Me llama la atención y con preocupación me entero de que las autoridades sanitarias chinas, están intentando contener el mayor brote de COVID-19 desde el brote original de Wuhan, hace más de 2 años.
La rápida propagación de la nueva variante conocida como “ómicron sigiloso”, está debilitando las actuales estrategias chinas de tolerancia cero contra el coronavirus. Son más de treinta millones de personas que volvieron a ser confinadas en 13 ciudades chinas, quienes permanecen bajo estrictas medidas de seguridad.
Reflexiono ante esta situación y me doy cuenta de que parte del origen del miedo e incertidumbre que hoy afectan al mundo por la pandemia, proviene precisamente de una cultura milenaria, cuya profunda filosofía a través de la historia ha liderado las enseñanzas y la práctica de la calma, la disciplina y la tranquilidad interior.
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Las preguntas de los sabios y maestros chinos en cabeza de Confucio, Lao Tse, Xuanzang, Bodhidharma y Sun Tzu, entre otros, han tenido el propósito de descubrir y entender la verdad de una manera simple y directa, teniendo como base el desapego, la renuncia a los deseos y la reducción del propio ego.
Entonces, ¿qué paso con los valores y la sabiduría tradicional en la actual sociedad china tan expuesta al consumo, a la ansiedad y al estrés de la híper producción comercial? ¿No deberían ser los grandes líderes empresariales quienes, por medio de su ejemplo, compasión y solidaridad junto con la práctica de la meditación y el control de la mente consciente, infundan valentía, fortaleza y esperanza a sus semejantes?
¿Es esta emergencia global de salud un alto en el camino que necesita con urgencia este frenético y desequilibrado mundo para buscar otros valores, otros caminos y otras opciones con el fin de mejorar integralmente el sentido de la vida de los ciudadanos del mundo?
En busca de la evolución personal
El ser humano es un ente social y también es un individuo quien, a través de su inteligencia, está facultado para autoabastecerse y decidir por sí mismo aquello que le conviene o no le conviene, pues cuenta con la capacidad de alcanzar su propio bienestar al cambiar de actitud ante las adversidades de la vida con ayuda del optimismo realista.
Nuestro cuerpo es aquel con el que nacemos, morimos y convivimos las 24 horas del día. Ahora bien, cuando el cuerpo sufre o deja de responder, nadie lo sentirá por nosotros. Si aprendemos a cuidar de nuestro cerebro y cuerpo, sin lugar a duda, nuestro cerebro y cuerpo cuidarán de nosotros.
Por eso, si entrenamos nuestra conciencia plena para respirar, masticar y comer mejor, haciendo ejercicio moderado y acompañándolo de un adecuado reposo mental, estaremos gestionando nuestras emociones y frustraciones, así como también el estrés cotidiano. De este mismo modo, el cuerpo nos va a responder de forma óptima.
Mediante nuestro cuerpo amamos, recibimos amor y conocemos la realidad que nos rodea. Cuidar de nosotros mismos es quizás el elemento principal para afrontar los desequilibrios sociales que afectan la situación del mundo actual. Recordemos que “sentirse bien” depende de las decisiones internas para mantener una actitud de adaptación y creatividad, solucionando cualquiera de las circunstancias extremas que la vida nos depara.
El poder del pensamiento positivo
El pensamiento y la actitud positiva son mucho más importantes que la suerte misma. Soltar es la premisa, esperar siempre lo inesperado y desapegarse con amor. La mala noticia es que todo es temporal en esta vida. La buena noticia es que todo es temporal en esta vida.
Las cosas no siempre resultan como queremos y en determinadas oportunidades los acontecimientos tampoco dependen del resultado de nuestras acciones. En ocasiones estamos a merced de las circunstancias, pero desde la sobriedad y la mente tranquila, podemos sostener la disposición necesaria para adaptarnos a la realidad desde el optimismo.
El optimismo sanador
La palabra optimismo se deriva del latín “optimuus” que significa “muy bueno”. Como tal, el optimismo es una actitud interior que permite valorar con valentía y esperanza los obstáculos de la existencia.
También, es el resultado de la madurez, la disciplina y el entrenamiento de la capacidad natural de resiliencia. Es la certeza de entender que, por encima del fracaso, las limitaciones o una gran frustración, mi mente y mi voluntad no sólo la pueden cambiar sino superar. El poder de la mente es ilimitado y cuando reactivamos nuestras fuerzas internas, pueden ocurrir verdaderos milagros.
Ante este peligro global causado por la COVID-19, estamos irremediablemente enfrentados a resolverlo por encima de todo lo demás, para sobrevivir. Es por esta razón, que adquiere una insospechada relevancia la acción individual, pues cada persona desde su pensamiento aporta la energía necesaria para superar esta crisis.
