Como si se tratara de la clásica novela de Rómulo Gallegos, Nicolás Maduro bien podría ser llamado don Bárbaro por todas las truculentas maniobras que ha realizado, en ayuda del régimen, para hacerse al poder y no soltarlo. En la convencional división entre “civilización y barbarie”, Maduro y sus copartidarios están indiscutiblemente del lado de la segunda.
De tal suerte, Maduro ha hecho su inscripción ante el Consejo Nacional Electoral como candidato a reelegirse sin que la oposición pueda hacerlo, en igualdad de condiciones, tal como lo refleja perfectamente el caso de Corina Yoris. Por si acaso, las feministas poco ruido han desatado por la manera en que María Corina Machado tuvo que apelar a esta estrategia para no perder un potencial electoral que, según las encuestas, es superior a la del régimen.
Ese hombre por quien nadie apostaba un “Bolívar” lleva once años en el poder, desde que murió Hugo Chávez, en marzo de 2013. A partir de ese momento, se hizo el indiscutible protagonista de Miraflores aun cuando se pensaba que caería rápidamente gracias a su bajísimo perfil intelectual y a lo pintoresco si se le compara, por ejemplo, con el inspirador del título de esta entrega quien presidió los destinos venezolanos durante 1948.
Mientras Chávez duró 14 años, desde 1999 hasta 2013, Maduro lleva 11 y se perfila para 17 años, si no sucede nada extraordinario porque la reelección asegurada la tiene, esto nadie lo duda. En otras palabras, Maduro se sumará a la lista de dictadores que habrán “mandado” en Venezuela como si, en ese país, no hubiese otoño para los patriarcas.
Así como José Antonio Páez y Antonio Guzmán Blanco en el siglo XIX son nombres recurrentes, en el siglo XX Juan Vicente Gómez tal vez sea el más emblemático y algo similar se preveía para Chávez, pero la muerte no lo permitió. Ahora, la gran sorpresa es que contra todo vaticinio, Maduro posiblemente superará el mandato del Teniente Coronel nacido en Sabaneta-Barinas.
Durante el mandato de Chávez tomó muchísima fuerza la tesis que explicaba que así como el Teniente-Coronel y El Gran Capagatos, se habían atornillado a la presidencia gracias al poder del petróleo y a la manera en que Venezuela se había convertido en un Estado rentista moldeando, a través del crudo, la cultura política de una sociedad igualmente rentista. Esta lectura estandarizada estuvo inspirada, en gran medida, por el clásico “Venezuela: política y petróleo” escrito por Rómulo Betancourt.
Dicho de otra manera, la “maldición del petróleo” le había dado al Estado venezolano la apariencia de una riqueza ilimitada y a la sociedad una conducta poco proclive al trabajo, todo esto por cuenta de la lógica económica de “sembrar petróleo”, según el decir de Uslar Pietri. Tal vez Maduro no sea la excepción de este patrón de conducta en la relación Estado-Sociedad, pues, por estos días, el WTI se cotiza por el lado de los 80 USD por barril.
Bajo esta lógica, lo anterior también explicaría que el mismo régimen se atreva a romper “el Acuerdo de Barbados” que buscaba, según su texto original, “ promover la autorización a todos los candidatos presidenciales y partidos políticos, siempre que cumplan con los requisitos establecidos para participar en la elección presidencial, consistentes con los procedimientos establecidos en la ley venezolana; asimismo conforme a los principios de celeridad, eficiencia y eficacia recogidos en la Constitución”.
Una vez bloqueada electoralmente la oposición, las críticas empezaron a llegar desde La Casa Blanca, a través de su vocero, quien dijo "As we stated in January, we are committed to maintaining sanctions relief if Maduro upholds the commitments outlined in the agreed-to Barbados electoral roadmap". A estas críticas se sumó Brasil que, por médio de Itamaraty, expresó que "acompanha com expectativa e preocupação o desenrolar do processo eleitoral". A dicha preocupación se adhirieron países como Guatemala, Argentina, Perú, Paraguay, Costa Rica, Ecuador y Uruguay.
Que Maduro haya burlado el “Acuerdo de Barbados” es razón más que suficiente para no confiar o creer que respetará lo acordado, en diciembre pasado en San Vicente y las Granadinas, a fin de evitar cualquier confrontación armada, por la región del Esequibo, con el presidente de Guyana, Irfaan Ali.
Así como no se le puede creer al tirano de Miraflores que cumpla la palabra empeñada con el pueblo guyanés en beneficio de la paz hemisférica, tampoco resulta creíble que Gustavo Petro esté en desacuerdo con la dictadura venezolana.