El mundo en crisis: de la supervivencia a la felicidad

Lun, 11/05/2020 - 09:47
Actualmente nos encontramos en “modo supervivencia” por los efectos biopsicosociales de la pandemia.
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Armando Martí

El valor de la vida es la esencia fundamental para el desarrollo de la civilización a nivel económico, político, social y cultural. De ahí que la mayor obligación del Estado es garantizar la protección y la defensa de la existencia misma. Actualmente, se están perdiendo muchas vidas humanas a causa del sorpresivo ataque del COVID – 19 a nuestra salud integral. Esta crítica situación mundial, al parecer no fue prevista por ningún gobernante ni tampoco por los científicos y expertos en geopolítica, estrategas, líderes religiosos, psíquicos o videntes. 

La difícil ecuación por resolver en Colombia es que sin salud no puede haber desarrollo económico, y si colapsa la economía nacional, tampoco habrá recursos para sostener la salud. Es por eso, que, a partir de este 11 de mayo empezarán a regir nuevas medidas otorgadas por el presidente Iván Duque y dadas a conocer a la ciudadanía por la alcaldesa de Bogotá, Claudia López.

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La luz al final del túnel sería entonces la convergencia entre la protección que otorgue el Estado a los trabajadores y la responsabilidad por parte de los mismos, para incrementar el autocuidado y obedecer de forma determinante el cumplimiento de los protocolos de bioseguridad. Despertar esta nueva conciencia ciudadana es una tarea conjunta, en la que mi propio descuido pone en peligro la salud de todas las personas pues se exponen a un contagio masivo. 

Además, actualmente nos encontramos en “modo supervivencia” por los efectos biopsicosociales de la pandemia. La esperanza, insisto, está sustentada en el compromiso de todos para evitar la propagación y el desborde de este agresivo coronavirus que continúa sumiéndonos en el caos, la confusión y el dolor de afrontar la pérdida de muchas personas y seres queridos. 

La fuerza de la supervivencia
 

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Armando Martí

La palabra supervivencia proviene del latín “supervivens” que significa “el que sobrevive”, como la acción y efecto de sobrevivir. Se refiere a aquellas personas que logran mantener la vida en situaciones extremas, las cuales podrían causar la muerte debido a accidentes, fenómenos naturales, guerras, quiebras económicas y la actual emergencia pandémica, que sigue encadenando al mundo en la incertidumbre y frustrando la posibilidad de un futuro que contenga elementos afectivos, familiares y sociales a corto, mediano y largo plazo. 

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Con el fin de sobrevivir como especie, la situación actual nos está exigiendo mucha flexibilidad para adaptarnos a las nuevas condiciones de vida, en donde la premisa sería vivir un día a la vez, pero de forma sobria y consciente, gestionando las emociones y pensamientos. Acostumbrándonos a la observación interior, para mantener la calma y la serenidad a través de un “reseteo” mental que nos ayude a lograr una mejor versión de nosotros mismos, en la que la auténtica felicidad se transforme en un nuevo valor, diferente al que reinaba anteriormente basado en el consumo, el materialismo y la superficialidad. 

La felicidad no es un espejismo 
 

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Armando Martí

Encontrar el sentido de la vida es el camino que nos lleva hacia la felicidad. Según el filósofo griego Aristóteles, esto consiste en el esfuerzo del hombre para alcanzar el “bien supremo”, el cual se logra al abrir la ventana interior del ser.

Asimismo, en el Oráculo de Delfos está inscrito: “Conócete a ti mismo”, aforismo reinterpretado por el sabio griego Heráclito Quilón de Esparta que afirmaba: “Te advierto, quien quiera que fueres, ¡Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo, aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. ¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses.”

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La mezcla de la hedonía (placer) y la eudaimonia (una vida vivida), fueron algunos elementos de la cultura griega para intentar explicar la felicidad, cuya síntesis sería: “cuidar de sí mismo y ampliar la conciencia entendiendo lo que significa obrar bien para vivir bien”.

En la obra cumbre de Aristóteles dedicada a su hijo, “Ética de Nicómaco”, quiso profundizar sobre la relación entre el carácter y la inteligencia como cimientos de la felicidad, en donde posteriormente se estructuraría la ética occidental con principios tan claros como: “la felicidad depende de nosotros mismos” y “es fácil realizar una buena acción, pero no es tan fácil adquirir el hábito establecido de llevar a cabo ese tipo de acciones”. 

En mi concepto, la más funcional de sus frases para ayudarnos a enfocar nuestra mente y superar cualquier situación de crisis es: “en primer lugar, tener un ideal definido, claro y práctico; una meta, un objetivo. En segundo lugar, acopiar los medios necesarios para alcanzar los fines: sabiduría, dinero, materiales y métodos. En tercer lugar, ajustar todos los medios a ese exclusivo fin”. 

