‘El tigre’ de la Fiscalía

Mié, 14/11/2012 - 10:09
Un sol inclemente, de esos que anuncian la lluvia. Así todo se ve bonito. En lo más empinado del barrio La Candelaria, donde nacen los cerros de Bogotá, se encuentra escondida entre fl

Un sol inclemente, de esos que anuncian la lluvia. Así todo se ve bonito. En lo más empinado del barrio La Candelaria, donde nacen los cerros de Bogotá, se encuentra escondida entre flores y caminos serpenteados: la Universidad Externado. Voy diez minutos tarde a una cita con el Vicefiscal de la nación, pero él no se dará por enterado pues llegará aún diez minutos más tarde que yo.  En la Facultad de Derecho el que no lo llama doctor, lo tutea. Sobre todo las abogadas. Jorge Fernando Perdomo Torres es uno de esos hombres cuya profesión no le permite callar. Tiene gripa hace varios días y su voz amenaza con irse. No se siente bien y no se ha puesto corbata. Lo desalienta el hecho de que tendrá que forzar su voz aún más dictando la última clase de derecho penal del semestre a 90 estudiantes de segundo año. Sin embargo entra al salón a las 9:20 a.m. como un tigre. No carga nada consigo, borra el tablero con predecible rapidez, saca un marcador azul del bolsillo derecho de su chaqueta de paño gris y finalmente se dirige el grupo de estudiantes que lo esperan acaso más ruidosos que de costumbre.

–Me enteré por ahí –dice con las manos en los bolsillos del pantalón y hace una pausa de un microsegundo– que ustedes me tienen un apodo. Mis pollitos…

Todos se ríen y nadie contesta. El Vicefiscal insiste.

–Carlos, ¿cuál es el apodo que usted me tiene?

Pero Carlos solo se acomoda en la silla riéndose nervioso.

A las 9:30 a.m. siguen llegando alumnos, pero a Perdomo no parece importarle que hayan entrado media hora tarde y continúa escribiendo en el tablero, con letra pegada, un esquema mínimo sobre las diferentes formas de inimputabilidad dentro del marco de una propuesta para tratarlas por fuera del derecho penal. Mientras se mueve de un lado al otro sobre la tarima con la mano del marcador muy expresiva y la otra colgando, congelada, habla con impecable claridad y una sencillez envidiable, en un lenguaje ideal para estos jóvenes que lo oyen tomando notas en sus cuadernos y sus iPads mientras él se desliza entre cátedra y comentarios graciosos que oxigenan una clase que bien podría ser muy tediosa.

A las 11:30 a.m. da por terminada su clase con una advertencia a uno de sus alumnos:

–Si le hago una pregunta difícil en el examen oral, no vaya a pensar que se la estoy montando.

En el campus de la universidad el Vicefiscal es invisible. Los estudiantes del último semestre, que ya están por graduarse, desfilan con camisetas moradas echándose harina y tocando un par de cornetas mientras Perdomo hace fila para comprar un café y un pastel de pollo en una cafetería. A nuestro lado se encuentra el único agente de seguridad que lo acompaña alrededor del campus de la universidad. Están determinando cuál será la próxima parada del Vicefiscal, pues debido al paro Judicial que lleva más de 20 días, los manifestantes tienen bloqueadas las puertas de la Fiscalía y no están dejando entrar a nadie.

Jorge Fernando PerdomoPerdomo ha trabajado con el fiscal Eduardo Montealegre durante veinte años

El hombre que dice de sí mismo sin vergüenza alguna: “Tengo un ego muy grande. Estoy convencido de que todo lo que hago lo hago bien, pues mi autocrítica es antes de actuar. Puedo parecer arrogante por que no doy el brazo a torcer, pero es que estoy convencido de lo que estoy defendiendo”. Uno de los hombres más poderosos del país le tiene pánico a los sapos, una fobia incontrolable. Un día cualquiera, quizá durante la hora del recreo de un recreo como cualquier otro, quedó marcado para el resto de su vida. Perdomo tenía siete años cuando le tiraron un sapo en la cara y este es el día en que aún no lo supera. Y a pesar de saberse arrogante, dice que cuando se equivoca es humilde, abierto a la crítica y que sabe reconocer sus errores.

