
En la historia de los gobiernos autoritarios en América Latina, el control de la narrativa ha sido una constante. Y una de sus herramientas más efectivas ha sido la televisión pública. Hugo Chávez lo entendió pronto y lo convirtió en su escenario preferido. Gustavo Petro parece haber tomado nota.
Durante años, “Aló Presidente” fue el show dominical de Chávez: largos monólogos, interrupciones repentinas de la programación, arengas al pueblo y ataques directos a sus opositores. Era la televisión convertida en mitin político. No solo se trataba de informar: se trataba de dominar el relato.
Hoy, en Colombia, Petro ha encontrado en RTVC y el Canal Institucional una versión local de ese mismo libreto. Transmisiones presidenciales extensas, cadenas oficiales disfrazadas de informes, actos públicos que se vuelven vitrinas de discurso personal. El jefe de Estado no informa: editorializa, sermonea, acusa, divide. Y lo hace con los recursos del Estado.
Mientras la televisión pública debería estar al servicio del ciudadano, garantizando pluralidad, independencia y análisis crítico, en este gobierno se ha convertido en una caja de resonancia del ego presidencial. No hay espacio para el disenso. No hay voces que interpelen. Solo la visión única del líder.
El estilo también es similar: el uso emocional del lenguaje, la polarización constante, el señalamiento del enemigo común —la prensa, la oposición, la élite, la historia misma—. Chávez gritaba “¡Exprópiese!” y era ovacionado. Petro acusa de “narcoparamilitarismo” a los medios que no lo celebran, y espera aplausos.
Pero hay una diferencia crucial: Colombia aún no es Venezuela. Aquí la institucionalidad resiste. La prensa libre, a pesar de los golpes, se mantiene crítica. La ciudadanía está atenta. Y la historia, aunque rime, no tiene por qué repetirse.
La televisión pública no es propiedad del gobierno de turno. Es un bien común. No puede ser usada como espejo del poder ni como repetidora de consignas. El periodismo no puede ser reemplazado por discursos presidenciales de tres horas. Ni el pluralismo por monólogos desde el atril.
Radar K lo dice claro:
Petro no es Chávez, pero está actuando como si quisiera parecerlo. El libreto ya lo vimos. Y sabemos cómo termina esa película.