Cuando el presidente Juan Manuel Santos lo alzó sobre sus rodillas, Edward Niño se sintió el hombre más grande del mundo. Ese día, 9 de septiembre de 2010, cumplía uno de sus sueños, pisar la Casa de Nariño con sus zapatos talla 21, vestido con un traje de paño oscuro que cubría sus 70 centímetros de estatura.
Los periodistas se disputaban por arrodillarse frente a él para entrevistarlo. Las luces de docenas de cámaras iluminaban su rostro encegueciéndolo de fama. En todos los idiomas se traducía su historia y tal vez los medios de comunicación asiáticos o africanos, al ver las fotos, se preguntaron ¿quién es el hombre de paño que tiene en su regazo a Edward Niño?
Santos le obsequió a Edward un computador y una afiliación al SISBEN. Ese día le prometió una visa.
Bailó reggaetón en el piso de mármol del palacio presidencial. El mandatario aplaudía con el rostro ruborizado. Los periodistas lo secundaban celebrando las piruetas del pequeño bailarín.
Después vinieron las fotos y las entrevistas. Santos le obsequió a su visitante un computador y la afiliación a seguridad médica –SISBEN-. También prometió agilizar los trámites de una visa para que el hombre más pequeño del mundo fuera un embajador de los bailes contemporáneos.
Esa noche Edward no pudo dormir, no hacía falta cerrar los ojos para poder soñar. Recordaba el día una y otra vez y luego se veía en un avión, en una camioneta Hummer y en una tarima rodeada de millares de personas, ojalá de mujeres morenas. Le gustan las morenas altas y pelirojas.
Desde el siguiente día, Noemí Hernández, la madre de Edward, llamaba a los asesores del presidente para preguntar cómo avanzaba el trámite de la visa. En un principio le decían que no se preocupara. Después, que el proceso duraba unos días, al final contestaba una secretaria negando a los asesores. La Casa de Nariño, donde Edward Niño arrastró su traje de paño durante el baile para hacer sonreír al presidente, se alejaba cada vez más hasta volverse inalcanzable.
Edward Niño siempre viste de paño. Cada traje tiene un costo de 300.000 pesos.
Nació el 10 de mayo de 1986, en Bogotá. Era el más pequeño del hospital, después el más pequeño del colegio y más adelante el más pequeño del mundo según los Record Guiness. Cuando se enteró de la noticia, por primera vez se sintió orgulloso de su estatura. Posaba en los periódicos de todo el mundo junto al libro que hacía oficial su nombramiento. La casa se convirtió en una oficina donde el teléfono y los celulares no dejaban de timbrar. Su madre abandonó la costura para convertirse en la telefonista de su hijo.
Los periodistas le ofrecían zapatos a la medida de Edward, un médico dijo ante las cámaras que donaría una cocina integral para la casa de los Niño. Hasta el canal City TV prometió abrir una cuenta de ahorros para comprarles una casa nueva. Nadie cumplió.
La familia creyó que Edward pesaba sus 11 kilos en oro. Imaginaban que tenía una cuenta bancaria con millones de pesos como pago por las entrevistas concedidas, y miles de dólares recibidos por el récord. Como no veían dinero, pensaban que se había vuelto un tacaño que escondía la plata para no compartirla. En realidad, no recibió dinero por el título y los periodistas no pagaron por las entrevistas aunque muchos prometieron hacerlo.
La familia se dividió entre los que sabían la verdad y los que creían que Edward gastaba el dinero en ser un nuevo rico. Algunos vecinos dejaron de saludarlo por considerarlo un vanidoso.
El baño y la habitación de Edward están adaptados a su medida.
El día que se sintió grande, cuando flotaba en la burbuja de la fama, pensó que abofeteaba la mejilla de sus compañeros de colegio. Por fin la vida hacía lo que él nunca pudo hacer, vengarse. Edward no tenía los puños para hacerlo, ni la voz, ni las piernas. Se defendía cubriéndose el rostro con sus manos impotentes, y lloraba, lloraba porque era pequeño y le reclamaba al Dios cristiano por hacerlo diferente.
Los compañeros lo lanzaban mientras él gritaba que lo soltaran. Hacían un círculo y arrojaban a Edward de mano en mano o corrían con él como si fuera un trofeo. Lo zarandeaban, le saltaban encima, pensaban que no sentía dolor. Estaba estudiando en el colegio Atanasio Girardot, en el sur de Bogotá. Cuando culminó séptimo grado la madre lo retiró del colegio, era mejor un hijo iletrado que uno traumatizado.
A los 14 años se enamoró de una niña rubia de ojos verdes, pensaba que la claridad de sus ojos reflejaba un alma buena, pero se decepcionó cuando descubrió que así como le daba besos a él, también complacía a otros niños. Se dio cuenta de que siempre sería muy chico para enamorarse. Tal vez con plata podría encontrar la joven que deseaba.
