El pasado año murieron en Estados Unidos 109.000 personas por consumo de fentanilo. Solo en Estados Unidos. Desconozco cuántas víctimas mortales cayeron en otras partes del mundo, incluido Colombia, en donde también muere gente por la más potente de las drogas de hoy, cuyo consumo ha llevado a algunos observadores a hablar de la Tercera Guerra del Opio. ¿Por qué? Porque los precursores para su fabricación —ya que se trata de una droga sintética— vienen de China, en donde precisamente hace 200 años se libraron dos guerras así llamadas.
A mediados del siglo XIX, el Reino Unido y otras potencias occidentales, entre ellas Estados Unidos, causaron estragos en toda China al inundar sus principales ciudades con opio procedente de India altamente adictivo. En 1840, unos 10 millones de chinos eran adictos a la droga suministrada por importaciones británicas ilegales que equilibraban una balanza de pagos, deficitaria por las compras de té, sedas, porcelanas y demás bienes procedentes de China.
La crisis por esta causa culminó en las llamadas Guerras del Opio, que China perdió. En el período siguiente, al que los chinos se han referido durante mucho tiempo como un “siglo de humillación”, las naciones occidentales ganaron y conservaron una serie de territorios y privilegios legales y comerciales en China. Hong Kong, por ejemplo, se convirtió en colonia británica en 1842 y no fue devuelta a China hasta 1997.
¿Está China devolviendo ahora a Occidente el “favor”? Difícil decirlo, pero los datos objetivos son que sin los envíos de los precursores químicos del fentanilo, la producción del opiáceo en los laboratorios operados por los cárteles mexicanos paralizaría su ingreso a Estados Unidos. Segundo dato: en junio de este año, el Departamento de Justicia de Estados Unidos presentó una demanda contra cuatro empresas chinas por cargos de tráfico de drogas y lavado de dinero. No hay empresas privadas en China.
A pesar de las negativas oficiales del gobierno de Pekín, los líderes chinos saben exactamente qué compañías farmacéuticas de su país están produciendo y enviando los químicos necesarios para fabricar fentanilo, un opioide sintético mortal, 50 veces más potente que la heroína.
De ahí que se entienda perfectamente por qué el asunto del fentanilo estuvo en la agenda de conversaciones de esta semana en San Francisco entre Joe Biden y Xi Jinping, con temas de gran calado para tratar (las tensiones sobre Taiwán, las preocupaciones chinas sobre los controles de exportación de Estados Unidos destinados a frenar la modernización de su ejército, las sanciones a Rusia, las guerras de Ucrania y Gaza, la tensión con Irán…), y después de nueve meses de relaciones frías y distantes entre los dos países.
Por algo se ha colado el fentanilo en las conversaciones entre los dos hombres más poderosos del mundo. El acuerdo sobre la droga de moda sería una victoria para Biden, quien ha hecho de los esfuerzos por abordar la crisis de los opioides una prioridad, mientras se prepara para las elecciones presidenciales del próximo año en las que probablemente se enfrentará nuevamente a Donald Trump. Pero quienes conocen a fondo el problema no dejan de ver en este acuerdo político mucho de escaparate electoral.
La realidad de la adicción hoy es aterradora. Cuerpos que yacen esparcidos en las aceras de las ciudades norteamericanas; y aquellos que se mueven deambulando como zombis. Manzanas enteras como los fumaderos de opio del siglo XIX, pero ahora al aire libre o como campos de batalla; con el fentanilo como nueva munición de una guerra en la que no es difícil adivinar el gusto por la venganza china por aquel “siglo de humillación”. Por más que los políticos del gigante asiático aseguren que lo lamentan y cooperarán en su erradicación.
Mientras eso ocurre, las ganancias del negocio se canalizan hacia empresas legítimas, y al mismo tiempo a China va a parar una parte sustanciosa del dinero oscuro que pasa por sus manos en un asunto que no deja de ser una cruel ironía de la historia.