Sin embargo, si definimos la felicidad por el éxito de las metas y objetivos de la sociedad de consumo, veremos que no existen personas realmente felices, pues la gran enfermedad es la desenfrenada codicia por la productividad para adquirir poder económico. Esto descompensa el desarrollo espiritual, reemplazando nuestra esencia compasiva, amorosa y serena, por el materialismo, la ambición y las conductas egoístas y violentas que son productoras de infelicidad. 

El mayor enemigo de la felicidad es la alienación y la despersonalización, pues el ser humano diluye su identidad transformándola en una “identidad virtual”. De este modo, las personas permanecen hipnotizadas por los efectos de la publicidad orientada globalmente hacia la antropofagia social, es decir, un implacable lavado cerebral enfocado en la producción de dinero y bienes materiales a través del comercio, siguiendo ideas, patrones y conductas deshumanizadas que no son propias sino impuestas. 
 

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Armando Martí

La consecuencia de no realizar la naturaleza individual y sobrevivir con el disfraz de una segunda naturaleza materialista, son las causas de la agonía, el vacío y la soledad de la infelicidad en nuestra época moderna. 

Erich Fromm (1900 - 1980), el reconocido psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista, en su obra “El arte de amar”, nos sacude el alma cuando afirma: 

“El hombre moderno está enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de su naturaleza. Se ha transformado en un artículo, experimenta sus fuerzas vitales como una inversión que debe producirle el máximo de beneficios posibles en las condiciones imperantes en el mercado.

La felicidad del hombre moderno consiste en “divertirse”. Divertirse significa la satisfacción de consumir y asimilar artículos, espectáculos, comida, bebidas, cigarrillos, gente, conferencias, libros, películas; todo se consume, se traga. 

El mundo es un enorme objeto de nuestro apetito, una gran manzana, una gran botella, un enorme pecho; todos succionamos, los eternamente expectantes, los esperanzados – y los eternamente desilusionados –. Nuestro carácter está equipado para intercambiar y recibir, para traficar y consumir; todo, tanto los objetos materiales como los espirituales, se convierten en objeto de intercambio y de consumo”. 

Es difícil sentirse feliz cuando en realidad vivimos engañados, y además, se nos exige una lucha diaria desde el egoísmo, la indiferencia, la competitividad y la huida constante de nosotros mismos, por medio de las adicciones a la tecnología, al alcohol, las drogas, el trabajo, el sexo y las relaciones dependientes, así como también, en fanatismos religiosos, superchería y esoterismo, entre otros, que al ser extremistas nos enferman y distorsionan nuestra necesidad vital de encontrar un sentido espiritual en lo que hacemos. 

Nacemos para ser felices
 

Cortesía Nghia Le
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Nghia Le

De acuerdo con los grandes maestros espirituales, en realidad nacemos para vivir y ser felices. Es nuestro temperamento junto con los defectos de carácter, lo que nos impide sostener este estado de complacencia interior. 

Vivir libres de resentimiento, sin odiar a quienes nos ofendieron, sin vengarnos y lo que es mejor, renunciando a cualquier retaliación. Es así como evitamos juzgar a los demás para buscar de forma consciente nuestra herida esencial, los traumas emocionales y las carencias de infancia, asumiendo y enfrentando los problemas personales con el fin de identificarlos y superarlos. 

La felicidad es saber vivir la vida como una expresión de nuestra alma. Sin embargo, si no logramos comprender las conexiones entre lo que nos sucedió en el pasado y nos afecta en el presente, no gozaremos de la paz y la plenitud interior, pues seguiremos estando divididos, sin autoestima, avergonzados y llenos de culpa. 

Sin prisa, pero sin pausa, podemos empezar a identificar cuáles fueron las necesidades no satisfechas de nuestra infancia, sentirlas y dejar de reprimirlas. Así podemos expresar todas las emociones a través de una terapia psicológica que oriente la catarsis tan necesaria, con el propósito de superar las pérdidas sufridas en la vida y logrando hacer el duelo para cerrar los ciclos abiertos.  

La paz y la agonía están en nuestra mente. De modo que este proceso de sanación emocional debe ser tomado con la importancia, seriedad y compromiso que necesitamos para ser felices.  Una relación sana comienza conmigo mismo para habilitar la relación sana con el otro, sin temor a cometer errores, lejos del perfeccionismo y dándonos la libertad de aceptarnos tal y como somos.

La otra cara de la felicidad
 

Cortesía Guillaume de Germain
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Guillaume de Germain

La felicidad comienza por casa, pero la infelicidad también. En muchas de nuestras familias, la felicidad siempre se aparentaba, nunca se sentía y los secretos nos hacían confundir y desconfiar de la verdad, lo que posteriormente se vería reflejado en la calidad de las relaciones íntimas y afectivas. 

