Cuando se lee sobre Aaron Hernández se habla de un joven jugador de rugby talentoso que ascendió muy rápido y llego hasta alcanzar un cupo en la Liga Nacional de USA. Sus compañeros los describen como amistoso, leal, solidario, de esos que podía pelear por ellos, defenderlos y luego asumir toda la responsabilidad de lo ocurrido. “Era el man legal”. Empezaron a notarles cambios en su temperamento, estallaba fácil y sus respuestas fueron haciendo que se aislara, quedó solo y ellos se enteraban de los desórdenes que causaba en sitios de establecimiento y diversión pública. Un día común asesino al novio de la hermana de su prometida, fue condenado y años más tarde, en noche obscura, se suicidó. Su cerebro fue enviado a la Universidad de Harvard, allí los patólogos lo estudiaron y el diagnóstico fue contundente: tenía una encefalopatía crónica post traumática. Algunos no creyeron y paulatinamente su cerebro fue aumentando el número de piezas que Harvard había guardado en su banco de casos durante muchos años. El terminar de deportistas profesionales después de una carrera vertiginosamente exitosa.
La vida de Aaron fue marcada por hechos trágicos. Estrecha relación conflictiva con un padre exigente quien deseaba que sus hijos fuesen deportistas profesionales. Resultados académicos mediocres y superados solo por las hazañas deportivas. Incursión en marihuana y peleas frecuentes. Seleccionado en la Universidad de Florida y de allí a los Patriots por dificultades en su carácter. Siempre en problemas. Rendimiento deportivo excelente y un contrato de 40 millones de dólares. Años iniciales llenos de gloria y reconocimiento Las drogas con Aaron lo acompañaron y el asesinato de su amigo. Un abogado hábil le había salvado de doble homicidio en una persona que accidentalmente -sin intención- le había derramado un trago.
Se describió esta enfermedad en los boxeadores y las primeras huellas hablan de peladores del comienzo del siglo XX, Martland. Allí el reconocido patólogo describió en el estudio post mortem el desorden de la proteína tau y como se dañaba la comunicación neuronal. Mas tarde Corselli,1973, extiende la descripción en otros deportes y aparecen los registros en jugadores de rugbi y de “demencia pugilística” pasa a encefalopatía traumática crónica.
Los síntomas se reconocen fácil: alteraciones mentales, lesión en sistema motor, aparecen temblores y movimientos anormales. Se aproxima y se parece mucho a Parkinson y las facies del paciente adoptan una característica inexpresiva. Lo triste en estos enfermos es el curso progresivo y como el deterioro lo aísla del entorno. Quizá lo más preocupante es la demencia y las alteraciones en salud mental. Ansiedad, irritabilidad, agresividad y todos ellos llevan una carga latente y la inmensa mayoría terminan condenados o suicidados.
Mike Webster, también estrella del futbol americano, vivió los últimos años de su vida en un infierno. Deterioro cognitivo e intelectual, pobreza y problemas afectivos con alteraciones en salud mental. Su cerebro lo analizo Bennet Omalu (neuropatólogo y psiquiatra) años después y estudiando las piezas comprobó que se trataba de ETC. Describió y publico un síndrome neurodegenerativo de naturaleza progresiva que deriva de la exposición a impactos contundentes. La Liga Nacional lo indemnizó y su cerebro se recordó siembre como si hubiese recibido “25 mil accidentes leves de tráfico”
Se trata de un compromiso por la acumulación de la proteína tau fosforilada a nivel perivascular y en lo profundo de los surcos en forma de ovillos neurovasculares. Hay mucha sospecha clínica pero el diagnóstico definitivo es tardío y solo se hace después que el paciente fallece. Son conmociones cerebrales a repetición que van dejando huellas y cuyas víctimas, atletas de alto impacto, son quienes la sufren. Cuando se estudió el cerebro de Aaron el neuropatólogo lo relató de aspecto normal por fuera, al seccionarlo utilizó un término que impactó nuestro entendimiento cognitivo: “tenía varias cuevas dentro” (cerebro de 26 años)
No existe un récord epidemiológico que nos permita conocer en el país la real incidencia de ETC. Los informes son vagos e imprecisos. Podemos especular sobre los factores de riesgos: el deporte que se practica y la posición en la cual se juega (boxeo), la edad y la perdida de la plasticidad neuronal (los casos descritos son en jóvenes). El material genético. La apoliproteina E (APOE) mantiene la integridad estructural de los microtúbulos dentro del axón y la neurona. Está implicado en el pronóstico de ciertos trastornos neurológicos y entre estos el desenlace del trauma de cráneo.
Diptongo: la Asociación Colombiana de Boxeo tiene una deuda: nos falta el resultado post mortem de Luis “Pantallita” Quiñones