El 1 de Mayo, Fiesta del Trabajo, durante un mitin en plaza pública como le priva hacer a Gustavo Petro, anunció la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel. Visto desde la lejanía en la que escribo esta columna, en una isla en medio del Mediterráneo, el gesto mitinero y estrafalario del presidente de Colombia produce sonrojo e inquietud. Y escribir sobre Petro y sus diarios disparates y astracanadas a estas alturas, resulta un ejercicio pesado y tedioso.
Colombia es un país que no cuenta para nada en el conjunto de naciones del mundo, de eso deberían ser conscientes quienes allí se aferran a un nacionalismo de charanga, los que se aprestan a enarbolar la bandera cuando algún compatriota destaca fugazmente con una gesta individual. Un personaje de la radio muy popular en el país tiene un estribillo para señalar aquellas hazañas que es muy ilustrativo: “Colombia presente”. Son las ganas que se tienen de salir del aislamiento en que vive permanentemente el “Tíbet de América”, como tan acertadamente llamó a Colombia López Michelsen, pero ni por ésas.
La prensa internacional solo se ocupa de lo que ocurre allí para dar cuenta de alguna tragedia, un episodio de corrupción que pronto se olvida solapado por el siguiente o —cómo no— algún capítulo de la larga e interminable novela del narcotráfico, que se escribe con sangre hace ya más de ocho lustros. ¿Y qué ha hecho Gustavo Petro con su anuncio mitinero de ruptura de relaciones con el estado judío? Sacar al país fugazmente del olvido. Más de uno habrá ido a buscar dónde está ese país que ha roto relaciones con Israel, porque hasta en Washington ha resultado chocante la cosa.
Las relaciones comerciales entre los dos países son modestas y parece que los tratados comerciales las mantendrán, a pesar de esta nueva situación. De momento se entiende la inquietud en el Ejército por una ruptura que podría suponer una carencia de equipamiento militar, en logística y aspectos técnicos. El 75% del material de guerra que reciben las Fuerzas Armadas de Colombia proviene de Israel. Aun así tampoco esto parece inquietar por el momento.
El Gobierno se aprestó a aclarar que su decisión no es un acto de antisemitismo. Pero uno se pregunta qué gana Petro recibiendo los parabienes por tal decisión de un grupo terrorista como Hamás. Y qué ganan los colombianos. Y si no es un acto antisemita por qué no rompe también con Rusia, que ha invadido Ucrania y que está masacrando al pueblo ucraniano. Para poner solo un ejemplo de las muchas infamias que puede encontrar por el mundo para indignarse.
En estos días, le he echado un vistazo, después de leer en su momento, al libro de Alejandro Gaviria La explosión controlada, buscando en esas reflexiones del primer y fugaz ministro de Educación de Petro alguna alusión a las relaciones de su gobierno con el mundo, y no hay el más mínimo indicio de ello en esas crónicas de caóticos consejos de ministros. Cosa muy lógica en un país cuya tradición secular es mirarse el ombligo.
De todas formas la relectura del librito de Gaviria resulta un ejercicio útil de vez en cuando. Sobre todo si uno comete la ingenuidad de asombrarse con las cosas de Gustavo Petro. Hay frases deliciosas y muy ilustrativas de lo que puede ocurrir al interior de uno de los gobiernos más disparatados del continente americano. “El Estado, casi sobra decirlo, no es bueno para organizar sancochos”, escribe el ex ministro contando la obsesión del presidente con un programa de ollas comunitarias.
“Había un interés político y una fascinación simbólica, teatral... (en poner en marcha aquellas pitanzas populares) Pero la microeconomía era una pesadilla”. Al tiempo que sus colaboradores más cercanos, con asuntos de mayor entidad para llevar a cabo, asistían resignados o perplejos a aquella tormenta de ideas culinarias.
Lee uno las crónicas de esos consejos de ministros y no le resulta extraño la incapacidad de Gustavo Petro para gestionar el país. Lo patético es que Petro cree estar cumpliendo una misión histórica y que, a pesar del alto concepto que tiene de sí mismo y a pesar de su incontinencia verbal, tan latinoamericana y pasada de moda, el cargo le queda grande.
En una de aquellas sesiones de microeconomía como las que describe Gaviria, habrá sentido la necesidad de romper con Israel. El canciller Luis Gilberto Murillo ha dicho que “fue una decisión muy meditada”… Sí, seguramente; como todo lo de Petro. No se transforma el mundo levantando muros y cerrando puertas.