La siguiente escena tiene tanto de dramática como de absurda:
Julio 22 de 1979. Seis días han pasado desde que Saddan Hussein tomó el poder en Irak. El novato dictador se encuentra sentado frente a cientos de sus copartidarios a quienes ha convocado con el pretexto de reafirmar su victoria. Su verdadera intención es hacer una purga y transmitirla en directo por la televisión. Alega que ha sido traicionado y sustenta su acusación con el testimonio de uno de sus lugartenientes que, a punta de tortura y de amenazas contra su familia, decidió “confesar”. Todos los asistentes quedan petrificados por el miedo mientras que uno a uno son nombrados los supuestos conspiradores para ser sacados a la fuerza de sus asientos. Algunos imploran perdón, otros gritan arengas a favor del tirano para demostrar su fidelidad. Hussein no siente ninguna compasión, por el contrario, con su sonriente y diabólico rostro muestra lo complacido que se siente. Los veintidós “traidores” serán encarcelados, torturados y ejecutados quedando advertido todo el pueblo iraki de lo que le puede llegar a ocurrir en caso de disentir con el nuevo régimen.
No es la primera ni la última vez que se presenta, ya sea en público o en privado, un alarde de poder tan siniestro como el descrito arriba. Me pregunto qué habría ocurrido si en lugar del miedo paralizante la reacción hubiera sido de furia levantándose los implicados de sus asientos para abalanzarse contra el tirano. Cuánto dolor no se habría evitado para ellos y para todo el pueblo iraki que le tocó soportar una dictadura asesina durante más de dos décadas.
En 2022 el pueblo colombiano se encuentra inmovil, presa del miedo y la incertidumbre cuando uno como esos, como un Castro, un Hussein, un Gadaffi, un Ortega, un Chávez, un Maduro, en pocos días se tomará el poder que le fue negado por las armas y que alcanzó por las maniobras siniestras que tolera una democracia frágil y minada desde dentro.
Está en nuestras manos tolerar durante años la tiranía o ponerle el estate quieto antes de que se imponga. Una posible opción se podría desarrollar a partir de un concepto al que le he estado dando vueltas. Se trata de rizoma, al que Deleuze y Guattari le dedicaron un ensayo que sirvió de introducción a su libro “Mil mesetas”.
El término rizoma es tomado de la botánica. Se trata de las plantas que no se originan de una raíz única, como sí ocurre con los árboles. Son tallos subterráneos de crecimiento horizontal que tienen un crecimiento indefinido.
Haciendo un paralelo con los movimientos sociales se podría calificar de arborifera a una estructura de poder como el que se construye a partir de la tiranía. Una raíz, un poderoso tronco, unas ramas y sus hojas, Todo el conjunto depende de la subsistencia de la raíz y del sustento que pueda obtener del suelo. Lo que ocurre con el rizoma es muy distinto. El cuerpo social está en la capacidad de actuar de manera rizomática generando brotes en un lugar o en otro, siguiendo un crecimiento constante con el que se garantiza ocupar un amplio territorio al no depender de una raíz ni de un tronco es decir y haciendo el símil con la política, de la estructura de poder que se impone por el voto o por la fuerza. Así, lo que genera la supervivencia del tejido social no es lo que haga o deje de hacer el poder político y mucho menos un tirano. Por el contrario, a partir de su capacidad de generar nuevos vínculos rizomáticos y sus múltiples conexiones, como ocurre en el cerebro, construye una flexible red muy diferente a la rígida y, por lo tanto, quebradiza del poder hegemónico.
Esto se puede aplicar al reto que se nos presenta actualmente como individuos, como familias, como grupos de amistad, de solidaridad y de discusión, cuando enfrentamos la amenaza de una dictadura disfrazada de democracia que no permitiremos, de ninguna manera, que se instale para quedarse años y años. Contamos con la habilidad de actuar como esas plantas rizomatosas que sobreviven a las sequías, a las heladas, a los ventarrones y hasta a los incendios.
De ninguna manera actuaremos como esos asustados copartidarios del tirano Saddan Hussein que en poco se diferencian de los políticos colombianos que ya han bajado la cabeza y besado los ferragamo del aprendiz de tirano.
Los cactus, con sus poderosas espinas, son rizomáticos; los colombianos, con nuestra particular idiosincrasia, también lo somos. Lo demostraremos con nuestras acciones en todos los campos.