Bajo el contexto de un periodo presidencial de 4 años como el colombiano es cierto que a medida que avanzan los días de la segunda mitad de ese periodo el sol alumbra a las espaldas del gobierno de turno, pero también lo es que a esas alturas resulta más que evidente el nivel de satisfacción o insatisfacción de los gobernados respecto de su gobernante. El actual gobierno, sin lugar a dudas, resulta atípico en toda la historia de Colombia, pero no por eso destacable y menos positivamente.
Por primera vez en el país se eligió democráticamente, al margen de los decisivos e inocultables apoyos de la más cruda política tradicional agrupada como anti uribista, un ex miembro de un grupo guerrillero urbano -el M19- que actúo durante décadas al margen de la ley pero que luego de ser duramente debilitado por las fuerzas del Estado decidió entregarse de manera negociada con el gobierno del presidente Virgilio Barco: Gustavo Petro Urrego.
Paradójicamente, Petro Urrego no fue ni de cerca uno de los dirigentes del M-19, como lo advierte Jorge Enrique Robledo en su libro “Sin pelos en la lengua” y, menos aún, miembro de la Asamblea Nacional Constituyente como el mismo Petro Urrego dice haber sido, faltando a la verdad. El hoy presidente de los colombianos fue un integrante menor de este grupo delincuencial que surge como respuesta de cara al fraude electoral que reseña la historia haberse cometido el 19 de abril de 1970 para evitar que el dictador y general Gustavo Rojas Pinilla, abuelo del ex alcalde Samuel Moreno Rojas (+), llegara electo al Palacio de San Carlos, sede y residencia de entonces del presidente de Colombia.
Las vueltas que la vida da no faltaron de cara a una izquierda colombiana que históricamente no tuvo en el pasado ni de cerca la menor opción de llegar al poder, salvo cuando el ex magistrado Carlos Gaviria se acercó de manera significativa a esa opción. Según el mismo Robledo en esa oportunidad Gustavo Petro contribuyó a inclinar la balanza para que eso no fuese posible. Robledo es inequívoco en señalar que desde entonces viene la alianza tácita y expresa de Petro con Juan Manuel Santos y de éste con Petro.
Lo cierto es que el círculo más cercano al entonces presidente Santos contribuyó con el éxito de la campaña del hoy presidente Petro y es inocultable que hacen parte de su gobierno en los más altos e importantes cargos de poder: Juan Fernando Cristo, Alfonso Prada, Roy Barreras, José Fernando Bautista (+), Rodrigo Rivera, Luis Gilberto Murillo, Luis Fernando Velasco, Mauricio Lizcano, etc., etc.
Los aires de “cambio” que propuso Gustavo Petro y que atrajo a muchos incautos, nunca fue y era fácilmente previsible advertir que no sería una realidad. Durante su campaña y en lo que va corrido de su gobierno los hechos son tozudos: el llamado cambio fue hacerse elegir de cara a todo el mundo de la mano de la misma clase política tradicional, menos la uribista. Aun cuando existen serios indicios, por ejemplo, de que la abrupta salida de Dagoberto Quiroga como Superservicios, ex miembro del M-19, abogado y amigo del presidente Petro, se debió a supuestos favorecimientos a las empresas de William Vélez -hasta donde se sabía éste cercano al presidente Uribe-.
El 2025 estará marcado por un activismo gubernamental agudo como ninguno. El presidente tratará de hacer distancia con la clase política que lo eligió para culparla junto al uribismo de no haber podido cumplir sus banales promesas de cambio. Difícil la tendrá con Armando Benedetti en la oficina de al lado. De otra parte, esa misma clase política que eligió a Petro y que gobierna hasta hoy con él, buscara en 2025 ser opción de poder tratando diluir su etiqueta de petristas. El resto, la gran mayoría de los colombianos, estarán atentos y dispuestos a las propuestas de opciones distintas a quienes hoy gobiernan para escoger entre ellas la que incluya una agenda de reconstrucción nacional, rigurosidad fiscal y plantee fórmulas serias de progreso general.