La decisión que no tomó EEUU y ahora le cuesta vidas, según las cifras

Vie, 22/05/2020 - 16:37
En las ciudades donde el virus llegó antes y se propagó con rapidez, esas acciones llegaron demasiado tarde para evitar la desgracia.

Según cálculos de los modeladores de enfermedades de la Universidad de Columbia, si en marzo Estados Unidos hubiera comenzado a imponer medidas de distanciamiento social una semana antes, habrían muerto unas 36.000 personas menos por el brote de coronavirus.

Y si el país hubiera empezado a cerrar las ciudades y a limitar el contacto social el 1.° de marzo, dos semanas antes de que la mayoría de la gente empezara a quedarse en casa, se habría evitado la gran mayoría de los decesos de la nación, alrededor del 83 por ciento, estimaron los investigadores.

En ese escenario, habrían fallecido cerca de 54.000 personas menos para principios de mayo.

 

 

El enorme costo de esperar para tomar medidas refleja la implacable dinámica del brote que arrasó con las ciudades estadounidenses a principios de marzo.

Los investigadores descubrieron que, incluso pequeñas diferencias de tiempo habrían evitado el peor crecimiento exponencial, que para abril tenía subsumida a la ciudad de Nueva York, Nueva Orleans y otras ciudades importantes.

“Es una gran gran diferencia. Ese pequeño momento en el tiempo, capturarlo en esa fase de crecimiento, es increíblemente crítico para reducir el número de decesos“, explicó Jeffrey Shaman, epidemiólogo de la Universidad de Columbia y líder del equipo de investigación.

Los hallazgos se basan en un modelo de enfermedades infecciosas que mide cómo la reducción del contacto entre las personas a partir de mediados de marzo frenó la transmisión del virus.

El equipo de Shaman modeló lo que habría sucedido si esos mismos cambios hubieran tenido lugar una o dos semanas antes y calculó la propagación de las infecciones y las muertes hasta el 3 de mayo.

Los resultados muestran que a medida que los estados se reabran, es muy fácil que los brotes se salgan de control a menos que los funcionarios vigilen de cerca las infecciones y repriman de inmediato los nuevos brotes.

Además, muestran que cada día que los servidores públicos esperaron para imponer restricciones a principios de marzo tuvo un gran costo.

Luego de que Italia y Corea del Sur comenzaron a responder al virus de manera agresiva, el presidente Donald Trump se resistió a cancelar sus mítines de campaña, o a decirle a la gente que se quedara en casa y evitara las multitudes.

El presidente afirmó que el riesgo del virus para la mayoría de los estadounidenses era muy bajo.

“Nada se cierra, la vida y la economía continúan”, tuiteó Trump el 9 de marzo y sugirió que la gripe era peor que el coronavirus. “En este momento hay 546 casos confirmados de coronavirus y 22 muertes. ¡Piensen en eso!”, agregaba su tuit.

De hecho, para ese momento, decenas de miles de personas ya se habían contagiado, según estimaron posteriormente los investigadores.

Sin embargo, la falta de pruebas generalizadas permitió que esas infecciones pasaran desapercibidas, ocultando la urgencia de un brote que la mayoría de los estadounidenses todavía identificaba como una amenaza extranjera.

La Casa Blanca no respondió a una solicitud de comentarios, pero Trump ha citado en repetidas ocasiones las restricciones de los vuelos provenientes de China en enero, y de Europa a mediados de marzo, como acciones que detuvieron la propagación del virus.

 

 

El 16 de marzo, Trump instó a los estadounidenses a limitar los viajes, evitar los grupos y quedarse en casa al salir de la escuela. El alcalde Bill de Blasio cerró las escuelas de la ciudad de Nueva York el 15 de marzo y el gobernador Andrew Cuomo emitió la orden de quedarse en casa, la cual entró en vigor el 22 de marzo.

Varios investigadores de la enfermedad descubrieron que los cambios en el comportamiento personal en todo el país a mediados de marzo frenaron la epidemia.

No obstante, en las ciudades donde el virus llegó antes y se propagó con rapidez, esas acciones llegaron demasiado tarde para evitar la desgracia.

Tan solo en el área metropolitana de Nueva York, 21.800 personas habían muerto para el 3 de mayo.

Menos de 4300 habrían muerto para entonces si las medidas de control se hubieran puesto en marcha y se hubieran adoptado a nivel nacional apenas una semana antes, el 8 de marzo, según estimaron los investigadores.

