En el Oráculo de Delfos están inscritos los versos: “Conócete a ti mismo y conocerás el Universo y a los Dioses”. Como seres humanos tanto nuestros comportamientos como pensamientos y acciones son producto de la mente.
Al hablar de la mente, esta abarca la conciencia, el inconsciente, la intención, la voluntad y la inteligencia (raciocinio), así como también, la imaginación, la capacidad de resolver problemas y el vasto mundo de las emociones.
Es por eso, que la mente se esfuerza en mantener constantemente un equilibrio, mientras busca activamente su propio desarrollo hacia una identidad personal.
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Según el médico psiquiatra y psicólogo suizo Carl Jung (1875 – 1961), la mente se compone por el ego que es el organizador de las intuiciones, sentimientos y sensaciones teniendo acceso a los recuerdos que no están reprimidos.
Por otra parte, el Yo comprende la totalidad de la psique y es el genio organizador detrás de la carácter, siendo responsable de lograr el mejor ajuste a cada etapa de la vida.
Al igual que la “persona”, cuyo origen proviene de las máscaras usadas por los actores griegos en la antigüedad y denota aquellas partes de la personalidad que mostramos al mundo.
En consecuencia, estas funciones neurológicas son conocidas como "el paquete del ego" que elabora estrategias necesarias para vivir día a día. Desde la infancia, se va desarrollando dicha habilidad con el fin de proporcionar una adaptación a las expectativas de los padres, maestros y compañeros.
Además, la psique está integrada por una “sombra” que son todas las cosas que evadimos y las cuales no queremos confrontar debido al temor.
Finalmente, aparece la individuación a la que Jung llamó “la búsqueda de la totalidad dentro de la psique humana”, en otras palabras, un proceso donde el ser humano pretende hacerse consciente de sí mismo como alguien único dentro de una realidad con infinitas posibilidades.
El origen del desarrollo emocional y psíquico
El desarrollo psíquico del individuo está constituido de tres partes fundamentales: primero el acto de pensar, que es la parte de la mente que resuelve las cosas, dándole sentido a los eventos cotidianos. Segundo, los sentimientos que se crean al evaluar si los acontecimientos de nuestras vidas son positivos o negativos, sanos o dañinos. Tercero, los deseos que asignan una determinada energía a la acción de acuerdo con lo que definimos como deseable y posible.
Lo anterior, se empieza a gestar en el momento en que la madre mediante su naturaleza protectora da al recién nacido el cuidado parental cuando lo sostiene amorosamente en su pecho por primera vez.
Esta forma de acercamiento corresponde al soporte físico que ayuda a mantener la mente del bebé, ya que es una etapa donde la parte fisiológica aún no se concibe separada del sistema nervioso central.
Por esta razón, el Yo del recién nacido es todavía débil, pero se fortalece con el Yo auxiliar de la madre a través del contacto con la piel que permite una seguridad y conexión con la realidad, basada en un intercambio de estados energéticos y emocionales entre el bebé y la madre, al igual que de la madre al bebé.
En el caso contrario, la ausencia y carencia de esta interacción inicial produce desconfianza en la persona y una incapacidad de interactuar adecuadamente con el medio que la rodea.
No es de sorprenderse que la carencia de estos lazos de conciencia corporal, conlleven a circunstancias de angustia, dolor y desasosiego que difícilmente pueden ser aliviados desde fuentes externas.
Algunos individuos afectados por estas privaciones de la infancia se convierten en seres desagradables, irónicos, poco amables, conflictivos, imprudentes y auto saboteadores de sus proyectos, pues sin rehabilitación emocional es casi imposible que se sientan satisfechos y en paz con la vida.
La desconexión que produce el vacío interior
La desolación interior acompañada de una ausencia de satisfacción, alegría y esperanza conduce a un abismo emocional producto de la desconexión interior que se intenta llenar con poder, fama, dinero, bienes materiales, relaciones sentimentales e incluso con la búsqueda desesperada de soluciones mágicas y supersticiosas para aliviar dicha sensación de infelicidad.
En el fondo, este fenómeno hace parte de una vivencia humana universal, pues todos nosotros en algún momento podemos experimentar un "sentimiento de vacío".
Pero, ¿qué se entiende por experiencia de vacío? La experiencia de la vacuidad es una manifestación a nivel inconsciente, repito causada por la percepción de ausencia y carencia de afecto o atención de alguna figura de poder vital en la formación de la psique.
De tal forma, que los sentimientos de vacío están relacionados con sentirse no deseado (falta de tacto) y abandonado (falta de cercanía), razón por la cual, el individuo para sobrevivir a su entorno se engancha con personas o situaciones que puedan brindarle un alivio temporal a ese dolor sentimental.
