Para sorpresa de muchos Dubái ha sido la sede de una nueva cumbre climática patrocinada por Naciones Unidas. Ha sido como elegir al lobo para presidir una convención de corderos pero en el mundo en que vivimos podemos esperar cosas así, y disparates mayores. En todo caso dizque se trataba de recordar el riesgo de calentamiento global y la necesidad de que se cumplan los compromisos adquiridos en citas anteriores destinados a aumentar el uso de energías renovables e ir eliminando las producidas por combustibles fósiles.
Como siempre en este tipo de reuniones una cosa es lo que se dice en las esplendorosas sedes de los encuentros y otra lo que luego termina ocurriendo. Y esta reunión de Dubái tenía todas las credenciales para terminar siendo un monumental brindis al sol o saludo a la bandera, como decimos en Colombia. El hecho de que su presidente fuese el sultán Ahmed al Yaber, que es, al mismo tiempo, el responsable de la empresa pública de combustibles fósiles de los emiratos, tendría que haber sido suficiente motivo de recelo.
Para más inri a la cumbre no asistieron ni Joe Biden, presidente norteamericano ni Xi Jinping, mandamás chino; es decir, las dos cabezas visibles de los países más contaminantes del mundo. Comoquiera que sea nunca como ahora ha habido un mayor convencimiento en la comunidad científica y en la opinión pública de la necesidad de salvar el planeta de la crisis climática. Pero también cada vez más gobiernos y empresas exigen mayores contrapartidas para hacerlo y piden que las medidas se apliquen por igual para todos los países del mundo con el objeto de evitar la competencia desleal.
Y es aquí en donde la participación de Colombia en esa cumbre parece tan oportuna como una mosca en un vaso de leche. Empezando por lo extravagante de su delegación. ¿Qué pintaba allí la mujer del presidente, Verónica Alcocer? ¿Y la señora directora Prosperidad Social, Laura Sarabia? Y así hasta trece acompañantes en total.
Pero en fin, a lo que vamos: la afirmación de Gustavo Petro según la cual “Colombia ha dejado de firmar contratos de explotación de petróleo, carbón y gas” es informar a gentes que saben mucho más que él de ese negocio, que el presidente de un ignoto país sudamericano lo está dejando sin la producción y exportación de unos elementos necesarios para la economía nacional, y que con ello Colombia se verá obligada a importarlos a costos más altos, cosa que no supone ninguna mejora para el cambio climático en el mundo y dejará a la nación —si se consuma el disparate— al borde de la ruina.
Con esos aires que se da Petro de líder mundial, campeón de la transición energética y sumo sacerdote del ambientalismo ya previamente había hecho una afirmación no menos preocupante: promover acuerdos con Venezuela para que Ecopetrol explote petróleo y gas en ese país y los importe a Colombia. De donde se deduce que sobre el país pende la espada de Damocles de quedarse sin hidrocarburos, pues las reservas probadas no superan ni los diez años. Y habría que ver a qué precio llegarían al país esos hidrocarburos venezolanos.
Según los datos presentados en esta cumbre de Dubái, en 2022, en términos absolutos, las emisiones globales alcanzaron los 58.500 millones de toneladas de CO2 equivalentes, el 1,5 por ciento más que en 2021 y el 8,6 por ciento más que en 2015, año en el que se firmó el Acuerdo de París, referente en la lucha contra el cambio climático. Los mayores emisores fueron China, con 15.600 millones de toneladas; Estados Unidos, con 6.900; India, con 4 millones, y Rusia, con 3,76 millones. Así, solo cuatro países concentraron el 56,3 por ciento de las emisiones globales.
Posar allí de salvador de la tierra, ante semejantes cifras, el representante de un país cuyo aporte a los gases del cambio climático global es ínfimo, menos del 0,6 por ciento, y que el CO2 por consumo interno de carbón, gas y petróleo es menos del 0,2 por ciento del total en el mundo despierta ternura. Si no otra cosa.
