El avance humano es producto de la sociabilidad —por instinto o necesidad, poco importa—, del gregarismo propio de los primates, nuestros reconocidos ancestros. Los poblados han sido de siempre el escenario privilegiado de la aventura humana que en definitiva es un proyecto naturalmente colectivo, no individual.
Aunque ciudadano estrictamente hablando es quien habita la ciudad, por extensión son considerados como tales los habitantes del mundo rural agrupados en veredas y pueblos, integrantes de comunidades nacidas de los lazos de parentesco o de la simple vecindad. Una constatación que refrenda un hecho ignorado en los dos últimos siglos, pero que hoy recupera su importancia y sentido, que lo urbano y lo rural no son realidades antagónicas sino complementarias, que aunque hacen parte de mundos diferentes estos no están aislados. La vieja visión dicotómica nacida con el desarrollo industrial, ha privilegiado a la actividad urbana convertida en signo de modernidad. En consecuencia, redujo “lo rural” a lo pasado, equiparándolo con atraso, reduciéndolo a un lastre con el cual debía cargar la sociedad, como pesada herencia de tiempos idos. El futuro y las posibilidades serían urbanas, el pasado y el estancamiento, rurales.
Pero no, lo urbano está condicionado y a su vez condiciona a lo rural. Más que un derecho a la ciudad o a la vida urbana el propósito grande para Colombia sería hacer realidad el derecho a vivir y a disfrutar de territorios urbanos-rurales integrados, convertidos en verdaderos espacios de vida, donde se supere el abismo en ocasiones infranqueable, entre la ciudad y el campo, signo contundente de atraso y subdesarrollo.
Solo así se logrará que la población pueda libremente asentarse o permanecer en el conjunto del territorio y llevar una vida digna y productiva, dejando atrás los procesos migratorios de rebusque de la subsistencia que le han implicado a nuestras ciudades enfrentar un crecimiento demográfico “aluvional” con una población que aumenta a unos ritmos y volúmenes que superan ampliamente la capacidad de las ciudades receptoras para acogerlos, con el consiguiente crecimiento de la informalidad y el rebusque como forma de vida, convertidos en características principalísimas de nuestro mundo urbano, que no logra “urbanizar” a sus nuevos pobladores y más bien termina “ruralizado” por ellos.
En la teoría del Comercio Exterior se conoce la “Paradoja de Leontief” que en plata blanca plantea que las principales economías industriales son a su vez potencias agrícolas, con la excepción de Japón por sus limitaciones en la disponibilidad de tierras. La explicación es sencilla, pues el desarrollo de las sociedades no sigue la lógica de los cohetes espaciales que en su ascenso van quemando y desprendiéndose de etapas, sino la de la cebolla, donde las sucesivas capas se conservan y superponen para garantizar la permanencia y crecimiento del todo.
En Bogotá esta visión ha tenido momentos de aceptación y otros de desconocimiento, por no decir rechazo. El concepto central es el de ciudad-región o Región Capital que plantea el escenario del verdadero desarrollo en su amplitud y complejidad pero también en términos de las posibilidades que ofrece para asentar un proceso socioeconómico y ambiental que permita el aprovechamiento racional y por consiguiente sostenible de un entorno con personas preparadas, tierras productivas, oferta abundante de agua, en fin, paisajismo y biodiversidad, que le permitiría a una población que se acerca al cuarta parte del total nacional vivir y trabajar decentemente, participar en la vida de su comunidad y disfrutar de una naturaleza privilegiada por su belleza, riqueza y diversidad.
Para que ello sea posible urge que la red urbana del centro del país con su epicentro en Bogotá, como es lógico, esté conformada por municipios tanto de la Sabana circundante como de sus laderas occidentales y orientales con una actividad económica fuerte y complementaria, para que no se vuelvan simples “poblaciones dormitorios” de personas que deben desplazarse diariamente a Bogotá para ganarse la vida, para educarse o para acceder a servicios fundamentales que van de los culturales a los de salud. Para Bogotá no es conveniente tener una periferia desprotegida, empobrecida y sin horizontes claros de progreso para sus habitantes que tendrían que seguir mirando hacia ella para tratar de avizorar posibilidades de futuro.
La tarea debe emprenderse hombro a hombro con Cundinamarca, de manera ordenada y planeada, a partir de la definición precisa de responsabilidades y derechos de unos y otros de los entes territoriales comprendidos en la región. La nueva ley de ordenamiento territorial permite hacer avances rápidos en esa dirección e iniciar un proceso largo y complejo pero necesario y enormemente promisorio.
Decisiones como la suspensión por Bogotá de la venta en bloque de agua a proyectos ubicados en el entorno de la ciudad es un mal precedente. Obvio que debe ser una decisión enmarcada en una política que no puede ser la de la simple prohibición; agua que por lo demás se produce en la región, por fuera de los límites administrativos del Distrito. Temas como el transporte público, la seguridad ciudadana, los centros de atención en salud de alta especialización, son ejemplos de la riqueza de una agenda regional que es de enorme importancia para todos, empezando por Bogotá. Están los instrumentos, falta la decisión.
¿Bogotá vs.Cundinamarca?
Vie, 12/10/2012 - 00:32
El avance humano es producto de la sociabilidad —por instinto o necesidad, poco importa—, del gregarismo propio de los primates, nuestros reconocidos ancestros. Los poblados han sido de siempre el