Se celebró los días 5 y 6 de octubre en la ciudad andaluza de Granada, al sur de España, una de esas cumbres de jefes de Estado y de Gobierno que suelen servir solo para que los políticos se hagan unas fotos de recuerdo y posen satisfechos ante las cámaras encantados de haberse conocido. Personalmente, por razones profesionales, asistí a varias en el pasado y puedo dar fe de su inutilidad y aburrimiento. Se preguntarán ustedes entonces para qué ocuparse de ésta.
Pues verán, el hecho de que Vladimir Putin hubiese decidido saludar con sangre la tercera cita de la Comunidad Política Europea (estaban invitados a Granada no solo los máximos representantes de la Unión Europea sino de naciones tan lejanas y distantes en intereses políticos, económicos y culturales como Armenia y Nagorno Karabaj, entre otros).
El jefe del Kremlin, efectivamente, ordenó un ataque al este de Ucrania, en un pueblo llamado Horoza, contra una tienda de comestibles, ataque en el que murieron 51 personas. Se trata de la segunda peor matanza de civiles en lo que va de guerra, y lo hace justamente como un mensaje a los reunidos en la ciudad andaluza que tenían como invitado de honor a Vlodimir Zelenski, su archienemigo ucraniano. Semejante despliegue de brutalidad no parece producto de los azares del conflicto, tiene toda la pinta de acto premeditado para que medio centenar de civiles inocentes y ajenos al conflicto aplaquen con sus vidas la furia criminal de un guerrero a quien las cosas no le están saliendo como pensaba.
Pero la cumbre, que reunió a la Comunidad Política Europea, para tratar entre sus asuntos principales temas de inmigración y de la futura ampliación de la Unión Europea, precisamente dejó ver las primeras grietas en el apoyo del envío de armas a Ucrania. Grietas que el anfitrión, Pedro Sánchez, procuró rellenar prometiendo el envío de unos cuantos lanzadores Hawak. Pan para hoy y hambre para mañana, según los expertos. Y esto en el clima de perplejidad que crean países como Polonia, Hungría y Eslovaquia que, al romper el apoyo monolítico europeo a Ucrania, rompen la unidad que hasta ahora vertebraba las decisiones de la Unión al martirizado pueblo ucraniano.
Hay un peligroso agotamiento y cansancio con la guerra en Ucrania. Estados Unidos ha tenido que aplazar algunas de las partidas financiera a Ucrania debido a la discordia entre demócratas y republicanos que ha terminado por decapitar su Cámara de Representantes. Por si ello fuera poco Polonia ha decidido suspender la entrega directa de armas a Ucrania debido a las disputas internas que genera el comercio de productos agrícolas ucranianos; igual hacen Hungría y Eslovaquia, y en este último país la victoria electoral de un socialdemócrata simpatizante de Putin, Robert Fico, llega a complicar las cosas.
La posibilidad de que Donald Trump gane las elecciones norteamericanas en 2024 y de que Europa cargue con el peso del conflicto ucraniano constituye un escenario de pesadilla para los líderes europeos. La dura realidad es que las sanciones no han hecho a Rusia el daño que se esperaba y el gobierno de Moscú, y más concretamente Vladimir Putin, ha conseguido hacerse con el apoyo de Pekín, por lo menos la no condena que era de esperar de India, y la simpatía abierta de países africanos y latinoamericanos, entre estos Colombia. Examínese las declaraciones y apariciones en las redes sociales de Gustavo Petro.
En la cumbre de Granada Vlodimir Zelenski, con su elocuencia habitual, recordó a los líderes europeos que “gracias a Ucrania los soldados de sus países no están luchando en estos momentos en el campo de batalla”. Pronosticó que seguramente en 2028 el líder ruso habrá restaurado todo su potencial bélico, y que “Ucrania tiene que ganar para que Putin no siga agrediendo”. Y para rubricar sus palabras en forma de imágenes llegaron desde oriente de Ucrania, los cuerpos destrozados de medio centenar de civiles con los que Vladimir Putin quiso saludar esta cumbre europea.