Estados Unidos se encuentra asediado por el cambio climático en algunos aspectos que los científicos han estado denunciando durante años. Pero su advertencia tiene una segunda parte: las décadas de una situación crítica cada vez más grave ya están dentro del ecosistema global y no es posible dar marcha atrás.
Esto significa que el tipo de desastres que vienen en torrentes en la actualidad —las sequías en el oeste que provocan los incendios forestales de dimensiones históricas cuyo humo llega hasta la costa este o las rachas de tormentas tropicales que suceden en el Atlántico y avanzan de manera destructiva hacia América del Norte— ya no son elementos de un futuro distópico. Forman parte de la actualidad y serán peores para la siguiente generación o quizás aún más allá, dependiendo de lo dispuesta que esté la humanidad a tomar medidas.
“Me han calificado de alarmista”, señaló Peter Kalmus, científico climático que reside en Los Ángeles, donde él y millones de personas más han inhalado durante semanas grandes cantidades de humo. “Pero creo que ahora es mucho más difícil que la gente diga que estoy siendo alarmista”.
El mes pasado, antes de que los cielos de San Francisco se tornaran de un color naranja artificial, el Valle de la Muerte llegó a 54 grados Celsius, la temperatura más alta jamás alcanzada en el planeta. Decenas de personas han fallecido por el calor en Phoenix, que en julio experimentó su mes más cálido desde que se tienen registros y que solo superó ese máximo en agosto.
El tema del cambio climático ha llegado a la vida cotidiana, a los titulares más importantes y al primer plano de la campaña presidencial. Las preguntas son urgentes y de fondo. ¿Esto se puede revertir? ¿Qué se puede hacer para reducir al mínimo los peligros inminentes para las próximas décadas? ¿La destrucción de las últimas semanas será el momento de la verdad o solo será un problema pasajero en el ciclo informativo?
The New York Times habló con dos docenas de expertos en el clima, que incluyen a científicos, economistas, sociólogos y legisladores, y sus respuestas abarcaron un amplio espectro: desde opiniones alarmantes pasando por los juicios pesimistas hasta las opciones esperanzadoras.
“Es como si hubiéramos estado fumando una cajetilla de cigarrillos al día durante décadas” y ahora el mundo está sintiendo los efectos, señaló Katharine Hayhoe, científica climática de la Universidad Tecnológica de Texas. Pero agregó: “Todavía no estamos muertos”.
El mensaje más preocupante de estos expertos es que el mundo aún no ha visto lo peor. Ha desaparecido el clima de antaño y ya no hay retorno.
Los efectos del cambio climático que se están experimentando son el resultado de la decisión tomada hace décadas por los países de seguir emitiendo gases de efecto invernadero que retienen el calor a ritmos cada vez más acelerados, pese a las advertencias de los científicos sobre el precio que habría que pagar.
Ese precio —olas más violentas de calor, temporadas más largas de incendios forestales, elevación del nivel del mar— ahora es irremediable. Los países, incluido Estados Unidos, han titubeado durante tanto tiempo para reducir las emisiones, que es seguro un mayor calentamiento global paulatino durante las próximas décadas aunque mañana se aceleraran los esfuerzos por sustituir los combustibles fósiles.
La Tierra ya se ha calentado aproximadamente un grado Celsius desde el siglo XIX. Las propuestas más optimistas que han hecho los gobiernos del mundo para reducir a cero las emisiones contemplan mantener el calentamiento a menos de 2 grados Celsius. Los países están lejos de alcanzar esa meta.
Los expertos concuerdan en que el cambio climático es más una cuesta que un acantilado. Todavía estamos lejos del momento en que todo haya terminado, en que sea demasiado tarde para actuar. Aún queda mucho por hacer para reducir el daño que se aproxima, para prepararnos contra los próximos megaincendios y supertormentas, para salvar vidas y conservar una civilización próspera.
Los expertos afirman que para gestionar el cambio climático será necesario replantear prácticamente todos los aspectos de la vida cotidiana: dónde y cómo se construyen las casas, cómo se diseñan las redes eléctricas, cómo planea la gente el futuro teniendo en consideración el bien colectivo. Se necesitará un cambio trascendental en la política de un país que, en general, no le ha dado importancia al cambio climático.
La esperanza que tienen algunos expertos es que los efectos que provocan actualmente los incendios y las tormentas —muerte, destrucción y cielos apocalípticos— motiven a la gente a unirse para actuar.
Durante mucho tiempo, “se prestó gran atención a la manera en que el cambio climático afectaría las cosas más vulnerables, como los países insulares de poca elevación o los arrecifes de coral, cosas que no afectan drásticamente las fuentes de poder económico del mundo”, señaló Katharine Mach, profesora adjunta en la Escuela Rosenstiel de Ciencias Marinas y Atmosféricas de la Universidad de Miami. “Casi siempre ha existido esta creencia arrogante de que la riqueza ofrece protección”.
Los recientes acontecimientos, afirmó, son un recordatorio realista de que “todos estamos juntos en esto”.
Esa idea brinda un poco de esperanza contradictoria: cuantas más personas resultan afectadas, en especial las pudientes y prominentes, más seriedad se le da al asunto.
