Cuando el fundador y director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, me dijo hace dos años durante una entrevista en un podcast que los negacionistas del Holocausto podrían no tener la intención de mentir, mi primer instinto fue contestarle: “Eso es una idiotez absoluta”. Logré controlarme.
En nuestra entrevista, lo dejé explicar cómo quería regular la gigantesca plataforma de redes sociales que solo él controlaba.
Mientras hablaba, sus puntos de vista sobre la proliferación de teorías de conspiración poco fundamentadas, engaños y desinformaciones en su sitio web fueron cada vez más preocupantes.
“Por muy detestable que pueda ser parte de este contenido, creo que todo se reduce al principio de darle una voz a las personas”, afirmó, mientras al mismo tiempo señalaba que cualquier discurso que creara un entorno inseguro podría ciertamente ser bloqueado por Facebook.
Zuckerberg defendió la decisión de permitir las opiniones del persistentemente infame Alex Jones, cuyas mentiras y conspiraciones sobre la masacre de niños en el tiroteo de la escuela Sandy Hook se habían propagado por todo Facebook en aquel entonces y quien parecía deleitarse con romper todas las reglas que la compañía había establecido.
Cuando le pregunté por qué Jones no había sido expulsado de Facebook —algo que la empresa insistió que no haría para luego hacerlo poco después— Zuckerberg quiso cambiar el tema de la conversación.
Al Holocausto. “Oh no”, pensé. Pero Zuckerberg insistió.
“Soy judío, y existe un grupo de personas que niegan que el Holocausto sucedió”, afirmó.
“Sí, hay muchos”, dije.
“Eso me parece profundamente ofensivo. Pero al final del día, no creo que nuestra plataforma deba eliminar ese contenido porque creo que hay cosas que diferentes personas entienden mal. No creo que lo hayan entendido mal a propósito, pero creo que…”.
Tuve que interrumpir y añadir algo de cordura para intentar detener este alocado razonamiento. “En el caso de los negacionistas del Holocausto, sí podría ser a propósito”, dije, antes de decidir simplemente dejar pasar esa falacia. “Pero continúa”.
Y vaya que continuó, cavando más y más su propio hoyo, mientras yo veía con silencioso terror cómo sucedía ese accidente argumentativo.
“Es difícil impugnar la intención y comprender la intención”, dijo. "No, no lo es", pensé.
Aunque luego intentó aclarar sus comentarios, enviándome un correo electrónico que decía: “En lo personal, me parece que el negacionismo del Holocausto es profundamente ofensivo, y de ninguna manera tuve la intención de defender las intenciones de las personas que lo niegan”, eso fue exactamente lo que había hecho.
Y lo que continuó haciendo, hasta el 12 de octubre, es decir, cuando finalmente se le ocurrió a Zuckerberg que quizás no lo había pensado muy bien y decidió que Facebook ahora prohibiría “cualquier contenido que niegue o distorsione el Holocausto”.
“He luchado con el conflicto entre defender la libertad de expresión y el daño causado por minimizar o negar el Holocausto”, escribió en una publicación de Facebook. “Mi propio razonamiento ha evolucionado a medida que he visto datos que muestran un aumento de la violencia antisemita. Es por eso que nuestras políticas sobre el discurso de odio también han evolucionado”.
La medida llega justo después de que Facebook anunciara la semana pasada que depuraría el contenido de QAnon, el movimiento bizarro y cada vez más grande de teorías conspirativas.
¿Es este Mark “consciente” algo positivo? No estoy segura. Este Zuckerberg en evolución se siente más aleatorio que riguroso, más inspirado por someterse a un juego interminable y agotador que por una teoría congruente de cómo vigilar la plataforma; y, más concretamente, motivado a lucir como si estuviera tomando cartas en el asunto, debido a un posible cambio en el poder político que podría generarle problemas al Facebook amigable con Trump. ¿La motivación de estos cambios es simplemente quedar bien con una futura presidencia de Biden?
No tengo idea. Pero lo que sí queda claro es que la comprensión de Zuckerberg de todas las maneras en que las redes sociales pueden perjudicarnos sigue siendo dolorosamente lenta. El enorme costo de este proceso, el cual Zuckerberg nunca ha experimentado, seguirá corriendo por cuenta del resto de nosotros.
El mundo tiene que reparar el daño causado por el odio que Zuckerberg ha permitido que prosperara bajo la falsa bandera de la libertad de expresión en la red que construyó.
Hasta que Zuckerberg decida realmente administrar la empresa, Facebook seguirá siendo una plataforma perfecta para cualquier cosa, porque es un lugar que no defiende nada.
Desde esa entrevista conmigo hace dos años, Zuckerberg ha hablado con muchos periodistas, pero se ha negado a concederme otra entrevista, aunque lo he solicitado una y otra vez. Es una pena, porque tengo muchas más preguntas que hacerle, por ejemplo:
¿Por qué decirle a todo el mundo que no quería ser un árbitro de la verdad después de haber construido a propósito una plataforma que sin duda requería de un árbitro de la verdad para funcionar de forma correcta?
¿Por qué nunca construiste “cortafuegos” que pudieran haber apagado los peligrosos incendios de desinformación cuya propagación desbocada has permitido?
¿Te motivó una necesidad de expandir la compañía sin límites o una creencia real de que los seres humanos se comportarían de buena manera si les permitían hacer lo que quisieran?
Y lo más importante, ahora que estamos de acuerdo en que los negacionistas del Holocausto tienen la intención de mentir, ¿podemos también estar de acuerdo en que necesitamos reconstruir la nación y también a Facebook para poder tener un diálogo real basado en la comunidad? Siempre dijiste que ese era tu objetivo, ¿verdad?
O es que, después de todo este tiempo y dolor, ¿eso es una idiotez absoluta?
Por: Kara Swisher