Cuando en 1978, tras años de dictadura y de un gobierno de derecha, los socialistas llegaron al poder en España a caballo de las siglas del PSOE, sintieron la misma tentación hegemónica de los populismos latinoamericanos. A tal punto que el número dos del partido, Alfonso Guerra, hizo suya una frase del viejo dinosaurio sindicalista del PRI mexicano Fidel Velázquez: “El que se mueva no sale en la foto”.
He recordado esta semana aquel episodio al ver la imagen de Gustavo Petro con su gabinete, y todo el mensaje subliminal que aquel grupo humano estaba enviando al país por televisión. Petro acababa de defenestrar a quien más se había movido, Alejandro Gaviria, ministro de Educación; y a otras dos fichas, María Isabel Urrutia y Patricia Ariza, por razones ignotas. A los tres los despidió con muy malas formas; y a Gaviria, como contó Daniel Coronell en W Radio, con recochineo: la jefe de Gabinete le dijo en un pasillo del palacio de Nariño que el líder no podía recibirlo y que le había perdido confianza.
Aquella formación ministerial, todos de pie detrás de Petro, con cara de circunstancias particularmente los dos candidatos con más opciones a recibir la patadita de la suerte, José Antonio Ocampo y Cecilia López, ha sido un adelanto del estilo de gobierno que le espera a Colombia en los restantes años de petrismo. ¿Cuánto de priísmo, peronismo, chavismo o castrismo tendrá el gobierno de Gustavo Petro? Eso está por verse. Pero ya apunta maneras. El populismo se da su maña, le gusta el balcón, la puesta en escena, el ritual. Esa ministra de Salud, Carolina Corcho, en primer plano como ariete de la reforma de la discordia es toda una declaración de intenciones.
Esta primera crisis fue provocada por la filtración a la revista Cambio del documento presentado por varios ministros y por el director de Planeación con reparos a la reforma a la salud, proyecto que según los firmantes, no pasa el examen constitucional ni financiero. Petro y su ministra del ramo opinan lo contrario. Y para quienes crean que la pareja puede dar el brazo a torcer, ahí tienen la foto del otro día. Desde el punto de vista formal, pues, ninguna novedad, ha llegado la liturgia y el ceremonial propio de todos los populismos latinoamericanos. Ahora bien, el fondo del asunto que nos espera es para echarse a temblar.
Toda izquierda, de allende o aquende los mares, es adanista y suele llegar al poder aplicando una letal combinación de soberbia y torpeza, con una prepotencia moral y obcecación ideológica a la que a veces, muy pocas veces, la realidad obliga a aterrizar. Fue el caso arriba señalado del PSOE español, con un líder pragmático llamado Felipe González, que supo desbrozar de populismo el camino de un partido cuyo principal logro fue haber integrado a su país en Europa.
El adanismo de Gustavo Petro, sin embargo, augura tiempos aciagos para esta sociedad. Concretamente el emperramiento del presidente y la ministra Corcho con la reforma a la salud es una muy mala señal. Nadie niega que el sistema de salud colombiano requiere ajustes, complementos, arreglos. Cualquiera sabe de las carencias en ese campo en regiones apartadas del país, de la necesidad de una medicina preventiva en Colombia, por ejemplo. Pero de ahí a creer que nada de lo que había antes de tu llegada es rescatable, hay un buen trecho. Los anglosajones dicen, con muy buen criterio, “si funciona no lo cambies”, y el dicho resulta del todo pertinente para el actual sistema de salud colombiano.
Gustavo Petro, que parece no haberse enterado de que ya no está en campaña política, tuiteó, nada más oír por la W Radio por boca de Daniel Coronell, que Alejandro Gaviria no había sido la fuente de la filtración del famoso documento de la discordia: “De mis ministros y ministras solo exijo lealtad con el programa de gobierno, cero corrupción y resultados”. Ahora sabe que dentro de su equipo queda la “garganta profunda” que filtró la polémica carta, y debería ser consciente de que ha prescindido de un valioso colaborador por precipitación y prepotencia.
Ante la opinión pública Petro aparece hoy dando palos de ciego en la semana más amarga de su aún corto mandato: empezó con una oscura crisis ministerial, siguió con el secuestro, heridas y un homicidio de policías por parte de campesinos indígenas en Caquetá, y concluyó con la revelación de aportes del narcotráfico destinados a su campaña, presuntamente manejados por uno de sus hijos.
Es decir, la crisis no ha hecho más que empezar. Nadie piense, sin embargo, que las ceremonias y rituales, las declaraciones grandilocuentes y la búsqueda de fantasmales enemigos, otra seña de identidad del populismo, van a parar. De ese menú nos esperan todavía sofisticadísimos platos.