Considero que debemos activar nuestro poder mental basado en la voluntad disciplinada, el optimismo, el autocuidado y la energía espiritual con el propósito de apoyarnos entre todos a comprender, controlar y superar esta epidemia.
Nuestra intención de querer ayudarnos lo unos a los otros, nos lleva a descubrir que en realidad existe una energía ancestral llamada vida y que, por su interacción, todos estamos unidos como una gran familia. El optimismo es el poder que eleva la autoestima con la cual superamos cualquier obstáculo en el camino.
Cada persona es única y yo soy el único que soy como yo. Podemos ser parecidos como especie, con algunas afinidades en las reacciones y los comportamientos, pero nadie es igual a otro y su percepción del mundo es diferente a la mía, pues la experiencia es totalmente particular.
Si elijo ser optimista, valoraré no poner en manos de otro mi bienestar, así traten de convencerme de lo mucho que valgo o de lo poco que llego a valer en esta sociedad programada hacia el consumo.
Cuando soy dueño de mi cuerpo, respondo también con mis emociones y mi mente, adquiriendo control de mi existencia. Personalmente, después de experimentar ser lo que otros querían que fuera, logré quitarme esas cadenas al habilitar un “sí puedo” o un “no quiero” consciente y convertirme en mi propio guía, quien sin misticismos ni exageraciones asume sus errores y entiende que nadie es culpable de lo que me ha pasado y tampoco de lo que me va a pasar.
El autocuidado como camino
Si amo y valoro mi cuerpo, no lo descuidaré ni forzaré y mucho menos lo presionaré, pues confío en sus impulsos, demandas y latencias que, al ser expresadas y consolidadas, se convierten en una valiosísima experiencia para mi crecimiento personal.
Al cultivar el cariño propio, elimino de mi interior creencias, ideas, prejuicios y condicionamientos de mi infancia, sin ocultar los miedos, las represiones y la verdad, ya que, si le temo al otro y a mí mismo, seguiré mintiendo para “sobrevivir” renunciando al derecho de ser libre y vivir bien.
En esencia soy un ser que contiene mucha bondad y también mucha oscuridad. De esta manera, puedo entender al otro sin tanto juicio o señalamiento, pues todos somos susceptibles al error y la exagerada perfección es una tóxica pretensión de mi soberbia y ego.
Sin duda, nosotros nos igualamos a través del sentido común que permite la identificación externa de las cosas. La diferencia está, en la interpretación interna y el banco de experiencias personales adquiridas en la vida.
Todos sentimos emociones en diferentes escalas y tendencias, pero solamente yo decido qué puedo soportar, mejorar y de qué manera gozar mis vivencias, amores y decepciones.
De este modo, son mías todas las palabras que salen de mi boca y su poder de creación o destrucción. Como también mi decisión de afirmar, negar o aceptar humildemente un “no sé” para compartirlo con los demás desde la actitud de un optimismo realista y sano.
Más allá del egoísmo
Al entender que como unidad vital y ser integral me pertenezco, el egoísmo insano se derrumba automáticamente, ya que asumo la responsabilidad de los actos de mi vida, erradicando los disfraces de la culpa, la manipulación y la victimización.
Más allá del egoísmo, entiendo que nadie me cambia, redime, lastima, humilla, limita y destruye sin que consciente o inconscientemente yo lo permita. Casi siempre se realiza lo que deseo. Paradójicamente existe un “mal” que me hace mucho bien y un “bien” que a veces me puede causar mucho mal.
Yo decido qué vivir y qué no, cuándo y dónde hacerlo, siendo mi guía el alma y mi brújula la inteligencia y la intuición que me permiten enfocar mi fuerza interior para la consecución de las metas y objetivos trazados en armonía con el universo, cuyo premio es el de gozar la felicidad de ser yo mismo y comprender a los demás.
Al amarme a mí mismo habilito corregir cualquiera de mis defectos y convertirme en mi mejor amigo, comprendiendo, conciliando y respetándome para poder formar vínculos sanos con todos los demás, encontrando armonía en un nuevo mundo en donde somos capaces de ser personas más humanas y amorosas a través del orden, la bondad y el servicio a los semejantes.
Cada problema contiene en su núcleo la oportunidad de ser mejores personas. El triunfo de cualquier adversidad en la vida es lograr una actitud que nos permita obrar desde el optimismo y el equilibrio direccionando nuestros pensamientos hacia la esperanza de erradicar el virus de la ignorancia, la indolencia y la deshumanización.
Esa ausencia de sentido compasivo, atención, generosidad y apoyo hacia el otro, son algunos de los factores desencadenantes de muchas de las crisis actuales que debilitan y enferman al mundo. El remedio ya está a nuestro alcance: se basa en la adquisición de una conciencia plena llamada el “valor del optimismo realista”.