Por eso, la dicotomía de hacer lo que no queremos y de no hacer lo que queremos, se debe a los temores no resueltos en la infancia que conllevan a la adicción. Estas fuerzas psicológicas y químicas nos encadenan hacia el consumo de sustancias y a la obsesión por “el amor” a objetos materiales y también a las personas. Este comportamiento compulsivo, representa el inútil intento de huir de nosotros mismos al preferir el “sufrimiento” de no querer ver nuestra realidad frente al “dolor” de verla. Sin duda, esta es una de las formas de infelicidad del ser humano. 

Los procesos adictivos implican esclavitud y descontrol de sí mismo. Recordemos que el mundo es una fuente de adicciones y distractores externos. Por eso, este flagelo interior lo estábamos sufriendo mucho antes de la aparición del coronavirus. El desborde emocional nos obliga a ir en contra de nuestros valores más esenciales, los cuales se van deteriorando si caemos en la trampa de la negación y la justificación, obstaculizando la recuperación pues reconocer los problemas es el primer paso hacia la sanación. 

La felicidad: un cambio de actitud interior 
 

Cortesía Armando Martí
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Armando Martí

A pesar de la terrible pandemia vivida por el COVID – 19 que mantiene confinada nuestra libertad física y emocional, tenemos el poder de modificar las circunstancias adversas de la vida al cambiar la actitud mental de forma positiva. Recordemos que el amor, la ilusión, los sueños y la esperanza, son la base de casi toda nuestra realidad. 

El doloroso pasado es un fardo muy pesado de llevar y habilita muchas enfermedades del cuerpo, las emociones y la mente. Para vivir mejor hoy, necesitamos liberar el corazón de odios y culpas, apartando los pensamientos y emociones negativas, lo que ayudaría a fortalecer nuestro sistema inmunológico para hacerle frente a la infección causada por el coronavirus.

Todos deseamos vivir en paz y ser felices. El dolor y la alegría nos suceden día a día. Esto no lo podemos cambiar, pero la valentía de buscar en la vida las cosas que producen felicidad superando las adversidades y el sufrimiento, marcan la diferencia de una vida plena y con sentido. Como escribía el psiquiatra Viktor Frankl (1905 – 1997), padre de la Logoterapia en el mundo y autor de la obra magna “El hombre en busca de sentido”: 

“Los que estuvimos en campos de concentración, recordamos a los hombres que iban de barrancón en barrancón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que sean pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas – la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias – para decidir su propio camino”
 

Mi viaje personal a la felicidad

Cortesía Luca Micheli
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Luca Micheli

Para mí, la felicidad es una decisión a través de la cual puedo discernir qué es lo mejor para mi vida, comenzando por cuidar de mí mismo. La felicidad es un camino de superación en donde lo importante no es la meta, sino el deseo de caminar hacia ella. Actualmente me he dado cuenta de que la vida en sí misma es felicidad. El hecho de estar vivo o tener la optimista actitud de afrontar el ataque del coronavirus, es de por sí, un verdadero privilegio. 

A pesar de la angustia que produce la incertidumbre, esto no me impide vivir de forma plena los pequeños y grandes detalles que me aportan mucha felicidad. Por ejemplo, amar y sentirse amado, tener ilusiones y sueños, así como también, recuerdos de las lecciones de dolor y sufrimiento que he aprendido y superado en mi vida, y que además, hoy me fortalecen para soportar cualquier desafío de la existencia. 

De igual manera, aprovecho el placer de disfrutar de mi biblioteca, de la colección de películas clásicas y de muchas melodías fantásticas y mágicas que transforman mis estados de ánimo. Y que decir, de la alegría de recibir una llamada de alguno de mis hijos, hermanos, familiares, amigos del pasado o de un asesorado satisfecho a quien ayudé a superar alguna crisis. 

Todo esto y mucho más, es para mí la felicidad: un maravilloso estado espiritual tan profundo que no me sería posible definirlo con exactitud. Me basta con sentirme vivo y disfrutar este intenso estado interior de tener salud, conciencia de vivir el presente en paz y mirarme al espejo cada día, descubriendo sin afán alguna remota certeza de quién soy yo (sin duda, mi alma si sabe quién soy yo en realidad). 

De esta forma, me siento bien conmigo mismo, duermo tranquilamente y despierto lleno de optimismo y luz, pues entiendo que todos los seres humanos somos aparentemente frágiles, pero esencialmente eternos, poderosos en nuestro interior y conectados por derecho natural al espíritu de Dios. Esta es en realidad, la grandeza de cada uno de nosotros. Por eso, la supervivencia ante la crisis del mundo está asegurada a través de esa fuerza llamada felicidad, nuestra transformadora aliada. 
 

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Armando Martí
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