Experimentar una pandemia es, ya de por sí, una muy mala experiencia. Pero es mucho peor sufrir al mismo tiempo una pandemia y una guerra civil. Bienvenidos a la era de Donald Trump al frente de Estados Unidos en 2020.
Si Trump ya los tiene mareados de tantas veces que ha indicado un giro a la izquierda (emitió lineamientos para indicarles a los estados la manera correcta de levantar los cierres de emergencia por la pandemia), pero ha dado vuelta a la derecha (urgió a las personas a liberar a sus estados del confinamiento, ignoró sus propios lineamientos e incluso le restó importancia a la realización de pruebas), créanme que no son los únicos.
En vista de la tendencia de Trump a hacer anuncios complicados, contradictorios y deshonestos, permítanme compartirles mi intento de interpretar lo que ha dicho:
“Con tal de preservar la libertad y el capitalismo de Estados Unidos, la generación más grandiosa se lanzó a tomar la playa de Omaha en Normandía el Día D (sin dejarse desalentar por la cortina de fuego de artillería creada por los nazis que, de hecho, ocasionó la muerte de muchos de ellos)".
"Ahora también necesitamos preservar la libertad y el capitalismo de Estados Unidos, así que convoco a esta nueva generación a salir de compras a los centros comerciales de Omaha, Nebraska, sin dejarse intimidar por una pandemia de coronavirus que, según las probabilidades, solo matará al uno por ciento de los que se infecten. Así que, en un gran despliegue de valor, les pido que regresen a trabajar y retomen su vida de antes”.
Lisa y llanamente, el mensaje más reciente que Trump les ha enviado a los estadounidenses, con sus palabras y acciones, es el siguiente: de entre los dos modelos básicos que se han seguido en el mundo para lidiar con la pandemia en tanto se tiene una vacuna que haga posible la inmunidad de grupo (el riguroso modelo de gestión piramidal de China que consiste en hacer pruebas, rastrear, localizar y aplicar cuarentenas, y el modelo de Suecia, con un enfoque más colectivo concentrado en proteger a los más vulnerables y permitir que los demás regresen a trabajar, se infecten y desarrollen inmunidad de grupo de manera natural), su presidente ha decidido aplicar el enfoque sueco.
El problema es que no le avisó al país ni tampoco al equipo encargado de las acciones en respuesta al coronavirus, e incluso creo que es muy posible que se le haya pasado decírselo a sí mismo.
Sin embargo, es la única conclusión posible, en vista de cuánto se ha desviado Donald Trump de los lineamientos de su propio gobierno y el respaldo que les ha dado a sus seguidores, que desean ponerle fin al confinamiento, quienes, al igual que la mayor parte del país, ya se cansaron de tanto lineamiento y están desesperados por volver a trabajar y recibir sus sueldos.
El problema es que, a tono con mi analogía del Día D, aunque el presidente Donald Trump ha decidido, en esencia, enviar a los estadounidenses a enfrentar en batalla al coronavirus, no les ha dado nada parecido a un mapa, una armadura, un casco o armas, y los combatientes ni siquiera cuentan con una estrategia coordinada para minimizar el número de bajas.
Por si fuera poco, también los envía sin ningún tipo de liderazgo nacional, así que, como cada pelotón (léase estado) se rascará con sus propias uñas, se maximizarán las probabilidades de propagación del virus entre las personas que quieren salir de compras y aquellas que prefieren seguir en cuarentena.
Para colmo, tampoco les ha dado un plan nacional para proteger a los más vulnerables, en particular a los ancianos, ni les ha dado el ejemplo para que todos utilicen tapabocas y practiquen el distanciamiento social en el lugar de trabajo y en espacios públicos. Encima, los envía sin ningún plan de retirada para el caso de que demasiadas personas vulnerables se infecten y se conviertan en bajas durante la incursión a los centros comerciales de Omaha y más allá.
Fuera de estos detalles, Trump es la viva imagen de Franklin Roosevelt.
Me temo que cuando todas estas deficiencias se vuelvan evidentes, podrían dar pie a una especie de guerra civil entre vecinos. Unos preguntarán: “¿Quién te dio el derecho de hacer caso omiso de los lineamientos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades e ir sin el menor cargo de conciencia a un bar, al trabajo o a un restaurante para después transmitirles el coronavirus a tus abuelos o a los de alguien más?”.
Y quienes adopten la otra postura, a su vez, preguntarán: “¿Quién te dio el derecho de mantener cerrada la economía durante una pandemia y causar un desempleo masivo que podría costar muchas más vidas de las que salve, en especial cuando existen otras estrategias, como la de Suecia, que podrían funcionar?”.
Quizá se establezca una nueva línea Mason-Dixon entre los estados con gobernadores dispuestos a darles a los ciudadanos instrucciones de seguridad y equipo de protección, y aquellos con gobernadores ansiosos por reanudar las operaciones comerciales normales en su estado, sin preocuparse en lo más mínimo por lineamientos o equipos de protección.
Según una nueva encuesta del Centro de Investigación Pew, a más de dos tercios de los estadounidenses les preocupa que sus estados reinicien actividades demasiado rápido, mientras que los partidarios de Trump han salido a las calles a manifestarse para exigir que las empresas abran y la gente pueda regresar a trabajar ya.
