Mario Huertas

Analista de asuntos estratégicos y hemisféricos (Énfasis: Brasil y EE.UU.) Columnista de opinión, diario La Nación. Voluntario internacional para la promoción de nuevos liderazgos, Universal Wonderful Street Academy (UWSA), Jamestown-Accra. Colaborador del Goldstreet Business (Ghana). Profesor de Geopolítica y Geoestrategia. Infante de Marina, Armada República de Colombia (A.R.C).

Mario Huertas

Resignificar los hechos (3)

El año pasado hicimos dos entregas tituladas “Resignificar los hechos” cuya tesis es que la guerrilla colombiana viene ejecutando aceleradamente la operación mascarada (o Gran Parade como la llamó Jean François Revel) a nombre de “la paz” y gracias a la falta de sentido histórico de millones de colombianos. 

Así las cosas, "resignificar los hechos" es una clásica táctica subversiva que consiste en falsificar la historia; es decir, en subvertir el pasado a fin de legitimar el presente. Logrando con ello uno de los objetivos estratégicos de la guerrilla que es convertir a sus más grandes criminales en héroes nacionales y al terrorismo en épica nacional, tal como lo han hecho en América Latina con Ernesto Guevara, Fidel Castro y Hugo Chávez para citar algunos de los nombres más representativos. 

En ese sentido, resulta lógico que para legitimar su pasado criminal, las guerrillas necesiten estratégicamente "resignificar los hechos" y para ello cuentan con un aparato bien especializado al servicio de la causa. Este núcleo se compone de escritores, artistas, periodistas, jueces, magistrados, profesores, militares, políticos, sacerdotes y demás actores que comulgan soterradamente y en la oscuridad con la lucha armada y con la combinación de todas las formas de lucha.

Históricamente, los amantes de la guerra subversiva han romantizando el terrorismo con falacias tan recurrentes como “nos revelamos contra el sistema dictatorial”, “nos alzamos contra la injusticia social”, ”representamos la paz” y otras mentiras que les ha permitido justificar “el alzamiento popular contra la oligarquía”, “la insurgencia contra la dictadura”, “el secuestro como una retención con fines exclusivamente económicos”, “el levantamiento de cercos humanitarios” y demás frases hechas que se alimentan siempre de adjetivos como “justicia social”, “paz”, “derechos humanos” y “progresismo”.

Con este ejercicio propagandístico, y sobre sus cadáveres, la guerrilla se viene rehabilitando -ante un segmento de la población que ignora la historia del país o que es abiertamente subversiva- para convertirse en opciones políticamente viables a pesar de su origen brutalmente violento y, por lo tanto, ilegítimo. En desmedro de la democracia colombiana, esta tesis la viene validando la Administración por Sobresaltos. 

Luego, en junio del año pasado, Petro (el hombre del M-19) le hizo sentido “homenaje” a Carlos Pizarro Leongómez, “Aquiles o El guerrillero y el asesino”, como diría Carlos Fuentes. Días después, el mismo Petro confirmó que tenía en sus manos la sotana de Camilo Torres, el cura guerrillero y tío de Juan Manuel Santos Calderón. En febrero de este año, Petro anunciaba que dicha sotana sería considerada dizque patrimonio nacional. 

No satisfecho con la sotana del cura guerrillero, a quien le acolitaba Juan Manuel Santos Calderón antes de irse para la Escuela Naval, el hombre del M-19 salió en defensa de su admirado amigo Seuxis Pausias Hernández Solarte (Jesús Santrich) a quien no dejó de considerar como un poeta. Dejando en la opinión pública una duda escabrosa: si Santrich era un poeta, entonces ¿sus crímenes fueron poesía?

Pero, aquí no se detiene la resignificación de los hechos (u operación mascarada) porque la semana pasada RTVC proyectó un homenaje a Pedro Antonio Marín, alias Tirofijo. Según el documental, alias Tirofijo era una “tierna figura” pero aún algunos colombianos recordamos que el líder supremo de las FARC fue quien levantó sendos campos de concentración en las selvas colombianas; que adornó el cuello de mujeres con collares bombas; esa misma “ternurita” tenía un programa de reclutamiento de menores de edad para satisfacer los apetitos sexuales de sus comandantes (¿por eso las feministas se abrazan con la que dicen era la mujer organizadora de esa empresa tenebrosa?), Tirofijo o Ternurita ordenó masacrar poblaciones enteras como Mitú o Bojayá y le propinaba una “tierna” tortura a los soldados que caían bajo las garras de sus cuadrilleros. Reitero: toda una ternurita el tal Tirofijo. 

Por si acaso, ese “tierno personaje” nació para la historia cuando, junto con otros criminales como Sangre Negra (Jacinto Cruz Usma), Chispas (Teófilo Rojas Varón) y Desquite (José William Aranguren), sembraron de terror y sangre una parte de la geografía nacional. 

Claramente, sin subvertir el lenguaje para invertir tanto la realidad como el pasado les resultaría imposible, a los amigos de la guerra subversiva, posar como defensores de derechos humanos, únicos voceros de la paz y ser faros exclusivos de la moral pública y la justicia social.  

Esta operación mascarada es la que ha allanado el camino para crear una serie de mitos en un sector de la población cuya cultura política es deficiente y maleable a todo tipo de modas y vaivenes, gracias a los aparatos propagandísticos con los que cuentan los defensores de la guerra de guerrillas. 

Precisamente, esta manipulación histórica alimentada de elásticos conceptos -políticamente subvertidos- y de una muy efectiva propaganda política termina por hacer una reiterada apología al terrorismo, una sistemática humillación a las víctimas de la guerrilla y de paso golpea la ya debilitada cultura democrática del país. 

Dicho de otra manera, lo que viene haciendo la “Administración por Sobresaltos” es una abierta apología al terror que sembró el M-19 (así el Consejo de Estado diga lo contrario) y cuya sombra cobija al resto de los crímenes cometidos por todas las guerrillas en Colombia incluyendo los “tiernos y poetas intelectuales” de las FARC.  

Hace un año dije que el explícito mensaje político que hay detrás de todo esto es que están justificando que una alianza con el narcotráfico resulta legítima; que secuestrar es simplemente un acto mercantil; que reclutar menores de edad y utilizar a las niñas como pasto sexual de los guerrilleros no es un acto criminal que cause el desprecio y la condena de las feministas y de los feministos; que asesinar es moralmente superior si se hace a nombre de la guerrilla, única vocera de “los derechos humanos”, “la paz”, “la justicia social”, “el medio ambiente” y del “pueblo”. A ese mismo pueblo que masacra, utiliza, atemoriza y del que se burla constantemente. 

Con todo esto, la Administración por Sobresaltos tiene la mira puesta en “celebrar” por todo lo alto el ataque contra la humanidad que, en asocio con Pablo Escobar, llevaron a cabo en noviembre de 1985 y que va a cumplir cuarenta años. 

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Mario Huertas
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