Con ocasión del reciente debate presidencial de EE. UU. en CNN, se ha intensificado la controversia sobre la pertinencia de los liderazgos maduros, un eufemismo a menudo utilizado para referirse a los líderes mayores, en un contexto mundial cambiante y complejo que se considera similar al que precedió a la Segunda Guerra Mundial. Es una controversia delicada, que toca las fibras sensibles de toda la población. Nadie se salva; todos fuimos jóvenes y algunos llegaremos a viejos.
La capacidad no se mide en años, y Colombia no es la excepción. Alejandro Magno murió a los 32 años, después de haber sido rey de Macedonia, conquistado el Imperio Persa y difundido la cultura griega en el Mundo Antiguo. Asimismo, Luis Carlos Galán Sarmiento fue ministro de Educación de Misael Pastrana Borrero a los 26 años, y fue precisamente por su juventud y reciente egreso de la Javeriana que pudo mostrar su liderazgo en el más alto nivel de la Administración. Y es que Carlos Lleras Restrepo, padrino político de Galán, fue secretario de Gobierno del alcalde de Bogotá a los 24 años y se hizo elegir representante a la Cámara a los 28, con lo cual no podría haber rechazado una mente tan brillante por el solo hecho de ser joven.
Queda así demostrado que la capacidad no se adquiere por prescripción, por el mero paso del tiempo, y que la experiencia no es sinónimo de edad. Pero las mentes serenas descartan las respuestas fáciles. La historia universal también ilustra el inmerecido rechazo de los liderazgos de personas mayores. Winston Churchill enfrentó a Adolf Hitler en los años 40, cuando tenía más de 60 años, y Franklin D. Roosevelt cumplía 59 años cuando EE. UU. le declaró la guerra a Alemania tras el ataque a Pearl Harbor. Tampoco es cierto, entonces, que las personas mayores no puedan aportar a la vida pública.
El problema con Joe Biden no es su edad, sino los efectos que esta ha tenido en su capacidad mental. Aunque ha sido uno de los mejores presidentes de los EE. UU. de las últimas décadas, su habilidad para enfrentarse a Donald Trump se ha visto gravemente mermada en los últimos meses —como quedó demostrado en el debate de CNN—. La dificultad que tuvo para terminar frases o expresar sus ideas opacó su autoridad para mostrar los logros y el liderazgo que ha ejercido durante el gobierno en curso.
La estabilidad y seguridad de Occidente penden del delgado hilo de su prudencia. Para reivindicar los valores democráticos de su partido político, Biden debería renunciar a su candidatura y dar paso a una mujer como Kamala Harris o al rostro poco desgastado de Gavin Newsom. Sea cual sea la opción, los EE. UU. tienen el reto de demostrar que la democracia tiene futuro como alternativa de poder frente a las autocracias del mundo. Tal desafío está por encima de cualquier vanidad, de cualquier orgullo.
Los debates que da un demócrata deben basarse en la verdad, ser lógicos y contundentes contra el abuso del poder, y seguros de estar del lado correcto de la historia. Las evasivas, la apelación a la tristeza y las demás formas depresivas de comunicación pueden llevar a la condena de un segundo mandato de Donald Trump. Por tanto, el Partido Demócrata y sus electores deben tomar cartas en el asunto. La cuestión no es la edad, sino la capacidad y el vigor mental para liderar.