Un día de junio de 2022, el juez Darío Carpio Estévez de la localidad gallega de Orense, en el noroeste de España, autorizó a una niña que decía llamarse Alejandro a que de ahí en adelante se identificase como niño. La madre de aquella chica, envuelta con su hija en la bandera tricolor trans —azul, lila pálido y blanca— apareció en toda la prensa nacional, exigiendo cuanto antes la aprobación de una ley que cursaba entonces su polémico procedimiento en las Cortes o parlamento español.
Al juez Carpio Estévez le bastó una conversación de 10 minutos con “Alejandro” sin necesidad de informe psiquiátrico, para admitir que a efectos legales se encontraba frente a un chico. La información que se difundió entonces sobre el caso aseguraba, sin embargo, que el auto estuvo precedido de una exhaustiva investigación jurídica. El caso de este niño (llamémosle así de aquí en adelante por imperativo legal) es seguramente uno más del medio millar de personas transexuales que hay hoy en España.
El reconocimiento de sus derechos, que casi nadie se atrevió entonces a discutir, no impidió que la más enconada polémica envolviese todo cuanto tuvo que ver con la ley que los regula. Y no necesariamente en las franjas más conservadoras de la sociedad. Las críticas partieron también del seno del propio gobierno en donde la entonces Vicepresidente de Pedro Sánchez, Carmen Calvo, se oponía a que un menor pudiese elegir su género por “mera voluntad”.
La ley, en todo caso, salió adelante en buena medida por el empeño de la ministra de Igualdad, Irene Montero, militante del neoleninista partido Podemos. El texto legislativo aprobó que niños y niñas puedan elegir desde los 12 años a qué género desean pertenecer; desde los 16 lo permite sin consentimiento paterno, y autoriza el cambio de nombre antes de los 12 años.
La ley fue criticada por la prensa conservadora “como un intento irresponsable de imponer una doctrina que carece de crédito científico”. “Es absurdo negar el peso de la biología en el desarrollo del individuo, o reducir el género a un mero capricho genético, como si la inscripción en un Registro Civil tuviera el poder de alterar la realidad física y psíquica del ser humano”, editorializó el diario El Mundo.
La ley salió adelante, como otras no menos polémicas amasadas de la factoría de un feminismo radical que brilló hasta la última remodelación de gabinete en el ministerio de Igualdad español, La ley habrá servido, seguramente, para ayudar a personas profesionalmente diagnosticadas de disforia de género. Pero su redacción radical, y los chapuceramente elaborados artículos, permiten hoy situaciones disparatadas e hilarantes.
Es el caso de un colectivo de militares, policías y guardias civiles; unos señores con toda la barba, casados, con hijos y que conservan sus nombres masculinos, que han decidido declararse legalmente mujeres, y aprovecharse de las ventajas que su nueva condición sexual les concede. El portavoz de este colectivo, que se identifica ante los medios solo con el nombre de Juanjo (Juan José, tal vez) asegura que de momento son unos 200, pero que están desbordados de peticiones para ingresar en la organización, llamada TNN, y que espera que llegarán a ser miles.
Juanjo, que se define a sí mismo con un “trans no normativo”, cargado de ironía y recochineo agradece a Irene Montero que haya “generado un cambio de paradigma”. No es necesario pasar por el quirófano para cambiar de sexo gracias a esta generosa ley española. “Una persona trans es la que se identifica con el sexo contrario al que tiene registrado. Por eso nos ha venido bien la ley, estamos muy agradecidas”, dice Juanjo. “Estamos saturadas por las muestras de apoyo, pero también por los ataques”.
La portavoz de este peculiar colectivo “femenino de uniformadas” ha aparecido reivindicando sus derechos de hembra en diversos programas de televisión en donde las entrevistadoras, en su mayoría mujeres de las de toda la vida, no han podido ocultar su indignación por lo que consideran un fraude de ley.
Un activista en redes sociales reaccionó ante el enfado de las periodistas con su nueva “congénere”, tan calva y tan barbada, y dejó esta frase lapidaria para la reflexión de los electores: “Disfruten de lo votado”.