Da coraje -rabia, enfado, disgusto- el gobierno del mequetrefe empeñado en destruir, destruir y destruir. No cabe duda. Pero al coraje –valor, decisión, apasionamiento- al que voy a dedicarle los siguientes renglones es el que tanto nos hace falta para enfrentar una situación que, por lo agobiante, puede llevarnos a tirar la toalla convirtiéndonos en testigos pasivos del derrumbe de nuestra patria. Voy a hacerlo de la mano de Charles Pepin, curioso personaje –filósofo por cierto-, cuyo nombre pareciera el seudónimo de un comediante de Stand Up, como también su voz, su figura y su presencia escénica: un cincuentón de pelo tan desarreglado como su pinta, pero con tenis blancos, muy a la moda, en un escenario, que tiene la apariencia del de una fiesta infantil, desde donde habla, con desparpajo, llegando a citar a Aristóteles, Hegel, Goethe o Beckett. Como bien dice el dicho, las apariencias engañan y lo que nos va a decir es cosa para tomar en serio. Su excelente reflexión, que pude ver por YouTube, no podría ser más a propósito en un momento crucial en la, tan llena de peligros, coyuntura política que padecemos.
Si entre la temeridad y la cobardía -nos propone Pepin- tendemos un hilo y con dos dedos lo cogemos del medio tensionándolo hacia arriba, justo ahí aparecería el coraje. Tratar de ser tan poco temerario como cobarde, ya que la primera es ciega y no se hace responsable de sus actos y la segunda se nutre de buscar razones para no intentarlo por el miedo al fracaso, para cultivar el coraje que, a pesar de una relativa no preparación y haciéndonos responsables de las consecuencias posibles, nos obliga a la acción. Según Alain, el secreto de la acción es poner manos a la obra. Lo absoluto, el coraje como idea, no tiene consecuencias mientras no se actué en lo real.
Acostumbramos hablar de valores como si estuvieran en el mundo de las ideas. Para Pepin hay que encarnarlos, llevarlos de esa vaguedad a lo concreto. El coraje es luchar siempre porque los valores tengan un lugar en lo real, sin abdicar, tratando de hacer vivir a los valores a partir de una ética de los pequeños pasos, sin caer en la desilusión, progresar cada día y celebrarlo, propone Pepin.
Con ese tono prosigue la charla el filósofo y comunicador francés para terminar planteando la buena relación que se lleva el coraje con el fracaso. Nos dice que a partir del momento en que nos ponemos manos a la obra habrá necesariamente errores. Cita a Samuel Beckett: “Lo intentaste. Fracasaste. Inténtalo de nuevo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. El tono pesimista beckettiano es forzado para que encaje dentro de la propuesta optimista de Pepin pero no importa, su lema es: “Todo éxito es un fracaso rectificado”.
La pregunta que me avasalla luego de escuchar a Pepin y su elogio al coraje es qué tan corajudo he sido en mi vida y especialmente en el momento presente. Cuando las cosas se han salido de madre se tiende a desplazarse, peligrosamente, de la temeridad a la cobardía, que son mucho más cercanas de lo que aparentan. Es frecuente decirnos que ya no hay nada que hacer cuando siempre y en toda situación, por grave que sea, hay un campo para la acción. De ahí la importancia de la propuesta de Pepin apoyada en el mundo de lo real (Aristóteles) y no en el de las ideas (Platón). Ponernos siempre manos a la obra, colocar la acción como la generadora de coraje, dejar la actitud pasiva y condescendiente -amiga de la cobardía-, evitar las reacciones violentas y súbitas -compañeras de la temeridad ciega a las consecuencias y alejada de la responsabilidad-.
Y la inevitable pregunta acerca de qué hacer aparece como un tábano en la poco deseable situación por la que pasamos los colombianos. Ni siquiera la ilusión de unas elecciones regionales nos levanta el ánimo. La inmensa frustración resultante de la farsa de las pasadas presidenciales llegó para quedarse, si no pasamos a la acción, claro está. Habrá quien considere que desahogarse por las redes sociales puede ser una forma activa de oponerse al régimen. No lo sé, aunque considero que es mejor hacerlo que no hacerlo así se corra el peligro de que se colabore con el enemigo poniendo toda la atención en él como ocurrió con Petro y está ocurriendo con su compinche Bolívar. Pero es necesario ir mucho más allá de esa poco efectiva acción.
La cobardía como la temeridad son contagiosas. El coraje, en cambio, se cultiva y germina con la acción. Poner manos a la obra sin el temor paralizante al fracaso y sin la excusa de que las cosas se nos salen de las manos, puede llegar a ser ejemplarizante y motivador para no rendirnos nunca.