Yo me acuso de actuar y pensar como un estúpido y me confieso culpable. Soy culpable de no haber sostenido lo que mi intuición me mostraba de manera clara, buscando en la razón motivos etéreos de esperanza y optimismo. Culpable de estar a la defensiva cuando tendría que haber atacado. También, culpable de dejarme llevar por la confianza de creer haber vencido al enemigo hace cuatro años cuando lo que hicimos fue robustecerlo. Culpable de cerrar los ojos a la estrategia de Santos y de la estructura criminal a quien servía: ya tenían el plan macabro para tomarse a Colombia. Culpable de que estemos en caída libre en un abismo del que nos será muy difícil salir.
Los antecedentes de la desgracia ocurrida el día de ayer, 19 de junio, los encontramos desde comienzos del siglo pasado cuando quedamos en la mira del comunismo internacional por nuestras riquezas y una posición geográfica inigualable en el mundo. A través de distintas alianzas, especialmente con el partido liberal, se logró mantener seca la dinamita que tarde o temprano explotaría. El 9 de abril fue una explosión controlada que abriría el boquete para que entrara de nuevo el país en una guerra civil que vino a apaciguarse con un pacto que llevó al Frente Nacional de vergonzoso final: el robo de las elecciones perpetrado por Carlos Lleras Restrepo a su antiguo enemigo, Rojas Pinilla.
Ante esta acción antidemocrática el pueblo se hizo el de la vista gorda y hoy pagamos las consecuencias. Lleras Restrepo debió ser juzgado por traición a la Patria y el congreso proceder a llamar a nuevas elecciones, esto o cualquier cosa distinta a tolerar semejante patraña urdida por Alberto Lleras Camargo inflando en las páginas de El Tiempo al General para sabotear una elección en la que su partido no tenía derecho a participar. De ahí nació, no por generación espontánea, el M19 que se hizo público con una campaña publicitaria desde el mismo periódico de la familia de quien años después propiciaría un golpe brutal a la democracia colombiana.
Me declaro culpable de haber apoyado cambiar la Constitución para reelegir a Álvaro Uribe. Fue un quiebre a una frágil democracia de porosas instituciones. Nos habríamos ahorrado que la justicia se politizará y muchas de sus arbitrarias sentencias. Soy culpable de haber tolerado que una serpiente resbalosa y llena de veneno ocupase el ministerio más importante cuando se libraba la batalla final contra los terroristas de izquierda y de derecha. Las consecuencias fueron desastrosas. Las bandas narcoterroristas, aunque muy golpeadas, quedaron a la espera de ser reanimadas por el gobierno corrupto y traidor de Juan Manuel Santos. Fraudulentamente ese sujeto fue reelegido, le robaron las elecciones a Óscar Iván Zuluaga de quien sabían que no reaccionaría, como tampoco su partido. Ese precedente dejó al país en manos de una alianza criminal que es un verdadero Leviatán.
Ganamos con el NO un plebiscito que tenía como único fin justificar el acuerdo FARC-Santos ante la comunidad internacional. Álvaro Uribe se tomó la vocería de los que dijimos NO y negoció lo innegociable dejando la apariencia de que los del NO quedamos conformes. Las consecuencias han sido desastrosas, lo de ayer es la culminación de ese largo proceso.
Luego de las ridículas consultas del 13 de marzo que tenían como único fin el de poner toda la atención en Petro y a las que le hicieron el juego los alfiles de Santos, se vino la inesperada renuncia del único candidato que tenía la capacidad de enfrentar al Leviatán. ¿Se acobardó Óscar Iván Zuluaga? Debieron de haber motivos poderosos para actuar así cuando tenía la opción de ganar. Desde ahí perdí toda esperanza.
Me acuso de haber intentado creer que un personaje como Fico tuviera las agallas que no tuvo Zuluaga. La más grave acusación que pesa sobre mí es la de haber querido creer cuando ya había visto con claridad la jugada de poker que realizaron cuando colocaron un comodín como Rodolfo Hernández, sin partido y con respaldos de última hora muy poco sólidos, que no pondría reparos a las jugarretas de esa campaña sucia ni a los votos aparecidos de la nada por obra y gracia del registrador que llevarían a Petro a la presidencia.
Me declaro culpable de no haber levantado mi voz con más fuerza. Se me ha tachado de fanático de ultraderecha y de uribista debido a mi manera de expresarme. Soy culpable de haber atendido a quienes me hicieron llamadas a la discreción. No nos enseñaron a desconfiar de todo, dice Brel en una de sus canciones cuyo sonsonete escucho como un mantra que me recuerda lo estúpido que he sido.
Ante estas acusaciones y la confesión de culpa, me condeno a una terquedad infinita que me impida caer de nuevo en falsas ilusiones.
Una nota al margen: Gustavo Petro se considera ungido. Por extraña y muy siniestra coincidencia, el 19 de abril, día de su natalicio, coincide con el nombre del movimiento M19 que, por desgracia, ayer se autoproclamó vencedor en unas fraudulentas elecciones, y con el vil asesinato del líder sindical de raza negra, José Raquel Mercado perpetrado por la misma banda terrorista un 19 de abril de 1976. Pero eso ya es historia vieja para el cajón del olvido