Siempre nos han dicho que los niños son como esponjas, que absorben lo que ven en casa. Pero, ¿qué pasa cuando un niño crece en un hogar lleno de amor y respeto y aun así muestra comportamientos crueles? Aunque nos incomode admitirlo, hay casos en los que la maldad infantil no viene de la crianza ni de la familia. Algunos niños hieren a otros porque pueden, porque les divierte o porque buscan sentir poder sobre los demás.
Es fácil culpar a los padres, y sí, muchas veces la violencia viene de casa. Pero también existen niños que crecen en ambientes sanos y que, por factores externos como la escuela, los medios de comunicación o incluso su propia personalidad, desarrollan actitudes crueles. La idea de que todos los niños son inocentes nos impide ver la realidad: hay pequeños que disfrutan hacer sentir mal a otros sin ninguna razón aparente.
Y aquí es donde debemos detenernos. No podemos seguir repitiendo frases como "son cosas de niños" o "ya cambiará con el tiempo". Un niño que aprende a lastimar sin consecuencias podría convertirse en un adulto que no siente culpa al hacerlo. La crueldad infantil no es solo pegar o insultar; también es excluir, humillar, manipular. ¿Cuántas veces hemos visto a niños que disfrutan ver sufrir a otros sin siquiera tocarles un pelo?
Entonces, ¿qué hacemos? Primero, dejar de justificar estos comportamientos. Si un niño muestra actitudes crueles, necesita límites y, más importante, necesita aprender a ponerse en el lugar del otro. No se trata solo de regañar o castigar; se trata de enseñarles a reconocer el dolor ajeno, a sentir empatía. Las palabras tienen peso, los gestos también, y muchas veces un niño solo entiende el daño que causa cuando alguien se lo muestra de forma clara y directa.
En la escuela, los docentes no podemos esperar hasta que la violencia sea evidente para intervenir. La crueldad muchas veces es silenciosa: miradas despectivas, burlas disfrazadas de chistes, la fría indiferencia de dejar a alguien fuera. No podemos seguir ignorando estos pequeños actos de maldad solo porque no dejan moretones. Si un niño se siente superior por pisotear a otros, es nuestro trabajo frenar esa conducta antes de que se convierta en un hábito.
Al final, no se trata de demonizar a los niños ni de etiquetarlos como "buenos" o "malos", pero sí hay que dejarles claro que las acciones que realizan si son buenas o malas y que a su vez, estas van a definir quienes son. Si no queremos una sociedad llena de adultos insensibles, el momento de actuar es ahora.