En 2016 hice una columna, “El Vallenato se acabó”, muy controvertida porque muchos consideran que el vallenato, debe mantenerse como lo concibieron los juglares, honrando las raíces y los sonidos originales; confieso que yo, en parte, pensaba así por el amor que siento por el folclor con el que crecí. Pero la realidad es que el vallenato tradicional, con su autenticidad, arraigo y acervo cultural, llegó a un punto en el que, aunque no implica que va a desaparecer, pues el catálogo de la música vallenata es muy extenso y los clásicos, además de inmortales, son imprescindibles en parrandas y festivales; sí tiene el gran desafío de evolucionar, en busca de sonidos más globales. La revolución digital y las herramientas tecnológicas de producción han derribado grandes muros, son opciones innovadoras que permiten trascender fronteras y entrar en nuevos mercados, dando pie a creaciones más actuales, diversas e interculturales.
La responsabilidad de la nueva generación es transformarse al nuevo vallenato y es el camino que ha encontrado Silvestre Dangond. En diferentes oportunidades he manifestado mi desacuerdo y he criticado varias de sus anteriores propuestas musicales porque no tenían una orientación definida, sin dejar de reconocer que era y sigue siendo el número uno del género. Con su concierto en el Campin demostró que, hoy, es un artista consolidado, más maduro, mejor rodeado y con una innegable proyección internacional, alejado de los celos parroquiales y las paranoias (“es que me quieren acabar y no han podido”) que no lo dejaban crecer. Atrás quedaron las inútiles peleas con Peter Manjarrez y Carlos Vives, también sus excesos y la conexión con la mafia, glorificando y promoviendo al traqueto de turno.
Ahora, Silvestre tiene el camino despejado, a través de la fusión, usando los elementos de la cultura musical vallenata fuera de su contexto original, llevando al género que tanto amamos en una nueva dirección, proponiendo intercambios rítmicos con otras armonías y melodías. Debe soltar la responsabilidad de defender lo indefendible, un folclor que ya no es lo que era. Bien me lo dijo una vez en su casa Jorge Oñate: “El Vallenato ya está hecho”.
Los artistas vallenatos nuevos tienen que definir su propio estilo y escoger entre el vallenato tradicional, sin tantas posibilidades de expansión internacional, con el chance de un reconocimiento local al pegar en emisoras, en las que casi obligatoriamente tienen que pagar para sonar tres meses y lograr así contrataciones en un ámbito regional, fiestas locales y pueblos vecinos, o el vallenato fusión, con nuevos ritmos, más instrumentos, pasar de ser conjunto a banda, una puesta en escena diferente que incluye más creatividad y mucho más profesionalismo y cuidado de la imagen, apostándole a optimizar sus productos de video, mejor manejo de redes sociales y letras más universales para aprovechar las plataformas. Pero para eso hay que entender la diferencia y es lo que por fin hizo Silvestre, aceptar que el crecimiento se hace en equipo.
La producción escénica en la tarima del Campín con sus colegas como invitados especiales, es un gran paso para que cambie el cerrado, envidioso y poco solidario, micro mundo vallenato del que habla Felipe Peláez, ese que no deja surgir a muchos. Felicitaciones a Silvestre Dangond porque lo logró, ahora debe enfocarse aún más en la música, tanto negocio alterno puede distraerlo del verdadero objetivo que es lograr ser un artista mucho mas internacional, que trascienda la historia vallenata, al fin y al cabo talento y carisma hay de sobra.