Juan Fernando Cristo aboga por la acrobacia política

¿Es de buena presentación que un político se haga elegir congresista y en menos de seis meses renuncie porque quiere otro cargo? Pienso que es una burla con los electores, un despilfarro económico y un asunto que le queda bien a los trapecistas de circo pero no a quienes se proclaman servidores públicos. El Ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, piensa cosa distinta, en diálogo que tuvimos sobre el tema, dice él que deberíamos hacer una reflexión profunda sobre el régimen de inhabilidades e incompatibilidades en Colombia. En su opinión, estamos atados a una serie de limitaciones desde el punto de vista casi que mental y jurídico sobre las inhabilidades, y debería haber mucha más libertad para que gobernadores y alcaldes, por ejemplo, que están ejerciendo sus funciones, si en algún momento consideran que pueden llegar al Congreso de la República a cumplir con una tarea política, lo puedan hacer sin tener que renunciar un año antes a sus funciones, y senadores y representantes también a ser gobernadores y alcaldes. El Ministro llama “maraña legal” la que hemos tejido en el país, la que se construyó a partir de la Constitución del 91, para enfrentar una opinión púbica adversa al Congreso, situación que –sin embargo- se ha mantenido hasta hoy. Y es aquí donde pienso que el ministro aboga por la acrobacia de los políticos, que alborozados aprobarán cualquier reforma que les permita ir y venir, saltar de un lado a otro, hacerse elegir en un cargo para lanzarse al siguiente, sin tiempo que medie sus aspiraciones y apetitos. “Hay que darle –afirma Cristo- mucha más movilidad a la política, a los liderazgos que se construyen en las regiones que no son fáciles. Tenemos mucha gente buena en el Congreso que pudiera cumplir excelente labor en las gobernaciones y alcaldías, y al revés”. “Aquí casi que hemos condenado a los congresistas a quedarse en el Congreso toda la vida con todo este régimen de inhabilidades e incompatibilidades, a los gobernadores y alcaldes a quedarse ejerciendo de gobernadores y alcaldes, con una separación del ejercicio político que cuando usted mira las democracias avanzadas de Estados Unidos, España, Francia, las mismas democracias latinoamericanas, eso no es lo común”. Hemos, entonces, perdido el tiempo. El presidente César Gaviria disolvió el Congreso y convocó una constituyente para salvar al país de la abrumadora corrupción política que imperaba en el momento. Colombia celebró la que parecía una temeraria y peligrosa decisión. Tres décadas después –si nos atenemos a lo que dice el Ministro- “es evidente que el deterioro de las costumbres políticas en Colombia a partir del 91 se ha profundizado, ese no ha sido un instrumento eficaz para lograr el propósito que supuestamente se buscaba”. Seguramente Cristo está en lo cierto. Por algo él se retiró del Congreso y cedió la curul a su hermano. Los congresistas detenidos por parapolítica garantizaron –desde la cárcel- la elección de sus familiares. Y en el Capitolio siguen los mismos –o sus parientes y delegados- que fueron “derrocados” para dar paso a la nueva Constitución Nacional. Y el viceministro de asuntos políticos, Carlos Ferro Solanilla, viene de ser derrotado electoralmente, mientras se ha empleado a fondo en ocultar un proceso judicial que lo vincula directa o indirectamente con el asesinato de su socio y patrocinador político. Para aumentar el hastío, muchos gobernadores y alcaldes mediocres –y hasta corruptos- se mantendrán en sus cargos, por un regalo presidencial de campaña. “Como vamos vamos bien, dijo un borracho al que llevaban a patadas…”