Así que no me es difícil imaginar que en algún momento el gobernador de Maryland, que se ha resistido a reducir las medidas de confinamiento, llegue a impedir el paso de los automóviles con placas de Georgia que transiten la autopista interestatal 95 con rumbo al norte. Y no solo es que me lo imagine.
La gobernadora de Dakota del Sur, Kristi Noem, “envió el viernes a los líderes de las tribus siux oglala y de la reserva Cheyenne River comunicados en los que les exige retirar puestos de control establecidos en su territorio para evitar la propagación del coronavirus”, bajo pena de convertirse en blanco de acciones legales, según informó CNN.com el sábado. La tribu siux de la reserva Cheyenne River rechazó el ultimátum. Esperen más noticias.
En este caso, la tragedia es que un mejor presidente nunca habría permitido que llegáramos al borde de un conflicto civil como consecuencia de la pandemia.
Un verdadero presidente seleccionaría un marco de referencia adecuado para evaluar los problemas de la nación, presentaría argumentos para justificar el mejor curso de acción y nos guiaría en el proceso de puesta en práctica.
Para empezar, nos explicaría que enfrentamos un reto de dimensiones nunca antes vistas por ningún miembro de nuestra generación, una pandemia global en que la madre naturaleza ha ido diseminando entre nosotros, con total sigilo y sin piedad, un coronavirus invisible de crecimiento exponencial.
Además, debería enfatizar que, a diferencia de las batallas con enemigos humanos, no solo no tenemos ninguna esperanza de derrotar a la madre naturaleza, sino que es imposible negociar con ella o hacer que cambie de opinión. No nos queda más remedio que aceptar lo que venga y hacer los ajustes para minimizar los daños.
Una complicación más es que, independientemente del curso de acción seleccionado, una pandemia siempre presenta terribles disyuntivas morales y económicas. Un cierre demasiado prolongado acaba con el empleo. Una apertura excesiva ocasiona la muerte de los más vulnerables de la población.
A quienes ejercen el liderazgo les corresponde identificar la opción más sostenible para lograr el equilibrio entre proteger la vida y los medios de subsistencia, crear condiciones que coadyuven a alcanzar esa meta y apegarse a ellas.
Así que, como ya expliqué, China optó por suspender y más adelante reactivar su economía, pero combinó estas acciones con medidas estrictas de distanciamiento social, el uso obligatorio de cubrebocas y un sistema muy invasivo de prueba, detección, rastreo y cuarentena de todos los infectados de coronavirus para evitar la propagación en tanto se encuentra una vacuna y se crea inmunidad de grupo.
Suecia aplica medidas moderadas de distanciamiento social e intenta proteger a los más vulnerables, pero ha mantenido abierta gran parte de su economía para permitir que los menos vulnerables (con más probabilidades de ser infectados asintomáticos o sufrir solo síntomas parecidos a los de un resfriado ligero o, en el peor de los casos, grave) sigan trabajando, se infecten y desarrollen inmunidad.
El plan es suspender la alerta para los vulnerables más adelante, cuando una proporción suficiente de la población sea inmune. Claro que todavía es muy pronto para saber si la estrategia de Suecia es la opción correcta.
Quienes escucharon a Donald Trump la semana pasada vieron a un presidente indeciso. Un día, sus palabras dieron a entender que quería seguir el ejemplo de Suecia y permitir que muchas personas volvieran al trabajo aunque muchas más se contagiaran de coronavirus. Otro, presumió de que Estados Unidos realiza pruebas como China, solo que más. Un día distinto, puso en duda la necesidad de realizar pruebas.
En breve: Trump habla como China y le tiene envidia a Suecia, pero no se prepara para aplicar el modelo de ninguno de esos países y sigue insistiendo en que su estrategia es mejor que la de cualquiera de ellos.
Por desgracia, el hecho es que no está dispuesto a imponer el estricto sistema de vigilancia, rastreo y cuarentena necesario para garantizar que funcione la decisión de China de autorizar el regreso al trabajo.
Y tampoco está dispuesto a considerar opciones para reducir el peligro de una apertura similar a la de Suecia, como mudar a hoteles vacíos a los más vulnerables que viven en condiciones de hacinamiento o establecer unidades de salud pública que realicen pruebas cerca de cada asilo.
Así que me temo que nos enfilamos hacia una situación de total caos. La incompetencia de Trump provocará la intensificación de los contagios de coronavirus y su malevolencia acentuará el partidismo hiperpolítico del país.
Después de todo, su estrategia política consiste en dividirnos entre los del bando rojo y los del azul, entre los partidarios de los republicanos y los de los demócratas, entre los defensores de la postura de apertura inmediata y los de una reactivación gradual de la economía. Es el único tipo de política que practica.
En suma, la COVID-19 se está encargando de debilitar nuestra salud física y económica, mientras que Trump se ocupa de socavar nuestras instituciones y la unidad nacional. Nos urge encontrar una vacuna que nos dé inmunidad de grupo contra este virus. Con la misma urgencia, necesitamos que las elecciones de 2020 nos blinden en contra de este presidente.
Por: Thomas L. Friedman