La palabra “máscara” proviene del vocablo árabe “mashara” que define un objeto, el cual, al ser puesto sobre el rostro, transmite una energía especial que se usaba al momento de ocultar la realidad.
El término etrusco anterior a la cultura griega, denominaba como “persona” a aquellos actores que fingían ser otros y expresaban emociones humanas como la alegría, la tristeza, la ira o el dolor. Al igual que la pasión, el amor, la alegría y el triunfo a fin de lograr en la audiencia una identificación con sus propios sentimientos, generando una catarsis liberadora o una reflexión que trasformará sus vidas.
Desde la prehistoria, el ser humano ha utilizado máscaras para venerar a los dioses y obtener beneficios de ellos como la fecundidad y la abundancia de la tierra, la sanación de enfermos y el equilibrio entre las fuerzas del bien y del mal.
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Incluso, muchas culturas ancestrales han realizado ceremonias religiosas y rituales para darles poder a las máscaras, pues a través de ellas, se invocan deidades de luz y sanación, así como también energías oscuras que se manifiestan en los cuerpos de las personas que los invocan o canalizan.
Así lo plasmaron diferentes regiones del África, donde empleaban esta ornamentación en los funerales con el fin de honrar y conectar la fuerza vital del muerto al espíritu universal, un lazo entre dos dimensiones que intercedía a favor de la comunidad por medio de sacrificios y ofrendas.
Por otra parte, los Aztecas atribuían poderes mágicos a las máscaras y eran una protección para los muertos en su viaje al otro mundo, acentuando sus rasgos con piedras preciosas dependiendo del estatus social.
En la selva amazónica de Perú, Colombia y Brasil, algunas tribus elaboran estas piezas en madera y arcilla, decoradas con plumas y semillas e inspiradas en los personajes de sus leyendas.
Asimismo, en Estados Unidos y Canadá, los nativos tallaban estos instrumentos del tronco de un árbol vivo al cual le pedían permiso para su confección, cuando obtenían el consentimiento, ofrecían tabaco en señal de agradecimiento danzando alrededor, ya que aumentaba el efecto del espíritu en la máscara.
De igual manera, en Nueva Guinea los nativos utilizaban estos objetos en forma de lechuza para cuidar a los niños. Mientras en Costa de Marfil, durante la noche se llevan a cabo reverencias a los vivos y muertos con caretas en forma de cocodrilo y cuernos de antílope a fin de armonizar las relaciones entre ambos mundos.
Las máscaras que usamos diariamente
En la vida diaria, consciente o inconscientemente, nos ponemos máscaras para crear la ilusión de lo que queremos hacer ver a los demás. Pero, ¿qué tratamos de aparentar o esconder?
La mentira es más antigua que las palabras. Las especies se camuflaban para sobrevivir a los ataques del enemigo, una característica que el hombre adaptó a su conveniencia.
Ocultarse fue un mecanismo para encubrir la vergüenza, la culpa y el miedo al rechazo, al fracaso, a los compromisos emocionales y a las expectativas familiares y sociales que nos impiden ser auténticamente quienes somos.
A continuación, les señalo algunas de las máscaras que se utilizan con mayor frecuencia en un mundo agitado y confuso, donde la sinceridad y la espontaneidad son consideradas como poco productivas o eficientes:
1. Indiferencia: aparentemente nada importa. El individuo no se conmueve ante lo que ocurre alrededor y menos, de lo que los demás digan o hagan.
2. Chiste: habilidad para hacer ver que todo es alegría. La persona se ríe, se burla y todo parece que fuera superficial y jocoso.
3. Agresividad: mecanismo de defensa ante el ataque de los demás. Por eso, tiende a agredir, es autoritario e incluso puede llegar a generar miedo, pues impone a la fuerza sus ideas.
4. “Yo no fui”, “yo no sé”: usualmente, la persona nunca sabe nada, hace las cosas y aparece como ingenuo e inocente. Además, culpa al otro y nadie puede cuestionarlo porque se las arregla para presentarse como una víctima.
5. Crítico: no está de acuerdo con lo que otros dicen y hacen. Siempre cuestiona todo y aparece como un sabelotodo. Desde esa orilla, continuamente desvaloriza todo a su alrededor.
6. Confundido: nunca toma decisiones porque dice no estar seguro. Cambia permanentemente de idea y posición frente a una situación, sin saber qué rumbo tomar.
7. Pesimista: visión catastrófica de todo. Ocasionalmente, vive pensando que lo peor vendrá, que nada es posible y que es mejor no tomar una decisión, pues de igual forma saldrá mal.
8. Popular: siempre minimiza a los que lo rodean. Hace creer a los demás que deben comportarse a imagen y semejanza para ser aceptados. Se burla de aquellos que son diferentes y no se someten a sus exigencias.
Finalmente, las máscaras tienden a resquebrajarse cuando la vida nos conduce a situaciones impredecibles, estresantes o fuera de nuestro control, enfrentándonos a la pregunta esencial: ¿quién soy yo?
Conocerse a uno mismo es quizás una de las tareas más difíciles, pero gratificantes que tiene el ser humano, para encontrar la libertad y experimentar el amor incondicional al aceptarnos tal y como somos.
Más allá de la máscara, existe un centro espiritual donde la felicidad no depende de factores externos sino de la conexión con nuestros recursos internos.