Perdomo, de 37 años, llegó hasta donde está sin ayuda. Se ganó el cargo que tiene gracias a que El Fiscal General de la Nación, Eduardo Montealegre, con quien ha trabajado durante veinte años, reconoció sus logros académicos. Uno de los requisitos de la Constitución para que alguien sea Vicefiscal es tener diez años de experiencia como abogado, y Perdomo, que se graduó de la Universidad Externado como abogado en 1997, ya tiene 15 años de experiencia más títulos de los que podría cargar en una maleta. Comenzó a dictar clases desde antes de graduarse y aunque cada vez tiene menos tiempo de dar cátedra, aun es él mismo quien corrige los trabajos y exámenes de sus alumnos.

A pesar de haber querido ser piloto y luego médico, cuando Perdomo presentó el ICFES la primera vez, el puntaje no le alcanzó para aplicar a Medicina. Una excusa perfecta puede ser que la noche anterior al examen tuvo un accidente en una moto que lo obligó a trasnochar mucho, y a la mañana siguiente no solo estaba golpeado, sino agotado. Seis meses más tarde cuando volvió a presentar el examen sacó un puntaje digno de sus esfuerzos y entró a estudiar Medicina y Derecho. Pero habría aún más drama por delante. Estando en sus primeros semestres de universidad, un grupo de ladrones ingresaron a su casa y le dieron burundanga para robarlo. Casi lo matan, pero la alta dosis que le suministraron no fue suficiente para evitar que les diera una pelea terrible. Armado de una silla, casi destroza su apartamento. Los hombres se fueron sin robarle nada, pero desde entonces su memoria no volvió a ser igual y debió aprender a pensar, en lugar de memorizar únicamente.

Este hombre, para quién la religión ha sido indispensable en su vida, pues fue criado dentro de una familia católica y estudió en un colegio de monjas, cuando le entregaron su oficina la mandó a pintar nuevamente para sacar los malos espíritus y las malas energías. “Este es un sitio donde la gente solo viene a contar sus problemas”. Era necesario limpiar el lugar para empezar de cero. Con descuidar su celular durante solo cinco minutos, el vicefiscal se encuentra con 25 llamadas perdidas. Y esas no incluyen las innumerables llamadas que filtran las tres secretarias estacionadas en 3 escritorios que actúan como barreras para evitar el fácil acceso al despacho del Vicefiscal.

“Aquí no se hacen favores, aquí se trabaja”, dice en su despacho.

Es un hombre que vive rodeado de un equipo de seguridad de al menos 8 hombres. Cuando comenzó a trabajar en la Fiscalía consideró que tanta seguridad era innecesaria e incluso le producía vergüenza. Ocho días más tarde entendió que ni siquiera 16 hombres son suficientes para protegerlo.

–Siempre hay enemigos. En una decisión penal siempre hay una persona que queda contenta y otra que no. –Pero las posibilidades no lo inquietan y sigue tomando decisiones porque de eso se trata su trabajo y Perdomo ama, apasionadamente, lo que hace, aunque confiesa que la catedra es lo suyo.

El Vicefiscal ha decidido que nos dirigiremos hacia la Fiscalía.

–A ver si no me dejan entrar –Dice desafiante. –Vamos a ver si podemos trabajar.

Nos montamos entonces en una camioneta negra de vidrios polarizados que han parqueado en un sitio que seguramente solo le está permitido al Vicefiscal. Me indican que me siente detrás del conductor, que es a donde apuntaría la línea de fuego en caso de un atentado. Perdomo se sienta a mi derecha. Si sus guardaespaldas consideraran que hay peligro, él se lanzaría hacia donde descansan mis pies y el copiloto lo haría encima de él. Detrás nuestro hay otra camioneta que no veré en todo el camino y a los lados dos motos. Una de ellas para el tráfico cuando nuestra camioneta tiene que doblar por una curva importante, o para dar paso a una de las arterias de la capital. La idea es estar quietos el menor tiempo posible. Perdomo va revisando su correo: panfletos, cartas, fotocopias y calendarios de 2013. La mayoría de sobres vienen de Alemania, donde vivió 8 años mientras estudió.

Desde que se desempeñó como viceministro de Justicia no ha vuelto a ponerse jeans y tenis. En sus ratos libres jamás se relaja completamente, pues siempre mantiene en mente que es el Vicefiscal y debe vestirse como tal. Su mayor desparpajo son pantalones de dril, mocasines y un saco. El único día que descansa es el sábado, pues los domingos se reúne con el Fiscal General Montealegre en su casa, para hablar sobre lo que en la oficina no pueden discutir. Siempre piensa mucho con quién se relaciona y a dónde va, y afirma: “La foto mal tomada siempre es un problema”, por lo que es casi imposible encontrarlo disfrazado en Halloween. Perdomo no da papaya.

