En una carta firmada por más de 100 intelectuales que respaldan el proceso de paz emerge notoriamente el vacío al rededor de los diálogos en La Habana en lo que respecta al rol de la ciudadanía. Al tiempo que apoyan a la delegación gubernamental y celebran la actitud de las FARC encaminada a la terminación del conflicto armado, asunto que desde luego es encomiable, invitan a manifestarse el 9 de abril en una marcha con un sesgo ¨patriótico¨ que además de situarse en una orilla de la polarización ignora por completo el rol de la sociedad civil en este proceso.
No se necesita ser lince para saber que esta marcha es la respuesta a la marcha de la derecha que pretendió hacerse el pasado mes de febrero, organizada, orquestada y carboneada por quienes están en contra del proceso de paz iniciado por el gobierno del presidente Juan Manuel Santos. Pero tampoco se requieren más de cuatro dedos de frente para saber que la marcha del 9 de abril, es organizada, orquestada y carboneada por los protagonistas de la Marcha Patriótica, que pretenden confundir sus propias y legítimas aspiraciones políticas y negociadoras del cese al fuego, con las aspiraciones democráticas de lo que en su lenguaje se llaman las amplias masas, es decir de la mayoría de los colombianos.
Es indispensable hacer índice en que difícilmente haya algún demócrata sensato que no apoye el proceso de paz, pero hay que ser enfáticos en afirmar que no por identificar sus riesgos se es enemigo de la paz. Apoyar el proceso no puede llevar seguidistamente a nadie a inclinarse por uno de los bandos enfrentados. Celebrar que se suspenda el accionar de las armas no implica tomar partido. Y esto puede suceder si no se es consciente de la distinción que introducen los teóricos en estos temas entre paz negativa y paz positiva (Johan Galtung es el líder de esta distinción). Estar de acuerdo con que cese el fuego no significa avalar las razones por las que existe la lucha armada.
Estar convencido de que la firma de la paz es una necesidad inaplazable es completamente distinto a justificar los motivos por los que las FARC y el ELN aún se mantienen en armas.
Comprender sus orígenes y explicarlos a la luz de las estrecheces democráticas no lleva automáticamente a dar una especie de estatus de beligerancia a la guerrilla criolla. Y darle una salida política a los guerrilleros para que sus banderas políticas las enarbolen en el escenario de la democracia no implica otorgarles la categoría de abanderados de las reivindicaciones sociales en Colombia.
La paz negativa, aquella que consiste en que se firme un pacto para que se silencien los fusiles, es una tarea que corresponde estrictamente a los actores armados. Ellos deben sentarse y poner fecha en el calendario para que no se dispare un solo tiro más. Y eso hay que apoyarlo irrestrictamente. Pero la paz positiva es aquella en la que está naturalmente implicada la sociedad civil y obviamente está estrechamente ligada a la sostenibilidad del no conflicto, es la paz que busca las soluciones estructurales a problemas que han servido de caldo de cultivo para que durante medio siglo los colombianos nos estemos agrediendo bajo distintas formas de violencia: armada, estructural y simbólica (¡Galtung de nuevo!).
La paz negativa es un deber de los actores armados del conflicto, razón por la cual debe ser una exigencia de la sociedad civil a quienes tienen las armas. Apoyemos los diálogos para conseguirla pero exijamos claridad, concreción y sobre todo fecha en el calendario. La paz positiva es un deber de la sociedad civil y por supuesto no se puede dinamizar sin haber suplido las exigencias de la paz negativa. Pero es imperativo distinguir el rol de la sociedad civil en una y otra. Y sobe todo se hace necesario el llamado a los intelectuales para que contribuyan a aclarar los escenarios.
