Cuando no recuerdo ahora qué medio de radio o televisión dijo que el presidente Gustavo Petro se reuniría hace unos días con varios gobernadores de la región Caribe, alguien a mi lado comentó: “apuesto que no va”. Y, efectivamente, no fue. Si en Colombia existiera una casa de apuestas, como hay en otros lugares del mundo, para jugar un dinero ante las posibilidades que deparan algunos acontecimientos políticos o sociales de público conocimiento, seguramente las ausencias presidenciales serían uno más de los juegos de azar.
Decía el filósofo español José Ortega y Gasset que toda realidad desconocida prepara su venganza y la sociedad colombiana haría bien en reflexionar sobre esta afirmación porque la realidad de lo que pasa con Gustavo Petro nadie la conoce; y si Ortega tenía razón, vaya uno a saber cuál es la venganza que nos depara el misterio de las ausencias presidenciales. Que, en algo más de un año, ya se acercan al centenar. Al comienzo, Petro llegó a decir que él no tenía el don de la ubicuidad, luego atribuyó la cosa a la inexperiencia de sus asesores, después a que él tenía derecho a descansar; y, francamente, ya se han agotado las excusas.
Debería producir sonrojo que un asunto de imperdonable mala educación, de falta de consideración con altos cargos nacionales y extranjeros, que ya ha sido objeto de atención en la prensa internacional, no tenga en Colombia consecuencias institucionales. En ningún país serio se toleraría una conducta semejante por parte del jefe del ejecutivo. Más de uno podrá decirme…, sí, terminen ustedes la frase. Seguro que tienen razón. Y en la empresa privada habrían echado a la calle hace tiempo a un empleado de esas características.
Aun así, la situación sigue exigiendo una respuesta por parte de los mecanismos de control del Estado para pedir aclaración a este asunto Algunos senadores de oposición (si es que tal cosa existe en la política colombiana) anunciaron, por allá a mediados de agosto, que presentarían en la alta cámara una solicitud para ordenar a Petro someterse a un examen médico, pero de aquello no hemos vuelto a saber nada y las ausencia y cambios de agenda del presidente continúan al orden del día, son casi marca de la casa.
El desconocimiento del origen de las ausencias presidenciales, como no podía ser de otra forma, ha dado lugar a todo tipo de especulaciones. A Petro se le atribuyen ahora desde misteriosas enfermedades, pasando por irrefrenables adicciones y hasta farras babilónicas que lo dejan, como dicen los taurinos, para el arrastre. Y, mientras no se sepa el origen de sus faltas y cancelaciones de agenda, crecerán las conjeturas y las hipótesis.
El asunto ha traspasado las fronteras de Colombia de tal forma que el episodio de un frustrado encuentro entre Petro y el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, demuestra que el jefe del ejecutivo colombiano es ya conocido por tan singular costumbre. Durante las jornadas de la pasada Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York, la delegación surcoreana canceló a Gustavo Petro el encuentro con el señor Suk-yeol cuando vieron que el colombiano, como siempre, no llegaría a tiempo.
Luego, al parecer después de frenéticas gestiones diplomáticas, se logró que el coreano lo recibiese…, y aquello se presentó como un logro internacional y “un desmentido a la oposición que siempre busca descalificar”, cuando lo que debería haber producido el episodio sería vergüenza.
Por cierto, una de las pocas cosas sensatas que le he oído a Gustavo Petro —en campaña política como candidato, hace casi dos años— fue que le gustaría para Colombia un destino como el de Corea del Sur. No era una meta desdeñable.
Hace medio siglo Colombia era un país más desarrollado que el sur de la península coreana, recién salido de una guerra que partió en dos el país, quedando la región del norte, la más rica, en manos de un régimen comunista. Con gran sacrificio por parte de su pueblo y con la educación como principio rector de la sociedad, Corea del Sur se transformó en la potencia que es hoy.
Con su presidente llegando tarde o no llegando nunca a las reuniones con colaboradores, colegas o simples ciudadanos de a pie, Colombia, si acaso, puede aspirar a ser como Afganistán.