Los Miserables de Fernando Vallejo

Jue, 09/04/2015 - 03:59
Que se despache el escritor más iconoclasta de El desbarrancadero colombiano no es nuevo. Fernando Vallejo se hace noticia esta vez no por lo novedoso de lo que dice sino por los renovados c
Que se despache el escritor más iconoclasta de El desbarrancadero colombiano no es nuevo. Fernando Vallejo se hace noticia esta vez no por lo novedoso de lo que dice sino por los renovados calificativos, o mejor, descalificativos para quienes hoy son objeto de sus Peroratas, de las que no se salva ni Dios. Sin embargo, su aparente franqueza y su capacidad para hablar a calzón quitao no agregan valor a ninguna discusión. No aporta a la paz, ni atiza la guerra. Solo sirve para reavivar resentimientos que a la postre consiguen mermar las voluntades necesarias para un acuerdo final que logre finiquitar la guerra, que mal que bien, con todos los defectos, avanza. Dice chorradas antiuribistas que le gustan a los santistas y chorradas antisantistas que le gustan a los uribistas. Dice verdades, claro, y a medias y matizadas para hacer un show que apenas alimenta su ego porque sólo dispara contra quienes ejercen algún tipo de protagonismo, pero se abstiene deliberadamente de proponer. Así es fácil caer en la diatriba por la diatriba. Pero es una verdadera lástima que su lucidez no de para contribuir, a partir de la cruda realidad que describe, a dar luces sobre cómo actuar coherentemente con El don de la vida, o de salirle al paso a la guerra con El fuego secreto. Que pesar que semejante desfachatez y exhibición lenguaraz no sirva para llamar las cosas por su nombre y para aportar a las soluciones atípicas y descarnadas que reclama la Colombia de hoy. Qué bueno que su ácida locuacidad sirviera para decir lo que no se atreve el Presidente Juan Manuel Santos y para lo cual pone a hacer mal la tarea al Fiscal Eduardo Montelalegre. Como que para lograr la paz se necesita aceptar que habrá una buena dosis de impunidad con la guerrilla, pónganle el nombre que quieran o disfrácenla como les parezca, eso terminará en cero cárcel para Timochenkos y Trinidades. Estas afirmaciones quedarían bien en un francote como Vallejo. Y aún mejor si hablara como no lo haría tampoco la contraparte de Santos, sobre que la impunidad con las FARC implicará necesariamente también una dosis de impunidad con militares y aún con paramilitares. Es decir que sin tanta maricada el escritor paisa podría estar de acuerdo con lo grueso de la propuesta del expresidente Cesar Gaviria, a quien no baja de entreguista con Pablo Escobar, de hacer extensiva la impunidad a los parapolíticos y a los miembros de las Fuerzas Armadas que han cometido excesos criminales. Eso sería hablar sin tapujos como le gusta a Vallejo, si se quiere construir una paz sostenible, o sea si quisiera el escritor ayudar a encontrar Los caminos a Roma. Qué bueno que un hombre de pantalones como Vallejo utilizara su verborrea para proponer lo que no se atreven vergonzantes y timoratos que saben que tarde o temprano se llegará ese grado de impunidad con los unos y con los otros para silenciar ya los fusiles. Y que será un trato entre malos, con criminales, así algunos hayan tenido el amparo oficial. Es verdad que Santos sin ninguna vergüenza subió a la presidencia predicando la guerra y se reinstaló predicando la paz, pero por el bien de Colombia y su futuro sin guerra, hay que otorgarle el rol de gestor de paz, porque eso facilita los diálogos así no sean con los santos de nuestra devoción. Es verdad que sus interlocutores de las FARC en Cuba han sido hampones, y que se negocia con ellos de igual a igual, pero por el bien de Colombia y su futuro sin guerra hay que otorgarles esa especie de estatus de beligerancia que tácitamente se les ha dado en La Habana. Y es verdad que los partidos parecen combos o mafias en concierto para delinquir, para el reparto del botín de los puestos públicos y sus contratos. Pero por el bien de Colombia y su futuro sin guerra a ese grupo de “bellacos amafiados” hay que darles la categoría de buenos ciudadanos en este país del Sagrado Corazón. Es verdad que Álvaro Uribe extraditó a los paras, pero no puede ser tan elemental Vallejo para creer como cualquier mamerto barato que lo hizo para que no “cantaran” en Colombia. Que pesar que semejante agudeza se quede simplista en este tema. Uribe extraditó a los paras porque le incumplieron y siguieron delinquiendo en las cárceles y con eso le desprestigiaban su proceso de paz que, desde luego, era para favorecerlos a ellos, por sus preferencias, pero los paramilitares le hicieron conejo a Uribe y él los puso de patitas en los aviones de la DEA. Quién con cinco dedos de frente piensa que al extraditarlos no hablarían lo que supuestamente saben, o que se librarían de pagar condenas en Colombia, o lo que es peor, que se perdería la memoria histórica sobre los crímenes paramilitares. Si precisamente por haberlos extraditado fue que decidieron confesar sus crímenes con ánimos revanchistas incluso para salpicar a quien consideran su traidor. La radiografía del país que muestra Vallejo no es una mentira. “La ruina de Colombia es inconmensurable: económica, social, cultural, moral, total. Millones de exiliados, millones de desplazados, millones de desocupados, una deuda externa de 100.000 millones de dólares, un sistema financiero de estafadores, un Congreso de corruptos, un poder judicial corrupto, el campo en ruinas, el peso en picada, la prensa arrodillada, las ciudades en manos del hampa, la inseguridad en todas partes... la desaparición del Estado, el cual... solo existe aquí para atropellar y atracar: para atropellar con sus trabas y atracar con sus impuestos”. Y precisamente en medio de este panorama, nunca mejor descrito, por el bien de Colombia y su futuro sin guerra el imperativo ético consiste en identificar que lo que revela este mapa es lo que alimenta el resentimiento, fomenta la desigualdad y genera sus atrocidades justicieras. Y es el caldo de cultivo que garantiza que por más que se firme con bombos y platillos esa paz será un canto a la bandera, si no se atiende de corazón y con seriedad esa ruina que dibuja el escritor. Jamás será  sostenible. Porque lo que se requiere en este Macondo son Años de Indulgencia para perdonar a los unos y a los otros. Y no puede haber perdón si no hay arrepentimiento. Para eso se hace necesario que todo el mundo entienda que reconciliarse reclama desde el catecismo del Padre Astete, un examen de conciencia, un propósito de enmienda y una contrición de corazón. Eso traducido al buen cristiano significa que quien quiera jugársela por la paz tiene no solo que perdonar a los que es fácil identificar por sus pecados, sino cambiar esa mentalidad delincuencial que se ha apoderado de todas las esferas del poder, de todos los roles sociales y de la mayoría de los funcionarios públicos. Ese sálvese quien pueda económico que terminó en muéranse todos en valores. Por eso Vallejo acierta al decirles a quienes les cae el guante “Ustedes están mandando desde la seguridad de sus oficinas de Bogotá, bañándose en la piscina del Club Militar y mamando a lo grande del presupuesto. Miserables”. Salvo que aún queden en el gobierno, en la justicia, en el parlamento y en la sociedad en general personas capaces de pensar en reconciliación como acto humanitario y sostenible. Que sientan realmente la necesidad de un nunca jamás y no simplemente ese perdón formal y falso arrepentimiento que ejercen los cínicos en La Virgen de los sicarios.
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