Es urgente hacer estas distinciones so pena de que no solo los intelectuales, sino la propia delegación del gobierno y hasta los representantes de la guerrilla terminen empantanando su paz negativa por no tener claro el papel de la sociedad civil en la paz positiva. Es normal que inclusive los guerrilleros se tiendan a confundir porque les interesa mostrar el altruismo que según ellos los ha embargado durante 50 años. Eso sería hasta explicable. Pero es imperdonable que los delegados del gobierno y los intelectuales se confundan, contribuyan a la confusión, y terminen por suplantar a las mayorías que tienen una agenda social y económica por atender más allá de que exista o no conflicto armado.
De la Calle ha hablado, a decir verdad, de que la paz empieza luego de la firma etc. Pero su caja de herramientas conceptual no es rica y lo cierto es que la prueba ácida de que el asunto es abstruso, confuso y peligroso lo constituye la manera concreta como se aborda a la sociedad civil.
Las conquistas democráticas colombianas se han aplazado incluso por la existencia del conflicto y no sería válido que ahora que se pueden desentrabar se terminen atribuyendo como concesión a la guerrilla. La aplicación de la democracia es un deber del Estado y un derecho de la sociedad civil.
No se puede caer, ni por asomo, en la idea de que en aras de terminar un conflicto armado, aunque esté teóricamente soportado en las ausencias democráticas, se le reconozca el papel de representante de los pobres a la guerrilla. Para los colombianos es claro que el ejercicio de la lucha armada por lo menos de los últimos 30 años ha servido para retrasar las tareas democráticas, sociales y económicas en lo equitativo.
Por eso hay que celebrar que se pongan de acuerdo los representantes del gobierno y la guerrilla, hay que celebrar que los intelectuales apoyen y celebren que se avance en las conversaciones. Pero no hay que bajar la guardia desde la sociedad civil para que el silencio de las armas sea su exigencia como condición previa para iniciar los diálogos sociales, como ese que se le ha negado a los cafeteros, los cuales son parte de la deuda histórica del Estado con las mayorías colombianas.
Y por esa razón hay que celebrar que la Marcha Patriótica marche, con sus amigos, sus simpatizantes y sus intelectuales filomamertos, que salgan a la calle y se manifiesten. Pero a los colombianos, a esa etérea sociedad civil que ha sido víctima de los dos conflictos, el armado y el social, hay que invitarlos a una manifestación diferente, así no sea marcha. A que exijamos la paz negativa y a que emprendamos la paz positiva. El facilismo de algunos intelectuales y la posición cómodamente democrática puede llevar a que no exista un compromiso serio con la paz positiva, que es donde están involucrados los colombianos en su mayoría.
Ese es el trompo que hay que coger en la uña. Y en ese sentido hay que celebrar que el exdirector del Centro Mundial para la Solución de conflictos, el exministro Germán Bula Escobar ha comenzado a circular una carta ciudadana firmada por algunos exmilitantes de la izquierda, en la que propone a la sociedad civil asumir su rol en la paz positiva y a exigir sus derechos en la paz negativa. El optimismo de María Jimena Dussán, luego de interlocutar con los delegados de uno y otro sector en La Habana se podrá convertir en optimismo general si no se comenten los errores de exclusión de la sociedad civil de donde le corresponde estar, y de inclusión en formas y escenarios que no le pertenecen.
Quizás uno de los firmantes, el escritor, poeta y filósofo pero sobre todo político, de esos que requiere hoy el país, William Ospina lo tiene claro cuando dice en reciente entrevista en Kienyke: ¨Es hora de que el país encuentre la manera de ponerle fin a la guerra y a la violencia que no equivaldrá a la paz. Yo creo que la paz es algo que debe construir el país entero. No creo que se construya con unos cuantos ejércitos dialogando o unos cuantos jerarcas, pero es necesario que silencien las armas para que haya oportunidades de transformar el país¨.
¿La carta dice el motivo o métale a la marcha?
Mié, 06/03/2013 - 09:02
En una carta firmada por más de 100 intelectuales que respaldan el proceso de paz emerge notoriamente el vacío al rededor de los diálogos en La Habana en lo que respecta al rol de la ciudadanía.