Jamás en la historia un Sumo Pontífice había comunicado de forma tan efectiva como lo hizo el Papa Francisco. Y no recurrió a discursos pomposos ni a artificios retóricos: eligió siempre el camino más llano. El poder de la sencillez comunicativa.
La humildad fue su sello permanente. Así se mostraba y así actuaba, conectando con todo tipo de audiencias. Esa autenticidad le permitió ganarse una influencia sin precedentes, que trascendía incluso los límites de la Iglesia. El papa más mediático de la historia.
Su manera de comunicar generaba cercanía, empatía y una profunda confianza. La gente le creía. Le creía de verdad. Le tenían una fe inquebrantable. Y así seguirá siendo, incluso ahora que ha partido a la Casa del Padre. Hablaba con valentía.
Dominaba como pocos la comunicación emocional. No dudaba en mezclarse con la multitud, tomarse una selfie, bendecir un objeto inesperado o abrazar al último de la fila. Hacía lo que ninguno de sus antecesores se atrevió a hacer. Me atrevo a decir que pocos sucesores podrán siquiera acercarse a su capacidad de comunicar. Sus frases ya son célebres.
Ponía el corazón entero en cada gesto, en cada palabra, en cada decisión. Aunque eso incomodara a sectores conservadores dentro de la Iglesia, no temía al rechazo. A esos opositores los llamaba simplemente “detractores”. Y seguía adelante.
Ejercía una disciplina de escucha excepcional. Gracias a ella, lograba insertar mensajes profundamente sensibles que conmovían a las multitudes. Francisco entendía a las personas y las personas lo entendían a él.
Tal vez uno de sus gestos más potentes fue su primer acto como Papa: eligió llamarse Francisco, en honor a San Francisco de Asís, el Santo de los pobres, los marginados, los excluidos. Desde ese momento, quedó clara su visión del mundo y su misión. No tenía miedo y le sobraba coraje.
Su pontificado marcó un antes y un después en la comunicación de la Iglesia. Renunció a los lujos y ornamentos, vivió en una habitación sencilla, vistió sin fanfarria. Ese estilo directo y coherente rompía con siglos de tradición, y era, en sí mismo, un poderoso mensaje.
“La sonrisa es la flor del corazón, sobre todo cuando es gratuita, que no está manipulada por intereses seductores, y el sentido del humor”, decía Francisco, dejando claro que esas cualidades eran parte esencial de su forma de comunicar.
Con su método cercano, rompedor y profundamente humano, Francisco fue también un revolucionario de la comunicación. Se nos fue un Papa inigualable. Un comunicador con alma. Un líder que seguirá hablando, aunque ya no esté.