Gloria Diaz

Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado; Magíster en Estudios Interdisciplinarios sobre desarrollo; especialista tanto en Gestión Regional del Desarrollo como en Gestión Pública e Instituciones Administrativas de la Universidad de los Andes. Tiene amplio conocimiento y experiencia en agenda legislativa y control fiscal, y un gran interés por la implementación, ejecución y evaluación de políticas públicas. Gerenció la Contraloría General de la República en el departamento de Boyacá. Así mismo, fue Edilesa de la localidad de Santa Fe.

Gloria Diaz

Colombia: un paraíso en llamas

Colombia, el "país de la belleza", ese eslogan tan bien vendido en ferias internacionales y en videos promocionales con playas cristalinas, cafetales interminables y selvas exóticas. Pero detrás de la fotografía idílica, hay una verdad incómoda: la violencia y el abandono siguen siendo la moneda de cambio en amplias regiones del país. Queremos que los turistas vengan, pero este gobierno olvida garantizar que puedan salir con vida.

Vale la pena mencionar que el conflicto armado ha azotado el país desde hace décadas, destrozando no solo vidas y familias, sino también cualquier posibilidad de desarrollo sostenible. Millones de desplazados, territorios saqueados por la guerra y un Estado que solo aparecía en campañas electorales. Sin embargo, con el Acuerdo de Paz de 2016, por fin se vio una luz al final del túnel. No solo se trataba de silenciar los fusiles, sino de abrir una ventana de oportunidad para el turismo y la economía local en regiones históricamente olvidadas.

Con la pacificación parcial de zonas como la Sierra Nevada, el Catatumbo y el Pacífico colombiano, se abrieron las puertas para el turismo rural, ecológico y comunitario. Comunidades enteras, que antes sólo conocían la guerra, comenzaron a organizarse en cooperativas, asociaciones y proyectos turísticos. El turismo se convirtió en una vitrina global: mostrarle al mundo que Colombia es más que narcotráfico y guerrilla, que también es biodiversidad, historia y cultura.

En tal sentido, los datos y las cifras hablaban por sí solos. En el año 2019, antes de la pandemia, Colombia recibió más de 4,5 millones de turistas internacionales, con un crecimiento del 3,4% anual, según ProColombia. El turismo logró generar ingresos superiores a los 6.800 millones de dólares, convirtiéndose en uno de los principales sectores de la economía.

Pero claro, este país tiene un talento innato para dispararse en el pie. Por otro lado, la tan aclamada "paz total" del actual gobierno ha hecho de la inseguridad una política de Estado. Hoy, las mismas regiones que estaban comenzando a prosperar han vuelto a ser escenario de enfrentamientos entre grupos armados, desplazamientos forzados y paros armados. ¿De qué sirve construir ecoturismo en el Cauca si los turistas deben llegar con chaleco antibalas? ¿De qué sirve promover a la Sierra Nevada y el Magdalena Medio como paraísos naturales si los índices de violencia se encuentran por las nubes?

La realidad es que hoy el campo de batalla ya no es sólo rural, también es económico. El turismo, que podría ser una fuente inagotable de desarrollo para las comunidades, es cada vez más frágil. El Chocó, por ejemplo, un paraíso natural con el mejor avistamiento de ballenas en el mundo, está sometido a la ley del fusil. La Defensoría del Pueblo alertó que el 73% del territorio nacional está bajo amenaza de grupos armados y aunado a lo anterior, con el reciente paro armado por parte del ELN, el panorama no parece mejorar. 

Pero sigamos vendiendo la idea de un país en paz. La respuesta internacional a esta situación ha sido contundente: Estados Unidos, Reino Unido y Canadá han actualizado sus advertencias de viaje, recomendando evitar departamentos enteros como el Chocó, Arauca, Cauca y Nariño. Si no pueden garantizar la seguridad ni de sus propios ciudadanos, ¿cómo esperan que un turista se arriesgue a venir?

En este punto es donde el cinismo del gobierno alcanza su máximo esplendor. Mientras los grupos armados se reparten el territorio, el presidente Petro celebra el aumento de turistas internacionales. En 2024, la capital recibió más de 1,4 millones de visitantes extranjeros, gracias a eventos como Rock al Parque y la Feria del Libro. Pero, ¿de qué sirve un turista más si a la semana siguiente se viraliza un video de un asalto masivo en alguna parte del país? ¿De que nos sirve un turista más, si los campesinos tienen que salir desplazados de sus tierras por culpa de la violencia?

Ciudades como Bogotá, Cartagena y Medellín son prueba de que el problema no es solo en las zonas rurales. En el año 2023. El Observatorio de Turismo de la Personería de Medellín reportó un incremento del 200% en robos a extranjeros durante el tercer trimestre del año; según Infobae, en Cartagena la situación es igualmente preocupante, un estudio de 2024 reveló que la ciudad tiene un índice de seguridad de 47,41 sobre 100, afectando su reputación como destino turístico seguro, mientras que en la capital, en 2024 la ciudad presentó un índice de seguridad de 33,49 sobre 100, lo que ha generado una percepción negativa entre potenciales visitantes. 

Pero tranquilos, que la "Ruta de la Paz" sigue en pie. Ese gran proyecto del gobierno pretende atraer turistas a zonas de conflicto sin garantizar seguridad. Porque no hay mejor estrategia que invitar a extranjeros a caminar por territorios donde los propios habitantes no pueden salir sin miedo.

El turismo podría ser la clave del desarrollo sostenible en Colombia. No solo por el dinero que genera, sino porque brinda alternativas económicas a comunidades enteras que de otro modo solo tendrían el narcotráfico y la minería ilegal como opciones de supervivencia. Pero, para eso, se necesita algo más que discursos, se requieren acciones de Estado, se requiere Estado, no solo con discursos, se necesitan acciones efectivas, seguridad, infraestructura, inversión, se necesita volver a confiar en el Estado.

¿Cómo es posible que, a estas alturas, muchas zonas con alto potencial turístico sigan sin infraestructura básica como vías, escuelas o centros médicos? ¿Que los aeropuertos de ciudades intermedias sean una lotería de retrasos y cancelaciones? ¿Que las vías de acceso sigan pareciendo campos de batalla? Si ni siquiera podemos garantizar transporte seguro, ¡menos aún podemos garantizar la seguridad del visitante!

En últimas el turismo colombiano es una promesa incumplida. Un sector con potencial de oro, pero con los pies en un campo minado, literalmente. O se toman medidas concretas para proteger a los turistas y a las comunidades, o el "país de la belleza" seguirá siendo un slogan que pase al olvido. Colombia es un país de contrastes, eso es innegable. Pero ya es hora de que dejemos de romantizarlo y empecemos a exigir que la seguridad no sea un lujo, sino una garantía. Porque si seguimos así, pronto ni los mismos colombianos querrán viajar dentro de su propio país. Y ahí, ni el realismo mágico nos va a salvar.

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