Recuerdo vivamente el día en que Íngrid Betancourt fue secuestrada por las Farc. La noticia, como a millones de colombianos, me dejó estupefacta. Nunca he caído en la trampa de señalarla ni de juzgarla por la imprudencia de haberse metido a la boca del lobo, horas después de que el gobierno de Andrés Pastrana levantara la zona de despeje que le había concedido a los terroristas de las Farc.
Cuando ocurrió el secuestro, la guerrilla era poderosa. Sus estructuras criminales estaban más fuertes que nunca. El Estado no contaba con las herramientas para contener la amenaza, cientos de municipios que no tenían presencia de la Fuerza Pública sufrían el rigor de los violentos que ejercían como amos y señores de esos territorios.
No viene al caso entrar en las muchas versiones que hay respecto de lo que ocurrió horas antes del secuestro de Íngrid Betancourt en el aeropuerto de Florencia, donde se encontraban el primer mandatario y la cúpula de las Fuerzas Militares.
Cierto es que la entonces candidata presidencial fue advertida de los riesgos a los que se enfrentaba al tomar la carretera hacia San Vicente del Caguán. Eso no justifica, ni explica, ni mucho menos la responsabiliza por lo ocurrido.
Durante los casi 6 años y medio que estuvo secuestrada, Colombia entera estuvo pendiente de su suerte. En 2008 millones de ciudadanos, indignados con las imágenes de ella muriendo en la selva, salimos a marchar en contra del secuestro y en contra de las Farc.
En múltiples intervenciones, el presidente Uribe ha narrado en detalle los muchos esfuerzos que hizo su gobierno y las gestiones de toda índole para lograr la liberación de Betancourt. Recuerdo puntualmente el caso de Rodrigo Granda, jefe terrorista que fue capturado en una operación cinematográfica en la frontera entre Colombia y Venezuela. A pesar de su peligrosidad, el gobierno del presidente Uribe no dudó un instante en procurar su liberación. ¿Por qué se tomó esa arriesgada determinación? El gobierno de Francia -país del que Ingrid Betancourt también es nacional- transmitió un mensaje en el sentido de que la liberación unilateral de Granda se constituiría en una señal favorable para que las Farc, en reciprocidad, procedieran a devolver a la excandidata presidencial.
Por supuesto, la guerrilla no cumplió, hecho que no amilanó al gobierno ni desanimó a nuestra Fuerza Pública, esa misma que planeó y ejecutó la célebre ‘Operación Jaque’, sin duda alguna una de las mejores acciones de rescate de secuestrados de la historia de la humanidad. Decenas de soldados pusieron en riesgo sus vidas para devolver a Íngrid y a otros secuestrados a la libertad que nunca debió haberle sido arrebatada por los terroristas.
Traigo esta historia a colación porque recientemente ella participó en un foro en el que presentó un nuevo libro suyo, evento en el que aseguró que a la clase política estuvo muy interesada en que ella permaneciera secuestrada. La falta de grandeza y de sensatez de Betancourt son escalofriantes. A veces, fustiga a las Farc, a veces los absuelve y ahora descarga el dolor que le ha producido su tragedia señalando injusta y mentirosamente a quienes, por cierto, se jugaron la vida y su capital político por sacarla del inmundo hoyo en el que la tuvo durante largos años la narcoguerrilla colombiana.