Todos los modelos son solo estimaciones y resulta imposible saber con certeza el número exacto de personas que habrían fallecido.

Sin embargo, Lauren Ancel Meyers, epidemióloga de la Universidad de Texas en Austin, que no participó en la investigación, comentó que “este es un argumento convincente de que incluso las acciones un poco más tempranas en Nueva York podrían haber cambiado la situación“.

“Esto implica que, si las intervenciones hubieran ocurrido dos semanas antes, muchas muertes y casos de COVID-19 se habrían evitado a principios de mayo, no nada más en la ciudad de Nueva York sino en todo Estados Unidos”, argumentó Meyers.

Un modelo por computadora no puede capturar el destino de vidas específicas, pero cada persona que se infectó para luego manifestar síntomas y morir en marzo y principios de abril tiene un nombre, una historia y una ciudad.

En todo el país, hay gente que no formó parte del estudio y que se pregunta qué podría haber pasado.

Era un viernes por la noche de mediados de marzo cuando Devin Taquino comenzó a sentirse mal. Ni él ni su esposa pensaban en absoluto en el coronavirus.

Para ese momento, ya había más de 200 casos en el estado, pero la mayoría de ellos estaban en la parte este del estado, no en la pequeña ciudad de Donora, al sur de Pittsburgh.

Además, Taquino no encajaba en el perfil: solo tenía 47 años, no tenía enfermedades preexistentes y su principal síntoma, la diarrea, no era algo comúnmente asociado con la enfermedad.

Planeaba trabajar la mañana del sábado en un centro de atención telefónica a media hora de distancia, pero se reportó enfermo.

 

 

Las oficinas de toda la zona pedían a la gente que no fuera a laborar, pero la de Taquino no había tomado esa medida.

Trabajó el lunes, pero el martes volvió a casa enfermo del trabajo, se desplomó en la cama y no despertó en 16 horas.

A la mañana siguiente, su esposa, Rebecca Taquino, de 42 años, lo despertó y le dijo que tenían que hacerse la prueba. Ella no creía que él tuviera el virus, pero pensó que tomar esa medida era lo más lógico.

Dado que no contaban con un médico de cabecera, fueron a una clínica de urgencias cercana, donde se enteraron de que el nivel de oxígeno en la sangre de Devin era muy bajo.

La gente de la clínica se ofreció a llamar a una ambulancia, pero temiendo el costo, y aún escépticos de que eso fuera tan grave, los Taquino optaron por conducir a una sala de emergencias.

En el hospital, le hicieron una radiografía y le diagnosticaron neumonía. Se quedó hospitalizado en una unidad de aislamiento como medida preventiva y ella regresó a casa. La noche siguiente, el 26 de marzo, él la llamó con dos novedades.

La primera: había recibido un correo electrónico de su trabajo con la noticia de que alguien en el centro de atención telefónica, donde las estaciones de trabajo se encontraban a 30 centímetros de distancia, había dado positivo por el virus. La otra noticia era que él también había confirmado haberlo contraído.

Rebecca Taquino ha tenido mucho en qué pensar en las semanas que han pasado desde esa llamada telefónica, incluyendo los largos días en los que nunca salió de casa y el estado de salud de su marido empeoraba terriblemente.

¿El centro de atención telefónica debió haber enviado a los empleados a casa antes? Cuando llamó al centro el viernes para informar de su estado, ya estaba vacío: habían enviado a los trabajadores a sus casas. ¿Actuaron demasiado tarde?

“Yo misma lo he pensado una y otra vez. De verdad quiero que sea su culpa”, afirmó Rebecca.

¿Podría saber a ciencia cierta dónde se contagió su marido? Era difícil decirlo con seguridad.

A pesar de ello, teniendo en cuenta el correo electrónico del día en el que su esposo fue diagnosticado, parecía que lo más probable era que se había contagiado en el trabajo.

 

 

Después de tres semanas de agonía, Devin Taquino murió el 10 de abril. Nunca se sabrá si era una de los miles de personas que podrían estar vivas si se hubieran tomado medidas de distanciamiento social una semana antes.

Rebecca Taquino dijo que los funcionarios deberían haberlo sabido.

“Si se está propagando tan rápido tendrían que saber que podría llegar aquí. Deberían haber estado implementando programas. Creo que fue un grave error de nuestro país. No había forma de pensar que nos íbamos a librar de esto”, afirmó Rebecca Taquino.

 

Por: James Glanz y Campbell Robertson

Creado Por
The New York Times
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