« Quien sale de la familia de la UE
no puede aspirar a que sus deberes desaparezcan y
que sus privilegios sean mantenidos ».
Angela Merkel - Canciller alemana
Ya es bien conocida y comentada, aunque no asimilada ni comprendida, la salida –el Brexit (Britain exit)– del Reino Unido de la Unión Europea (UE). Triste noticia porque taladra una unión que fue creada con gran esfuerzo, con cuantiosas discusiones y acuerdos, y que asegura la paz europea (y mundial) al tiempo que una cooperación económica y social de un conglomerado que ha sido por siglos campo de batallas militares y económicas. Meramente matemáticos, los resultados de las urnas fueron claros, no por tanto explicables; el Brexit obtuvo sólo un 1,92% de supremacía, magra diferencia que pone inmediatamente a cuestionarse por qué para una decisión de tanta envergadura y gravedad se utilizó un sistema de sufragio de la mitad+1 y no un umbral del 60% o 70%; asimismo muchos se interrogan sobre la no utilización de otros mecanismos democráticos aplicables, el sistema de referendo puso a funcionar emociones y percepciones más que hechos racionales y análisis juiciosos de consecuencias. Las implicaciones inmediatas comenzaron por la renuncia del Primer Ministro David Cameron, así como buena parte de su gabinete ministerial que estuvo dividido sobre tan trascendental cuestión. Ese Reino que dice brillar por su precisión y cálculo, se dejó sorprender por aquello mismo que rechaza: la improvisación que atribuyen sus ciudadanos, con no poco desdén, como propio de la latinidad. La libra esterlina ha perdido valor y con ello un encarecimiento de los productos/servicios exógenos. Otra consecuencia inmediata es que el Reino Unido, conformado por Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte, parece entrar ahora en fase de desintegración: Escocia e Irlanda del Norte expresaron por amplia mayoría en estos comicios su deseo de permanecer en la UE. Por ello, Escocia prepara con amplias posibilidades de éxito un referendo independentista, ese que había sido derrotado en 2014. Los argumentos esgrimidos en favor del Brexit durante la campaña fueron en gran parte de orden económico: la UE establece –reprochan– un freno al crecimiento de los negocios, el lastre de los países miembros menos desarrollados y los aportes considerados exagerados podrían ser utilizados directamente por el Reino Unido en otras prioridades. Asimismo reclaman los pro Brexit una mayor independencia de la dirigencia europea que reside en Bruselas y Estrasburgo; pero, sin duda el punto crucial, el que más animosidad y votos levantó es la inmigración: el Reino Unido desea limitar el sacrosanto principio de la libre circulación de los miembros de la UE, imponiendo visados, controles y limitando sobre todo la inmigración proveniente del Este europeo. Un atentado a los principios comunitarios. Llama la atención, por decir lo menos, ver cómo la inmigración fue un gran argumento de inconformismo antieuropeo, para una Inglaterra que en el pasado, incluso reciente, invadió, explotó e instaló colonias que fueron fuente pródiga de sus ingresos. Ahora cuando el desatino ha sido consumado y que las promesas electorales en favor del Brexit se ven imposibles de cumplir, estamos viendo como sus promotores comienzan a esconderse; el primero Boris Johnson –exalcalde de Londres–, quien fue jefe de la agrupación que orquestó esta salida, acaba de anunciar que no desea ser Primer Ministro en reemplazo de Cameron; consciente sin duda de la imposibilidad de materializar las promesas, esgrimidas con populismo y deformación de cifras, durante la campaña; no desea llevar a cuestas el precio de su victoria pírrica: lo sabe. Este mismo político que llegó a comparar a la UE con el "proyecto de Hitler” y a afirmar alegremente que cada semana se envían a la UE 450 millones de euros, enorme cantidad que podría ser inyectada en el proyecto de Salud Pública del Reino Unido, no sólo la cifra resultó ser falsa y altamente magnificada, sino que ahora niega que esto se pudiera ser viable. Sin el menor empacho “explicó” que se trataba de una posibilidad y no de un compromiso... Inglaterra nunca se ha sentido verdaderamente europea, se ha considerado familia aparte y de mejor linaje. Así las cosas, el Brexit parece algo natural: la expresión de un deseo de muchas personas, particularmente las de más edad, así no sean grandemente mayoritarias, pero con un arraigo de idiosincrasia aislacionista. Los intereses ingleses han sido desde siempre más enfocados a su Commonwealth –emanado de su pasado colonial– y en su aliado estadounidense que en sus vecinos, a los se refieren despectivamente como los del continente. Una de las grandes motivaciones, antes de la económica, que incentivó la construcción de la UE es la de protección, el hacer un frente común que evite a los Estados europeos ser atacados o invadidos como ocurrió tantas veces en la Edad Media, o como en pasado reciente aconteció cuando Alemania la invadió durante la II Guerra Mundial. Inglaterra, aunque fue parte activa contra la Alemania nazi, nunca se sintió realmente amenazada, su condición insular constituye, según su entender, una defensa natural, el mar una barrera defensiva, a pesar del desarrollo de la aviación. Esta UE tampoco es vista de buenos ojos por otras potencias (Estados Unidos, China, Rusia), quienes la consideran un bloque compacto de difícil penetración política, militar y económica. Divide y vencerás toma bastante sentido. Que bien sería para estos contrincantes el tener una Europa nuevamente fragmentada firmando, como en el pasado, centenares de acuerdos bilaterales diferentes en cada caso; incoherentes, incompatibles e injustos. EEUU que juega a varias bandas, a la hora de la verdad se contenta con ver fortalecida la OTAN, cosa que ha logrado independientemente de la UE. Busca, entonces, ahora Inglaterra entrar en una larga negociación con los 27 países restantes de la UE para lograr salir sin salir, es decir, eliminar los deberes y obligaciones y quedarse con los derechos y las ventajas; advertidos están ya estos países y han comenzado a responder que no habrá una salida “a la carta”, que las consecuencias han de tomarse ya, sin dilaciones, por ello están forzando el pronto retiro de Cameron y urgen para que el divorcio sea prontamente consumado. Alemania ha dicho "In is In, Out is Out". Es que no desean los europeos comunitarios que una negociación laxa constituya ejemplo y estímulo a una desbandada; qué el contagio no cunda. La situación es entonces confusa para Europa; hay quienes preconizan un nuevo referendo o bien un desacatamiento del acaecido, dado que este era de carácter consultativo o no de ley. Un futuro incierto se cierne sobre el antiguo continente; a seguir de cerca y a aprender la lección: el populismo y la euforia popular no son buenos consejeros. Qué nuestro país, en vísperas de una consulta en urnas con grandes implicaciones, vea con avisados ojos esta triste experiencia; que el canto hipnótico de sirenas, estimulando futuros radiantes a cambio de un voto favorable a un plebiscito que permita a la dirigencia guerrillera hacerse al timonel de nuestro Estado, no logre tan atolondrado propósito. A pensar y reflexionar seriamente sin que medien las emociones y los optimismos infundados a que incita la tan monumental obra propagandística que ha erigido nuestro gobierno, al tiempo que minimiza –como en Inglaterra– el impacto de las claras consecuencias. No al Colombiaexit.