Cuando se elige el camino de la negación con el fin de no afrontar estos bloqueos emocionales, la mente empieza a agotarse debido a que está sometida constantemente a las sobrecargas y fugas energéticas intentando huir de su propia conciencia, que tarde o temprano, terminará pasando facturas que afectan su salud integral.
Si estas víctimas de las enfermedades psicosomáticas no cambian su manera de pensar y aprenden a trasformase de adentro hacia fuera, seguirán poniendo sus esperanzas en las cosas exteriores.
Sin duda, este es el error que les impide conectarse con el “Yo profundo” para recuperar el sano juicio y descubrir el verdadero propósito por el que están en el mundo.
Por ejemplo, las personas pueden encontrarse repitiendo los mismos patrones dolorosos en sus relaciones sin entender el por qué, perderse en una conducta adictiva (alcohol, drogas, juegos, comido, sexo, etc.), tener accidentes y enfermedades repetitivas o sabotear su vida un sin número de veces.
Ante este desolador panorama, es importante aprender a estar solos y confrontar los problemas personales al buscar espacios de silencio para entrar en contacto con el Yo interior y saber qué es lo que realmente necesitamos, de dónde proviene ese vacío y cómo se logra llenar sanamente.
Lo más preocupante de su triste situación, es que inconscientemente estas carencias no satisfechas van a ser reflejadas en figuras como la pareja, los hijos, los amigos y los compañeros de trabajo pues entre más cercana sea la conexión, más profunda es la proyección.
Una sensación de plenitud
Contrario al estado de vacío, la plenitud es un centro compuesto por nuestro Yo superior donde se asientan los conocimientos psíquicos y es el medio de evolución de todas las vivencias: el lugar de llegada y partida de la vida.
En otras palabras, un alto grado de autonomía y autoestima como resultado de un proceso sano de confrontación, deconstrucción y construcción de un Yo maduro y autónomo.
Es en este punto donde la autorrealización se entiende como la capacidad de llevar una vida profundamente satisfactoria, fructífera y que vale la pena vivir, en oposición a las sensaciones de autodestrucción, frustración y venganza.
Las personas con este tipo de conciencia saben lo que sienten y desean, así como también, tienen noción de las aflicciones de los demás sin dejarse confundir por sentimientos superficiales, al permanecer en conexión con su propio cuerpo y su fuente de energía central (Energía Superior).
A esto se le denomina auto trascendencia, es decir, la habilidad de potencializar sus talentos interiores para adquirir una mayor conciencia de sí mismo, del mundo y los valores que lo rodean.
De este modo, es posible integrar el pasado y el futuro de una manera que tenga algún significado con el presente conectando con el sentido de la existencia superior, como el amor incondicional hacia la humanidad producto del amor propio y la aceptación, sin perder en ningún momento la individualidad.
Renacer en el espíritu
Como hemos visto, nuestro segundo nacimiento no es precisamente desde lo biológico, es más bien desde la orilla de un despertar espiritual.
Si bien es cierto que mis padres aportaron con su amor la posibilidad biológica para que pudiera nacer, fui yo quien desde mi libre albedrío escogió la vida integrada a la voluntad de mis progenitores.
Detrás de ese escenario natural, estaba mi fuerza por cumplir una misión y necesitaba este cuerpo ideal que me brindaron.
Desde esta toma de conciencia, se puede lograr la aceptación para rehabilitar nuestros sentimientos, emociones y pensamientos, así estos sean funcionales o disfuncionales.
Para avanzar en el proceso de conexión con el Yo superior, necesitamos la ayuda de profesionales idóneos en las áreas de la salud emocional y mental, así como la consejería espiritual y por supuesto, integrando la intervención de un Poder Superior a nuestro ego a fin de obtener la felicidad de sentirnos sanados desde el alma. Sin duda, así como existe un mundo material, también existe un maravilloso mundo espiritual.
Para encontrar la paz interior, debemos eliminar de nuestros corazones el resentimiento, la culpa, el miedo y los pensamientos obsesivos que dañan el cuerpo y la mente.
¿Cuál es la fuerza que supera la enfermedad, sobrevive al tiempo y a la muerte? ¡La energía del amor! Que nos eleva sobre nuestras miserias, dándonos el vigor, la resistencia y la voluntad para renacer desde el alma, cumpliendo el propósito de no hacerse daño a sí mismo ni hacerle daño a los demás y mucho menos, a los recursos naturales del planeta.
En mi opinión, sólo entonces es posible regresar a nuestro verdadero hogar espiritual donde nos encontraremos con el cálido y protector amor de nuestro Creador.