Carlos Salas
Carlos Salas

¡Heil Petro!

Luego de escuchar por La hora de la verdad lo que se trae entre manos aquel que hasta hace poco era mencionado como el presidente y ahora como Petro a secas, repasé en mi memoria la actuación histriónica ofrecida desde un balcón que da sobre la Plaza de Bolívar y debidamente filmada para la historia por su cineasta de turno, un tal Morris Hoffman que emulaba a la inigualable Riefenstahl, de un victimizado alcalde, el peor entre tantos nefastos que han martirizado a la capital del país, en vísperas de una revocatoria popular y de una sanción por parte de la Procuraduría con sobradas pruebas de sus actos criminales ya fueran por ineptitud o con premeditación, brindaba a una masa de sus seguidores, muchos de ellos reclutados en las calle o burócratas obligados a rendirle pleitesía. Las imágenes transmitidas por Canal Capital mostraban cada gesto del protagonista como si del mismo Führer revivido se tratase, generándome en su momento el temor de que esa imagen se hiciese trágica realidad como ya ha ocurrido. Lo único que hacía falta para completar la escena nocturna de diciembre de 2013, era que el grito escalofriante ¡Heil Hitler! mutara en un ¡Heil Petro!

Las cosas han ido evolucionando hasta llegar a un punto en el que se ha pasado de los gestos a los hechos. Al igual que Hitler, Petro está reclamando poderes extraordinarios, pero está vez sin necesidad de quemar la Reichstag, no podía repetir la quema del Palacio de Justicia perpetrada por sus camaradas del M19, porque cuenta con un congreso arrodillado y una oposición casi inexistente, sino a través de un plan de desarrollo a su manera, es decir, camuflando entre cientos de artículos lo más sustancioso del asunto como se ha visto con las reformas propuestas por el gobierno en materia tributaria, pensional y de salud pública.

Se trata de un decálogo de poderes extraordinarios como pretexto para hacer lo que le viene en gana como lo hiciera Hitler, con igual premura y efectividad para terminar gobernando por decreto. Dentro del Plan de desarrollo se encuentra un decálogo que, de ser aprobado por el Congreso, dará vía libre a una dictadura sin precedentes en Colombia. En los diez puntos insertos entre las 147 páginas del Plan Nacional de Desarrollo es poco lo que se le escapa al aspirante a dictador. Reclama facultades extraordinarias para regular las redes sociales, los hospitales, las comunidades indígenas, las familias en acción, la coca y la marihuana, los caminos vecinales, los servicios financieros, el sector energético, las superintendencias y las economías populares. Con estas facultades poco tendría que envidiarles a otros de su calaña cómo Maduro y Ortega quienes mucho le han aprendido al detestado Führer.

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