La mayoría de los expertos coincide en que, si queremos evitar que el planeta se siga calentando sin cesar, la humanidad pronto tendrá que eliminar sus emisiones de gases de efecto invernadero que calientan el planeta. Eso significa depurar todas las plantas de carbón de China, todas las plantas de acero de Europa, todos los autos y camiones de Estados Unidos.
Es una tarea abrumadora. Implica reorientar una economía global que depende de los combustibles fósiles. Hasta ahora, el mundo solo ha tenido avances titubeantes.
No obstante, los expertos también argumentaron algo que dicen que a menudo se ha subestimado: aunque empecemos a acabar radicalmente con las emisiones, podrían pasar décadas antes de que esos cambios comiencen a disminuir de manera significativa el ritmo al que la Tierra se está calentando. Mientras tanto, tendremos que ocuparnos de los efectos que cada vez son peores.
Incluso si los países detienen las emisiones, tendrán que acelerar los esfuerzos para adaptarse a un cambio climático que ya no pueden evitar. “Tenemos que determinar cómo reducir el peligro en el que estamos”, señaló Gernot Wagner, economista del clima de la Universidad de Nueva York.
Hemos demostrado que cuando embisten los desastres, tenemos la capacidad de unirnos y responder. En 1970 y 1991, dos ciclones importantes afectaron a Bangladés y mataron a medio millón de personas. Posteriormente, el país construyó una amplia red de sistemas de alerta oportuna y de refugios, y también reforzó los códigos de construcción. Cuando azotó otro ciclón importante en 2019, la cifra de muertos disminuyó a cinco personas.
“La capacidad de adaptación del ser humano es extraordinaria, no ilimitada, pero sí extraordinaria”, afirmó Greg Garrard, profesor de Humanidades Ambientales en la Universidad de Columbia Británica. “Me preocupa mucho más el futuro de otras especies que el futuro de los seres humanos, justamente porque somos muy pero muy buenos para adaptarnos”.
Sin embargo, como lo ilustra el caso de Bangladés, la adaptación casi siempre es una medida de reacción, no de prevención. Adaptarse al cambio climático implica vislumbrar que vendrán peores desastres; una vez más, alejarse de la historia y ver hacia el futuro.
En la actualidad podemos tomar medidas concretas. Pensemos en los incendios forestales. Después de una ola mortal de incendios en el oeste en 1910, el gobierno de Estados Unidos expandió el cuerpo de bomberos que tenía la tarea de extinguir los incendios forestales donde aparecieran. Eso funcionó durante décadas, lo que les brindó a los estadounidenses la confianza de poder mudarse a las zonas forestales y seguir a salvo.
Pero esa política originó una acumulación de densa vegetación en los bosques del país, la cual, combinada con un clima más seco y caliente, hace que esos bosques tengan una creciente propensión a quemarse más y sobrecalentarse, lo que supera la capacidad del país para combatir los incendios.
Además, afirman los expertos, el país tendrá que cambiar su mentalidad y aprender a vivir con los incendios. Los estados y las comunidades tendrán que imponer normas más estrictas para la construcción de casas en las zonas propensas a incendios. Los organismos federales tendrán que concentrarse en gestionar mejor los bosques y reducir de manera selectiva algunas zonas e incluso provocar preventivamente incendios controlados en otras zonas para quemar el exceso de vegetación que pudiera atizar las llamas descontroladas.
“Podemos hacer muchas cosas”, comentó Jennifer Balch, experta en incendios de la Universidad de Colorado, campus Boulder. “Hemos estado concentrados en responder a las emergencias en vez de pensar y ver hacia el futuro”.
Desde la década de 1850, los investigadores se dieron cuenta de que los gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono, podían retener el calor de la Tierra. Eso sucedió al inicio de la era industrial, en la cual se instalaron fábricas que usaban combustibles fósiles que, al final, no solo le proveían comodidades modernas a la vida de la gente, sino que también llenaban el cielo con el dióxido de carbono que ahora está calentando el mundo.
Para la década de 1990, los científicos conocían muy bien los riesgos futuros de un mundo que se estaba calentando. Para la década de 2010, los investigadores pudieron demostrar el efecto que tenía el cambio climático en las olas de calor extremo, las sequías y las inundaciones que tenemos ahora.
La tecnología también brindó soluciones, como la energía solar o los autos eléctricos. Pero los gobiernos se han tardado en eliminar su dependencia de los combustibles fósiles.
“Creo que los científicos climáticos hemos hecho nuestro trabajo”, afirmó Kalmus, el científico que vive en Los Ángeles. “Lo hemos expuesto con bastante claridad, pero nadie está haciendo nada. Así que ahora les toca a los especialistas en ciencias sociales”. Una residente espera ayuda para regresar a su casa después del huracán Harvey, en Houston, el 27 de agosto de 2017. (Alyssa Schukar/The New York Times) Riberas en erosión a lo largo del canal intracostero, cerca de Port Arthur, Texas, el 4 de noviembre de 2018. (Brandon Thibodeaux/The New York Times)
Una residente espera ayuda para regresar a su casa después del huracán Harvey, en Houston, el 27 de agosto de 2017. (Alyssa Schukar/The New York Times)
Riberas en erosión a lo largo del canal intracostero, cerca de Port Arthur, Texas, el 4 de noviembre de 2018. (Brandon Thibodeaux/The New York Times)
Por: John Branch y Brad Plumer,