
En una alocución oficial que debía ser un espacio de gobierno, Gustavo Petro decidió desviarse hacia lo anecdótico, lo absurdo y lo desinformativo. Afirmó, sin pruebas, que le quitaron la visa estadounidense, y remató con una frase que dejó al país entre la incredulidad y la vergüenza: “Yo ya visité al Pato Donald.”
Mientras Colombia enfrenta crisis estructurales —en salud, seguridad, relaciones exteriores y confianza institucional— el presidente prefiere usar su investidura para lanzar frases sin contexto, sin verificación y sin propósito real más allá de alimentar el espectáculo.
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¿Le quitaron la visa? La embajada de Estados Unidos no ha dicho nada. Tampoco la Cancillería. Pero él lo lanza como una verdad revelada y, al mejor estilo populista, se victimiza mientras acusa censura. ¿Censura? Habla todos los días, en todas partes, sin filtro, sin freno.
Este episodio no es un hecho aislado. Es parte de una estrategia de confusión constante. En su narrativa, Petro no necesita pruebas, necesita titulares virales. Y en ese juego, la verdad se vuelve un detalle irrelevante. Ya no se sabe qué es cierto, qué es exagerado, qué es sarcasmo o qué es simplemente una provocación diseñada para desviar la atención.
Pero lo que más preocupa no es la frase en sí. Es la intención detrás. Usar una alocución nacional para atacar a un país aliado, insinuar persecución, y cerrar con una referencia al Pato Donald es no solo una burla a la institucionalidad, sino un acto irresponsable que daña las relaciones diplomáticas y banaliza el ejercicio del poder.
Mientras tanto, el país real está esperando.
Los hospitales están colapsando.
Los jóvenes no encuentran oportunidades.
Las regiones viven en miedo.
Y la comunidad internacional observa con extrañeza cómo un presidente convierte el Estado en espectáculo.
No es la visa. No es Disney.
Es el desprecio por lo esencial.
Es la renuncia a gobernar con seriedad.
Y es la confirmación de que Petro no está interesado en liderar, sino en sostener su relato personal… aunque para eso tenga que ridiculizar la presidencia.
Cuando la política se convierte en show, la democracia se vuelve frágil.
Y cuando el presidente prefiere hablarle al algoritmo antes que a su pueblo, el país entero paga el precio.