Desde la llegada de la pandemia y la entrada del coronavirus a prácticamente todos los espacios de la cotidianidad, para nadie es un secreto que la vida no volvió a ser la misma. El miedo a la cercanía, los teatros, restaurantes, fiestas y todo tipo de eventos públicos con aforo limitado, la obligatoriedad del tapabocas, del gel antibacterial y de la vacuna, son algunos de esos cambios que parecen haber llegado para quedarse. Sin embargo, tras de ello siempre estuvo la sombra de los negacionistas, aquellos que no creían ni en el virus, ni en las cuarentenas o vacunas.
Este martes, el mundo amaneció con la noticia de la muerte del economista holandés Robin Fransman, de 53 años, quien fue un reconocido contradictor de las cuarentenas como medida de contención del coronavirus y, además, se habría resistido a vacunarse ya que no creía en la efectividad o seguridad de estos fármacos. La razón de su muerte: covid-19.
El mismo Fransman confirmó el pasado 3 de diciembre, a través de su Twitter, que había dado positivo para el virus y en los próximos días se dedicó a compartir un buen número de contenidos que apoyaban su contradicción a las medidas sanitarias como el carné de vacunación obligatorio o las cuarentenas.
Un caso lamentable, enmarcado en lo que parece ser un debate sin fin entre aquellos que apoyan toda medida que promete acabar o contener la pandemia, y los negacionistas, que a su vez se dividen entre quienes jamás creyeron en el virus, los que con mirada económica rechazan los confinamientos, los que no creen en las vacunas o incluso las consideran inseguras basados en casos puntuales y quienes de una se apuntan a todo el paquete.
En los lados más radicales de este abordaje de la pandemia, se encuentran las teorías más disparatadas: que las vacunas hacen parte de un plan de control mundial de los Illuminati (el NBA Kirie Irving incluso creía en informaciones que señalan que eran parte de un plan para conectar a los ‘negros’ a través de una gran computadora), que Bill Gates está detrás de la intención de inyectar el dichoso chip, que el tapabocas es apenas la punta del iceberg de la extinción de las libertades individuales, que el coronavirus es un arma biológica, etc.
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En definitiva, un cóctel de desinformación que puede resultar peligroso en medio de una pandemia que hoy por hoy ya le ha costado la vida a más de 5,4 millones de personas en el mundo. En Colombia, por ejemplo, los casos confirmados al día de hoy alcanzan los 5’138.603, de los cuales 24.997 se encuentran activos y 129.866 han fallecido.
Lo cierto es, que el caso de Robin Fransman, que ya de por sí era población de riesgo, no es el único en el mundo. Cada día de la pandemia, más y más negacionistas del virus y las vacunas fallecen, desconociendo que según la ONU gracias a estos fármacos “el cuerpo está preparado para luchar contra el virus y prevenir la aparición de síntomas graves”.
Otro ejemplo, simultáneo al de Fransman, fue el del antivacunas italiano Mauro Buratti, de 61 años, quien en su momento llegó a afirmar que “todos los médicos son comunistas” y se jactó del momento en el que, ya infectado con covid-19 y al aire en un programa de radio en el que colaboraba, contó la historia de cómo ingresó a un supermercado para contagiar a otras personas con el virus.
Giuseppe Cruciani, periodista del programa donde colaboraba Fransman, lamentó en Instagram la muerte de su compañero con un sentido mensaje: “Era un cabeza dura, y esa maldita semana fue posiblemente fatal. Había decidido vivir de cierta manera, nadie lo habría detenido y nuestra gran comunidad lo amaba a pesar de sus distorsiones, sus teorías, sus estados de ánimo”.
Todo parece indicar que este fin de año fue fulminante para la larga lista. El pasado 10 de noviembre, falleció el líder antivacunas austriaco Johann Biacsics, de 65 años, quien tras enfermar de covid prefirió evitar la hospitalización y optar por un tratamiento de enemas de dióxido de cloro. El hombre se había negado a inyectarse cualquier fármaco contra el covid-19 y según medios locales creía que todo se trataba de una conspiración de las industrias farmacéuticas, al tiempo que lideraba manifestaciones contra el confinamiento y otras medidas.
El conteo podría continuar hasta el cansancio. Pero ojo, no solo en otras latitudes del mundo, sino también en Colombia donde se han presentado un buen número de intoxicaciones por uso de dióxido de cloro, ivermectina y otros medicamentos caseros e industriales (pensados para tratar otras patologías) de los que muchos hablan, pero de los que poca o nada información hay sobre su eficacia o que incluso hay comprobación de su afectación negativa a la salud humana.
Cabe recordar, que según la ONU “las vacunas contra la COVID-19 enseñan a nuestro sistema inmunitario a reconocer el SARS-CoV-2 que causa esta enfermedad y a generar anticuerpos para combatirlo sin enfermar de gravedad”. Las vacunas, por lo tanto, junto con medidas como el tapabocas, el lavado de manos, ventilar los espacios o taparse boca y nariz con el medio del brazo al estornudar o toser, son considerados suficientes para continuar la lucha conjunta contra el covid-19. Una a la que todavía le queda un tiempo de vigencia con la aparición de las nuevas variantes.