Jorge Fernando Perdomo

Perdomo comenzó a dictar clases desde antes de graduarse de la universidad.

Se define como una persona muy sociable que aún conserva sus amistades del colegio y un grupo de seis amigos de Neiva, donde nació. Lo único que lo asusta es la posibilidad de perder a su familia. Le da miedo algún día no poder contar con ellos. “Pero no tengo miedos reales, en estos cargos no se puede tener miedo para nada”, dice.

Perdomo define la inteligencia como la capacidad de ser buena persona y de poderse relacionar con los demás. Afirma que la inteligencia es poder vivir con tranquilidad en un sociedad y poder relacionarse con al gente sin problemas, no se trata de escribir libros y resolver complejas ecuaciones matemáticas.

No tiene nada de qué arrepentirse. Quizá habría querido ser más aventurero y aguerrido. Hubiera querido hacer Bungee Jumping, pero hoy es consciente de los riesgos, algo que viene de la mano del Derecho Penal. Constantemente está minimizándolos. Entiende que vivir la vida con tantas precauciones es un tanto aburrido y sin embargo Perdomo disfruta la tranquilidad de su vida sin aburrirse.

Sueña con ser papá. Piensa que a la sociedad hay que devolverle responsabilidad. El trabajo de ser padre y entregarle a la sociedad un ser de bien le aporta a la sociedad para que se desarrolle, y esta es una gran responsabilidad. Nunca se ha puesto a pensar si tiene, o no, debilidades. Le fascina cantar pero lo hace muy mal y no se atreve a cantar el Himno Nacional porque sabe que suena muy mal.

Perdomo, que dice siempre haber sido de los nerds que se sientan en clase en primera fila, espera que cuando termine su trabajo como Vicefiscal haya cambiado la Fiscalía. Su meta es convertirla en una Fiscalía del siglo 21.

–Se pueden hacer cosas por este país. –Dice el Vicefiscal, a sabiendas de que esto será comprobado una vez culmine su mandato.

A pesar de haber divisado el búnker de la Fiscalía, daremos varias vueltas en círculos antes de entrar por una puerta trasera donde ni siquiera habrá que frenar. De inmediado estamos dentro de un parqueadero y solo nos abren las puertas de la camioneta una vez se haya cerrado la puerta de metal. Subimos a un ascensor con otros dos agentes de seguridad hasta el cuarto piso, en el despacho de Perdomo. En el edificio no hay nadie. Es un viernes a las 12:00 a.m. y la Fiscalía es un pueblo fantasma. Las oficinas están vacías y reina el silencio. Los pocos que lograron entrar no tienen nada que hacer y están aburridos. Cruzan los dedos para que los dejen irse más temprano. El lunes es festivo, y en todo caso, el trabajo es mucho más liviano los viernes.

Los del paro no dejaron entrar a casi nadie. Todas las citas del día han sido canceladas por la secretaria del Vicefiscal, que llegó más que muy temprano, evitando así a los manifestantes del paro que al mediodía oyen rancheras con unos bafles que han usado para bloquear el acceso por la entrada principal de la Fiscalía. La de los tintos del cuarto piso no llegó, y le piden a la del quinto piso que le sirva café al Vicefiscal. Tendré el honor de un tour por el edificio, guiada ni más ni menos que por el Vicefiscal General de la Nación, quien me ofrecerá mostrarme los calabozos, no sin antes obtener la debida autorización. Aceptaré emocionada y me sentaré sobre una de las camas para probar el colchón, siempre esperando que el castigo de la Justicia sea tal que el colchón sea doloroso, pero no es el caso. Perdomo me mira de pie bajo el marco de la reja de la celda. Es un momento casi surreal.

Después apagaré mi grabadora y conversaremos otro rato. Perdomo me confesará que el apodo que le tienen es ‘El Tigre’, a pesar de no estar seguro de porqué se lo han puesto. Después decidirá que en realidad no hay nada para hacer e irá a almorzar a la casa de su hermana mientras espera a ver si por la tarde ha cambiado algo. Volvemos a bajar por el mismo ascensor hacia el garaje donde nos espera la camioneta que nos sacará de la Fiscalía. Yo debo salir de ahí con él o corro el riesgo de que no me dejen salir. Cuando atravesamos la puerta por la que entramos, un grupo de unos diez manifestantes comienzan a aplaudir a nuestro paso y Perdomo se pregunta por qué aplaudirán. Vea también: El Procurador y mi vagina ‘La italiana’ de la Contraloría
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