El pasado Campeonato Mundial de Fútbol Femenino, celebrado en Australia y Nueva Zelanda, ha tenido unas secuelas, buenas y malas, de las que aún oiremos hablar durante un tiempo. El triunfo de la selección española al coronarse campeona del mundo, marca un hito en el deporte de aquel país. Y, en términos generales, el desarrollo de este torneo ha contribuido a entronizar una rama del fútbol que hasta ahora parecía la hermana menor de ese deporte. Bien, pues, por la normalidad.
Otra cosa son los hechos extradeportivos ligados a este acontecimiento que, por lo que se ve, traerán una larga cola. El beso en la boca no consentido del presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, a una jugadora del equipo campeón en plena euforia de celebración del triunfo, ha desembocado en un tsunami social equivalente al Me Too que en 2018 se hizo viral en las redes sociales para denunciar las agresiones y acoso sexual en el mundo del cine, al destaparse la conducta en ese sentido del productor Harvey Weinstein en Estados Unidos.
La propia FIFA ha abierto un expediente a Rubiales por su “conducta inapropiada” y ya tenemos el incidente globalizado. Mejor todavía, cuando todo mundo daba por hecho que Luis Rubiales dimitiría de un cargo que siendo estrictamente deportivo implica la imagen de su país en el exterior, cuando hasta los medios más serios y enjundiosos editorializaban sobre la caída de este señor, Luis Rubiales se descuelga en una Asamblea General Extraordinaria de su Federación con una negativa a dimitir. Hasta cinco veces dijo que no dimitirá.
Supongo que lo echarán de todas maneras, ignoro cómo, pero terminarán por echarlo porque la presión es grande. La cuestión es que este episodio aunque extradeportivo, nos lleva a cuestionarnos para qué sirve el fútbol. Me dirán que para muchas y muy positivas cosas como, por ejemplo, proyectar la imagen de un país.
Antes del famoso y polémico beso, Luis Rubiales, cuando sonó el pitazo que sellaba el triunfo de España ante Inglaterra y que le daba al equipo ibérico la estrella de campeón, procedió a rubricar la celebración agarrándose los genitales ostensiblemente y la imagen le dio la vuelta al mundo. A su lado estaba Letizia, la reina de España, y su hija, la infanta Sofía.
Un gesto casi similar se lo vimos hacer al portero de Argentina, Emiliano “Dibu” Martínez, al coronarse el equipo gaucho campeón del mundo en el torneo celebrado en Qatar en diciembre de 2022. Para Dibu y Rubiales, por lo visto, ganar en fútbol es cuestión de pelotas y ahí es donde el asunto se hace más que discutible y merece, si se trata de proyectar imagen de un país, depuración de sus integrantes; sean estos jugadores, directivos o empresarios de ese negocio.
Perdonen los fanáticos por llamarlo así pues ya sé que para ellos se trata de una religión. Por algo se les llama fanáticos. Aunque esto que aquí planteo, ya lo sé, no es más que un deseo retórico pues nada va a cambiar. Rubiales es un lord inglés al lado del anterior presidente de la Federación Española de Fútbol que estuvo mangoneando en el cargo casi un cuarto de siglo. Así que Rubiales, cuando salga, podrá decir aquello de “otro vendrá que bueno me hará”. Seguro, porque el mundo del fútbol es así por naturaleza.
Jorge Luis Borges, que odiaba el fútbol, tiene frases demoledoras sobre este deporte, y en el monumental Adolfo Bioy Casares- Borges encontramos este diálogo entre los dos argentinos: “Borges: ‘¿Has oído en estos días la palabra seleccionado? El seleccionado argentino de fútbol... Linda selección de brutos’. Boy: ‘Una culpa del fútbol es desalojar del deporte su mayor virtud: la de enseñar a la gente a ser buena perdedora. El fútbol ha impuesto la pasión de sus multitudes de espectadores, que no entiende de generosidades’”.
Habrá quien me diga que Borges era ciego y odiaba las multitudes, y que Bioy Casares era incapaz de ver revelaciones y poesía en un túnel o una gambeta. Comoquiera que sea al fútbol le harán falta siempre caballeros (y señoras, sí, claro, también), porque es el espejo en el que inevitablemente se miran muchos jóvenes en todo el mundo. Pero gentlemans como Messi nacen solo una vez cada cien años, y cuando los hacen rompen el molde.