la opción es la ruta para salir definitivamente de la guerra y por lo tanto darle paso irreversible a la paz? Esa es la elemental complejidad de nuestras decisiones y discusiones.
Reconocernos los unos a los otros implica valorar nuestras diversas posiciones e historias, lo que hemos sido y hecho, todo aquello que nos ha traído a este momento en el que estamos sentados en la misma mesa. Reconocer y darles valor a nuestros orígenes, implica vernos a los ojos sabiendo que no hay una historia por encima de la otra, pero sí que al ser parte de la misma nación tenemos la inmensa responsabilidad de encontrar juntos la salida a esta guerra envilecida para darle paso a una Colombia viable. En nuestro criterio, la mejor forma de contribuir con soluciones al fin del conflicto armado, es que terminemos este tercer ciclo con el acuerdo para la participación de la sociedad en la construcción de paz con el ELN y el de cese el fuego, que debe tener como eje fundamental que la población no sufra más la guerra.
Este es el caso en relación con las acciones y dinámicas humanitarias, que deben responder al compromiso moral de quienes estamos completamente comprometidos con la paz y con alcanzar las transformaciones sociales y económicas que requiere nuestro país. El terreno de las acciones y dinámicas humanitarias debe ser aquel de la concurrencia permanente, voluntaria y apasionada del Gobierno nacional y el ELN con la proporcionalidad de capacidades de las que dispone cada uno, acompañados por la comunidad internacional, la iglesia, los gobiernos locales, los liderazgos sociales, la fuerza pública, el conjunto de instituciones creadas para cumplir acuerdos anteriores o para resolver situaciones de equidad con las poblaciones más vulnerables. No podemos hacer de esas poblaciones – llámense presos políticos, personas privadas de la libertad, pobladores campesinos, indígenas o afros de zonas afectadas por la miseria- un objeto de disputas y competencias, de cumplimiento o incumplimientos y, mucho menos, una razón para descalificaciones. Las acciones y dinámicas humanitarias no deben ser un espacio de disputa sino de soluciones en el cual el compromiso y la buena voluntad es lo fundamental. Hoy no se trata de humanizar la guerra, sino de generar dinámicas que hagan cada día más repugnante la violencia.
Esos son los retos de este ciclo y las respuestas que debemos empezar a darle a nuestro pueblo que, a 1.900 kilómetros de esta mesa de diáologos, no solo espera soluciones inmediatas al drama que padece, sino que vayamos mucho más allá de lo que jamás hemos avanzado y demos muestras de que esta paz es posible, que no estamos sentados aquí para volver a la guerra como ha sucedido varias veces en el pasado. La mesa de diálogos debe salir de Cuba hacia Colombia para construir con las gentes de nuestra tierra la paz posible, la que hemos soñado por décadas.
Allá nos esperan para que en conjunto encontremos la manera de traducir sus necesidades en transformaciones reales en los territorios y para sus gentes. Nuestro gobierno está comprometido con hacer realidad las demandas que millones de personas expresaron en las calles y en las urnas. Hemos recibido el mandato de hacer realidad el cambio, sin embargo, solo tenemos unos pocos años, los tiempos son implacables. Por eso hemos convocado al conjunto de la sociedad colombiana a grandes acuerdos nacionales francos y sinceros, el Gran Acuerdo Nacional es el gran torrente donde debemos concurrir sin las armas para hacer valer la soberanía popular, construyendo entre quienes habitamos Colombia un mandato de esperanza que trascienda este gobierno y cierre de una vez por todas los circuitos infames de la exclusión, la indiferencia y la violencia.
Somos conscientes que estas reformas profundas son el salvavidas de nuestra nación, no requerimos de otras seis décadas de conflicto para darnos cuenta, así algunos sectores que viven del odio y la violencia esperen nuestro fracaso. No requerimos profundizar en la pobreza y en la persistencia terca de que nuestro país es una colcha de retazos, donde unos y otros ejercen su poder a partir del uso y abuso de las armas.
Las reformas son el camino a la unidad de nuestro país y el verdadero pacto social que espera nuestra gente.
Que el país y el mundo sean testigos de lo que vamos a conseguir, una salida digna que haga posible el reencuentro de los colombianos, solo así nos iremos con la tranquilidad de haberle heredado a las nuevas generaciones una Colombia viable, que fuimos capaces de construir la mayor de las victorias: una Colombia en paz.