La única mujer que lo ha amado lo sostiene sobre las piernas. Le besa la cabeza y le consiente las mejillas. Edward sonríe cuando está en las piernas de su madre. Ella recuerda que en una ocasión llegó una mujer de 1.82 m. de estatura, rostro esculpido, quizá por un buen cirujano, al igual que su cuerpo. La mujer, que parecía sacada de un catálogo o revista para hombres, le propuso a Noemí fingir ante los medios que ella era la novia de Edward para tener publicidad gratis. Noemí, después de una retahíla de argumentos moralistas, la sacó de la casa.
–¿Te gustaba la modelo?
–No. Era muy blanca –Responde Edward.
En sus manos pequeñas y gorditas luce una argolla de esmeraldas y unas uñas largas y filosas.
–¿Por qué te dejas crecer las uñas?
Sonríe– Para que no me roben.
Durante sus días de gloria, Edward posó para varios periódicos del mundo al lado de su diploma.
En siete ocasiones han intentado robar a Edward Niño, quizá para venderlo. Cuando se lo han llevado en la calle, él saca sus pequeñas uñas y araña la cara del secuestrador. Ahora le da miedo salir de su casa. Siempre lo hace acompañado de algún familiar. Por su estatura no puede subirse a un bus, caminar en medio de tumultos de gente, o subir un andén alto. Solo llegaría a la esquina de su casa, ubicada en Bosa, y tendría que regresar.
Ha viajado a Cali y Pereira con una discoteca. Edward hacía parte del show central y su papel era bailar vestido de vaquero, en medio de bailarinas con escasa ropa. Una noche bailó y bailó hasta tropezar. Su cabeza golpeó la esquina de la tarima y cuando advirtió que estaba manando sangre se desmayó. Su madre le prohibió seguir presentándose en discotecas. Eso sucedió antes de ser conocido como el hombre más pequeño.
Cuando ganó el título, todo parecía posible, solo hacía falta la visa y entonces los engranajes del éxito empezarían a moverse. Lo reclamaban en México, Estados Unidos y Europa. Por correo electrónico recibía ofertas donde pagaban lo suficiente para comprar sus sueños: una finca en clima cálido, una camioneta con chofer incluido y, por qué no, conseguir la morena de pelo rojo para compartir la riqueza.
Ante la falta del documento legal que le prometió el presidente, Edward no pudo viajar y las ofertas nunca se concretaron. Solo pudo viajar a Argentina, país que no requiere visa para ingresar. En Buenos Aires se presentó en un programa de televisión, bailó ante los argentinos y se hospedó con su madre en un hotel cinco estrellas. Los gauchos lo querían por su estatura y su voz de niño. Allí quería conocer a un ser tan grande como él, a Maradona.
En Colombia se presentó en el Festival del Humor en Barranquilla a mediados de 2011. En esa ciudad descubrió que no solo los secuestradores se lo podían llevar sino la fuerza del agua. Le daban miedo los arroyos que se forman cuando llueve en esa ciudad: caudales que arrancan árboles, arrastran carros y desaparecen a la gente.
La fama se fue degradando hasta convertirse en un buen recuerdo que conserva en fotos y videos. No tiene casa nueva, ni cocina, ni visa. En la cumbre lo exprimieron y lo arrojaron.
El Estado no le brinda un subsidio, a pesar de su condición de discapacidad. No puede ejercer ningún trabajo. Ahora las ofertas llegan una o dos veces al mes para bailar frente a un supermercado de barrio por 50.000 pesos. Edward se engalana con sus trajes de marinero, Chavo o vaquero y se monta en una tarima. Le gusta bailar y firmar autógrafos. No le gusta que le toquen la cabeza para atraer suerte. No es un duende de Irlanda, es una persona normal con hipotiroidismo.
En la calle y en su casa todo es alto para él. Subir las escaleras es un ejercicio de escalada. Ni siquiera puede prender o apagar las luces. Pero en su habitación todo se reduce. La cama, el baño, la ducha y el inodoro son pequeños. Uno se siente gigante e invasivo en ese espacio. En la ventana tiene la foto del cantante Jorge Celedón alzándolo. En una pared, el dibujo de un delfín, y al lado de la cama cinco carros de cuerda. Saca cada uno, lo ensaya y lo devuelve a su lugar. No le gusta el desorden. Muestra un mico de tela y otro muñeco colgado en la pared que le regalaron en un hospital. Parece un niño vestido de adulto.
Cuando termine de caer la noche, dormirá bajo su cobertor de osos y soñará con la mujer morena, la finca en tierra caliente y la camioneta. Ahora debe cerrar los ojos para soñar.
Las luces de las cámaras tienen la magia de cambiar la realidad y hacer creer que todo se puede alcanzar. Cuando las luces se apagaron, Edward se dio cuenta de su soledad. Los famosos se fueron con su fama, y un dinero inexistente dividió la familia. A veces llora por no ser alto y tener que ver el mundo desde abajo.