
Cada gramo de cocaína que se consume en Colombia y en el mundo, no es solo una sustancia: es un acto que financia la guerra.
Cada pase de coca lleva sangre, muerte y desplazamiento.
Y también transforma, en silencio, la manera en que el país se gobierna, se comunica y negocia.
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El impacto real del consumo en el comportamiento
El consumo de cocaína cambia la personalidad:
• Aumenta la impulsividad y la toma de decisiones erráticas.
• Fomenta el egocentrismo, la soberbia y el desprecio por las consecuencias.
• Disminuye la empatía y alimenta actitudes de violencia, indiferencia y abuso.
• Rompe límites éticos y legales: facilita corrupción, traiciones y negligencia.
Hoy, buena parte de la vida social, política y económica en Colombia está atrapada en dinámicas moldeadas —y distorsionadas— por un consumo de cocaína que se ha normalizado en todos los niveles.
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Cada pase de coca sostiene la guerra que mata
Cada vez que alguien consume cocaína, financia directamente:
• El asesinato de líderes sociales.
• El desplazamiento forzado de comunidades campesinas e indígenas.
• El fortalecimiento de mafias que gobiernan vastos territorios olvidados por el Estado.
El narcotráfico no se sostiene en el campo: se sostiene en las ciudades, en el consumo silencioso que recorre clubes, oficinas, universidades y calles.
Cada pase de coca no es solo un acto privado: es una complicidad activa con el conflicto que desangra a Colombia.
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Colombia no podrá hablar en serio de paz mientras siga normalizando el consumo de cocaína como si fuera inofensivo.
Cada pase de coca que se celebra en una fiesta, en una oficina o en un club social es una bala disparada contra el futuro del país.
La guerra no empieza en los cultivos.
Empieza en la demanda diaria que muchos prefieren callar.