La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha redefinido las lógicas de poder en el sistema internacional. No se trata solo de un conflicto regional, sino de una crisis que ha alterado la seguridad global, las cadenas de suministro y, sobre todo, la economía de los recursos estratégicos. En este contexto, los minerales críticos, en especial las tierras raras, han cobrado un protagonismo inesperado. Con su capacidad para influir en la producción de tecnología militar y civil, estas materias primas se han convertido en un nuevo campo de batalla, donde la diplomacia y el comercio se entrelazan con la seguridad y el poder.
Las tierras raras son un grupo de 17 elementos químicos esenciales para la fabricación de semiconductores, baterías de alta capacidad, imanes de neodimio, sistemas de guiado de misiles y una variedad de tecnologías críticas. La capacidad de producir armamento sofisticado y tecnología avanzada está intrínsecamente ligada al acceso a estos minerales.
El conflicto en Ucrania ha exacerbado la importancia de las tierras raras como factor de poder. Estados Unidos y la Unión Europea han incrementado el suministro de armas a Ucrania, desde misiles Javelin y HIMARS hasta drones de alta tecnología. Todos estos sistemas dependen, en distintos grados, de componentes fabricados con tierras raras. Sin embargo, la paradoja estratégica radica en que, hasta hace poco, el 98% del suministro de tierras raras refinadas en el mundo provenía de China, un país que mantiene una postura ambigua en la guerra.
China ha sido el principal beneficiario del comercio global de tierras raras durante las últimas décadas. Controla entre el 60% y el 70% de la producción mundial y refina cerca del 85% de estos minerales. Esto le otorga una posición privilegiada para condicionar el acceso a estos materiales en función de sus intereses geopolíticos.
Desde el inicio de la guerra, Pekín ha mantenido una relación pragmática con Moscú. Aunque ha evitado un apoyo militar directo, ha aumentado sus importaciones de energía rusa y ha mantenido el comercio de componentes estratégicos. Al mismo tiempo, ha utilizado su dominio de las tierras raras como un elemento de presión, limitando exportaciones clave a países occidentales y fortaleciendo su posición como proveedor indispensable.
Para Rusia, la situación es diferente. Aunque posee reservas considerables de minerales críticos en regiones como Siberia, carece de la infraestructura para refinarlos y convertirlos en productos listos para la industria. Dependía, hasta antes de las sanciones, de tecnología importada para procesarlos. Sin acceso a equipos occidentales, ha recurrido a China e India para suplir sus necesidades tecnológicas, lo que refuerza su dependencia de estos actores.
Ante la creciente presión china y las incertidumbres del conflicto, Estados Unidos y Europa han adoptado estrategias de diversificación en el acceso a tierras raras. La Ley de Minerales Críticos de la UE y la Inflation Reduction Act en EE.UU. han incentivado la búsqueda de nuevas fuentes de suministro en países como Australia, Canadá y Brasil. Sin embargo, desarrollar una cadena de suministro alternativa es un proceso lento y costoso.
Australia, con una participación creciente en el mercado, ha consolidado acuerdos con EE.UU. para reducir la dependencia de China. La mina de Mount Weld y la empresa Lynas han emergido como actores clave, aunque su capacidad aún está lejos de igualar a la industria china. En América Latina, Brasil y Argentina han explorado la expansión de su producción de tierras raras, pero enfrentan limitaciones tecnológicas y regulatorias.
El objetivo final de Occidente no es solo garantizar el suministro de estos minerales, sino también reducir la vulnerabilidad de su industria de defensa. La guerra en Ucrania ha demostrado que el acceso a materiales estratégicos es tan importante como la capacidad industrial para fabricar armas. Sin tierras raras, el reabastecimiento de misiles, drones y vehículos blindados se convierte en un problema crítico.
La geopolítica de las tierras raras se ha convertido en una extensión de la rivalidad entre grandes potencias. La guerra en Ucrania ha sido el catalizador de un reajuste en la economía de los minerales críticos, poniendo en evidencia la interdependencia de los mercados globales y la fragilidad de ciertas cadenas de suministro.
En el corto plazo, es probable que China mantenga su dominio en la refinación de tierras raras, mientras que Rusia intente desarrollar capacidades autónomas con apoyo externo. A largo plazo, sin embargo, el proceso de diversificación iniciado por Occidente podría reducir la influencia china, aunque esto dependerá de la rapidez con la que se implementen nuevas infraestructuras mineras y de procesamiento.
El conflicto ha dejado en claro que el poder económico y militar está cada vez más entrelazado con el control de los recursos estratégicos. No se trata solo de tener armas, sino de garantizar el acceso a los materiales que permiten su fabricación. Las tierras raras, que alguna vez fueron un nicho poco conocido de la economía global, se han convertido en un factor central en la seguridad internacional del siglo XXI.