¿Pasarán a la posteridad los mensajes cruzados entre Valerie Domínguez y Juan Manuel Dávila?: “No estuviste nunca conmigo, poco hombre. Dios te va a castigar a ti y a tu familia… No me interesa tu arrepentimiento, eres una rata. Me envolviste de una forma asquerosa, eres un sucio, mentiroso, de lo peor”.
Son signos de los tiempos que vivimos, en los que una historia se hace o se deshace mediante un puñado de caracteres almacenados en los teléfonos inteligentes. (Chateo luego existo). Es la existencia por correspondencia, regida por los pulgares, antes que por la cabeza. Perecedera y desechable (apure-el-contenido-y-tire-el-envase), pero correspondencia al fin y al cabo. Distractora en los estrados judiciales, pero correspondencia. Pan y circo para el pueblo, pero correspondencia. Arma de doble filo, pero correspondencia.
Por eso sí creo posible que el cruce de palabras entre la reina y el galán persista en la memoria spam de este país. (Ya debe de estar en la mira de alguna productora de televisión). Qué vergüenza con la posteridad.
Y qué vergüenza, también, con quienes nos precedieron y cultivaron con deleite el género epistolar. No como ejercicio literario, que también, sino como recurso privado de comunicación, no del todo exento de la búsqueda de permanecer en el tiempo. De trascender mediante la exposición detallada y sin interrupciones de ideas, pensamientos, opiniones, sentimientos…
Las cartas, con mayor razón las manuscritas, que hasta hace relativamente poco tiempo se usaban, son la manera más espontánea, más cercana, en que alguien –sobre todo si es famoso o sospecha que llegará a serlo– puede autorretratarse con libertad. De ahí que se constituyan en uno de los testimonios más certeros, tal vez el más, con que cuenta la humanidad para reconstruir personalidades, épocas, situaciones ya pasadas. Son la Historia escrita de primera mano y en primera persona.
Cartas de políticos, de gobernantes, de generales, de filósofos; de pintores, músicos, escritores; de reverendos y preceptores; de científicos, expedicionarios, aventureros, etcétera; las hay para todos los gustos y de todos los calibres. Algunas andan sueltas por ahí; arrumadas en sótanos de bibliotecas, otras; al alcance solo de investigadores, o primorosamente editadas, o exhibidas en estanterías de coleccionistas, o en casas de subastas, o disponibles al público en librerías o en wikipedia. Ah, y en buzones de entrada y salida de celulares, los vehículos por excelencia para catapultar al dominio público un tete a tete íntimo del siglo XXI. Como el que sostuvieron Domínguez y Dávila cuando eran un par de enamorados que se pegaban cachetadas y cabezazos, pero que igual se iban a casar –la platica de AIS dizque era para el plante– y del cual, con fina gentileza, quisieron hacernos partícipes a sus compatriotas, sin que se los hubiéramos solicitado.
Qué lejos estamos, en las calidades de contenidos y continentes –en tiempos y distancias, igual–, de correspondencias como las sostenidas por Sartre y Beauvoir, por ejemplo. Por los hermanos van Gogh, Vincent y Theo; por el caballero de la triste figura y Dulcinea del Toboso; por Frida Khalo y Diego Rivera; por Einstein y Franklin D. Roosevelt; por Beethoven y la amante desconocida… Por Bolívar y Manuelita, Núñez y doña Soledad, Emma Reyes y Germán Arciniegas, Rafael Pombo y Rufino José Cuervo... (Si no hubiera sido por la relación que Cuervo sostuvo por correspondencia con Pombo, Caro, Silva y Ezequiel Uricoechea, entre otros, Fernando Vallejo no hubiera podido escribir su excelente biografía El cuervo blanco).
Sí, muy lejos. De un lado, debido a que ya no se escriben cartas, sino comunicados de prensa o chats; (ni se llevan diarios, sino agendas). Del otro, a que ya no hay que hacer biografías, puesto que las redes sociales se encargan de ello todos los días, a todas las horas. Lástima, lo digo con nostalgia de lectora. Y con indignación de ciudadana, si vuelvo al culebrón que se roba por estos días las pantallas y las primera planas en Colombia. Porque es que si alguien quisiera hacer, que lo dudo, una radiografía completa de Agro Ingreso Seguro, así fuera por puro interés periodístico, se encontraría con que la almendra del asunto está encerrada en el caparazón con que la han blindado sus dos protagonistas más mediáticos. (En este momento me acuerdo de la pobre ardilla de La era del hielo persiguiendo la nuez ad infinitum).
No sabemos a dónde va a ir a parar esa pepa. No sabemos quiénes son culpables y de qué. No sabemos lo que en realidad sucedió. No sabemos si el único pecado cometido por Valerie Domínguez, como cualquier actriz de telenovela que se respete, fue el de amar al hombre equivocado: un ventajoso camuflado de señor. No sabemos si la van a absolver los jueces –los medios ya lo hicieron– aunque intuimos (intuyo) que sí. ¡La bobada no es delito! Y si algo ha demostrado Valerie hasta la saciedad en el juicio de marras, ayudada por su abogado, es que actuó como lo hubiera hecho una tonta de solemnidad.
Dobleclick 1: El próximo domingo temblará en Venezuela. No se descarta tsunami, según vaticinios de expertos en el ramo. ¿Con cuánta intensidad se sentirá en Colombia?
Dobleclick 2: El poder ejecutivo colombiano se encuentra en cuidados especiales. Pronta recuperación para el Presidente y pronto examen médico para el Vicepresidente.
Reina por correspondencia
Jue, 04/10/2012 - 00:33
¿Pasarán a la posteridad los mensajes cruzados entre Valerie Domínguez y Juan Manuel Dávila?: “No estuviste nunca conmigo, poco hombre. Dios te va a castigar a ti y a tu familia… No me interes